Por Guillermo Garcés*
El contexto del momento constitucional en Chile no tiene muchos misterios. Después de un largo derrotero de décadas, que inicia en la traición política del programa de la concertación (de todos los partidos), en los 90 del siglo pasado, en que no se cumplió la promesa de una nueva constitución a la ciudadanía, como era de sentido común hacerlo, después de derrotar a la dictadura cívico militar. Y continúo, con la degradación y segregación de todos aquellos que insistieron en la necesidad de tal cambio de constitución, hasta la mitad de la primera década del nuevo siglo y milenio.
A partir de allí, es decir 2006, como en una marea de avances y retrocesos, la movilización social y las articulaciones territoriales y temáticas, desde los pingüinos, pasando por Freirina, Coyhaique, por los universitarios, las y los profesores, las feministas, humanistas, ecologistas y anarquistas, se fueron topando de frente, no sólo con el concepto de la constitución del 80, sino, que con su articulado desvergonzado, de protección irrestricto a la elite y permisivo con la violación de los derechos humanos de las mayorías movilizadas.
Hasta que estalló la revuelta de octubre de 2019, sin la cual no se estaría hoy en este momento constitucional. Nada de este momento, tiene relación con los objetivos de la elite política ni empresarial chilena.
Los dos últimos 25 de octubre (2019- 2020) han sido las manifestaciones de varios millones de ciudadanas, el primero en las calles y plazas del país y el segundo en cada recinto de votación de Arica a la Antártica.
La ciudadanía ha entregado, literalmente, todo lo que se necesita para un nuevo pacto social. Desestabilizó la «normalidad» para generar la crisis necesaria en que, aquel viejo sentido común de los 90, volviera a tener «realidad» (por una nueva Constitución); y también colocó a disposición el 80% de los votos, para contar con la fuerza electoral suficiente para construir una constituyente de convencionalistas, que superen los dos tercios que se necesitan para impedir el veto de la derecha. Y además, un mandato, una dirección por cambios reales y necesarios para desanclar el futuro del país del modelo violento que ha padecido la ciudadanía hasta el momento actual.
¿Qué más necesitan los partidos políticos para leer correctamente la situación actual?, y asumir que tienen que hacer lo correcto:
1. Acordar una sola lista
2. Entregar todos los cupos al pueblo.
3. Modificar la ley 21.200, para quitar las cortapisas en quorum y acuerdos de libre comercio en la CC.
La democracia tiene un pilar fundamental, y es que surge como manifestación de la voluntad de la soberanía ciudadana. No existe otra génesis de la democracia.
Y la elite no debe tener temor de un nuevo modelo. Este pueblo es esencialmente y mayoritariamente solidario, justo, responsable, y positivo.
Por ello, se dará reglas justas para todos, sin exclusiones. Aspira a una sociedad tal, en que cada chilena y chileno, tenga lo que necesita para un buen vivir. Un proyecto país que coloque en el centro de sus ocupaciones lo esencial: salud, educación, trabajo, jubilación, cultura, vivienda y acceso a la tecnología para todas sin segregación, sin discriminación y sin violencias.
Un país que no sólo soporte nuestras diferencias, sino, que las valore como parte de lo que nos hace una verdadera sociedad humana.
Estos meses son cruciales para definir el futuro. Y todas las opciones están abiertas, las positivas, las mediocres y las nefastas, pero, no se podrán argumentar mentiras o cinismos, y cada persona con “poder” se tendrá que hacer cargo de las consecuencias de sus actuaciones frente al pueblo que observa. Hoy sí se puede hacer lo correcto, para tener una democracia con dignidad.
*Ex-Presidente de La Comunidad para el Desarrollo Humano