Hace dos meses la ciudadanía se pronunció, mediante una abrumadora mayoría, por dejar atrás la constitución del 80 en favor de una nueva elaborada a través de una convención constituyente. El próximo año, en el mes de abril deberemos elegir a quienes tendrán la responsabilidad de construir la nueva constitución a la que se aspira. Una contundente mayoría se expresó también en contra de una convención en la que estén implicados los actuales diputados y/o senadores. Y el 11 de enero próximo deberán estar inscritas las listas con sus respectivos candidatos que aspiren a integrar esta convención.
Hasta la fecha todo indica que la derecha irá unida, y la oposición fuertemente desunida. El camino para un cambio constitucional a fondo que abrió el pasado 25 de octubre se está transformando en un camino de derrota que asegura el mantenimiento de la actual constitución, o con modificaciones irrelevantes. Como el camaleón que cambia de color según la ocasión para sortear el momento.
Después no habrá espacio para lamentos, aunque las recriminaciones mutuas no se harán esperar, y de hecho ya se han desatado, amplificadas en los medios de comunicación convencionales así como en las redes sociales. Los actores involucrados lanzan infructuosos llamamientos a la unidad, como quien canta a la galería. Todos afirman haber trabajado por la unidad, pero el resultado hasta la fecha es un indicador de que ello no ha sido así. La desconfianza, la búsqueda de protagonismo, convierten en letra muerta palabras altisonantes, sin percatarse que se va camino al abismo.
Olvidan el mensaje tras el estallido del pasado 18 de octubre del 2019 y lo que costó convocar a la ciudadanía a volcarse al plebiscito constitucional. Y habiéndose pronunciado con claridad por esta última opción, llegada la hora de la verdad, la de elegir a quiénes han de tener la responsabilidad de construirla, asoman la fragmentación partidaria y la multiplicidad de candidatos que esconden su militancia o adhesión a una u otra corriente de opinión pública. Sin querer queriendo se está bloqueando una vía de no violencia activa, seguro camino a una frustración de consecuencias imprevisibles de las cuales se tendrán que hacer responsables quienes tienen en sus manos la conducción de los partidos y movimientos políticos y sociales actuales. Todo ello por no haber estado a la altura del desafío que el minuto actual exige.
Si bien el fin de año pilla al gobierno en mal pie, con bajísimos porcentajes de adhesión, tiene una altísima probabilidad de que salga con la suya, no solo en materias constitucionales, sino que también en las próximas elecciones de concejales, de gobernadores, de alcaldes. Todo esto a vista y paciencia de una oposición que no atina, paralogizada, bloqueada por sí misma. En toda democracia que se precie de tal, se asume que cuando una coalición de gobierno tiene una baja adhesión ciudadana, en la próxima elección es reemplazada por la coalición opositora. Salvo algún milagro que por nuestra naturaleza humana nunca debemos descartar, en esta ocasión parece difícil que eso ocurra.
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