Creé la Escuela de Sustentabilidad Integral con otros compañeros en 2015, en Salvador, nordeste de Brasil. En 2018, una inspiración que surgió durante una larga estancia en la India me permitió escribir un cuento corto llamado «Auroville, 2046. Después del fin del mundo», que habla de la reconstrucción del modo de vida en el planeta Tierra tras el colapso de la civilización a partir de 2020. Estos dos eventos se volvieron importantes en mi vida, cuando la pandemia covid-19 promovió la gran ruptura del mundo y la vida de todos se convulsionó. Con mi marido optamos por ir a vivir en el Sitio del Futuro, la sede rural de la escuela, donde se realizaba parte de la formación al menos cuatro semanas al año.

Así, dejamos una ciudad de tres millones de habitantes para vivir en una granja con pocas familias alrededor y esto nos permitió experimentar cada día un nuevo mundo, con sus desafíos y promesas. Me gustaría contar esta historia de unos pocos meses para mostrar cómo este mundo post-Covid, que muchos esperan que sea más ecológico, igualitario y lleno de significado, está siendo construido por miles de iniciativas comunitarias y personales, como la nuestra en este momento. También he podido ver que las personas que, como nosotros, ya eran conscientes de la necesidad imperiosa de construir otras formas de vida han sufrido menos el confinamiento. Estas personas consiguieron, por caminos muy diferentes, concretar sus ideales de vida durante el aislamiento social impuesto al mundo.

En 2020, millones de personas comenzaron a preguntarse por qué todo estaba sucediendo y cómo salir de este doloroso momento. Así es como la metodología de la Ecología Integral y el lema de nuestra Escuela «transformarse para transformar el mundo» se hizo más comprensible. Tal vez por eso mi cuento sobre la historia de Indra, el personaje principal de «Auroville, 2046», fue rápidamente traducido a varios idiomas (español, inglés, francés, italiano y catalán). Indra fue, en el relato, una de los fundadoras de Auroville, una de las primeras y más grandes ecoaldeas del planeta y, en 2046, nos muestra cómo esta comunidad fue resilente al colapso de la sociedad capitalista. En su retrospectiva imaginaria de lo que habría ocurrido entre 2020 y 2046, Indra explica con toda sencillez cómo llegamos allí y por tanto puede ser una inspiración para que salgamos de la gran crisis actual.

Este relato ilustró cómo el aprendizaje personal y colectivo de una vida comunitaria horizontal, cooperativa y espiritual que celebra la diversidad, es la fuente de una vida más resiliente y feliz para todos. Se convierte así en una esperanza para sus lectores durante la pandemia y el encierro y se convierte en uno de los mensajes fundamentales de la Escuela. Por lo tanto, desde su publicación en 2018, se ha convertido en una fuente de aprendizaje para nuestros estudiantes. Al informar sobre la trayectoria de Indra, que muestra cómo la gente de buena voluntad ha reconstruido este mundo de una manera diferente, nos enseña cómo pasar por este momento de colapso. Estamos viviendo, en pequeña escala y a corto plazo, el viaje de Indra. Nuestros estudiantes nos cuentan a menudo cómo este cuento visionario les inspiró y les ayudó a vivir este momento, y puedo decir que lo mismo ocurre con nuestros vecinos y los que trabajan con nosotros.

El lema de la Escuela retoma el significado de la frase de Gandhi «Sé el mundo que quieres ver» y para entender por qué fue escogido, tenemos que retroceder un poco en el pasado y mirar los cambios que hemos hecho en nuestras vidas durante esta pandemia. La idea surgió de una derrota: una larga historia como profesora y activista comprometida con la protección del medio ambiente y la justicia social. Después de décadas de trabajo en la política y la academia, me di cuenta, como muchos otros, de la relativa ineficacia de nuestro trabajo. Los bloqueos estructurales eran insuperables porque la vida cotidiana de la gente común apoyaba este mundo insustentable.

La emergencia climática y las indignas desigualdades sociales continuaron oprimiéndonos y comprendimos que debíamos empezar a actuar en el terreno. Otro dicho: «Si tienes prisa, tómatelo con calma». Pudimos observar cómo los medios políticos e institucionales no pudieron cambiar las cosas y desarticular gradualmente la cultura capitalista para que cada persona se convirtiera en portadora del cambio. Las soluciones existirían si estuvieran profundamente arraigadas en la cultura humana a través del cambio de un gran número de personas. Así que, como otras personas, decidí hacer mi parte como colibrí e invité a algunos amigos activistas y creativos a que se unieran a mí para fundar esta Escuela de Transformaciones.

La experiencia de nuestra Escuela, que desde 2015 es conocida por el público brasilero, francés e indio, se basó en la formación teórica y práctica. Ambas fueron muy útiles en este encierro así como la base metodológica de la Escuela, que es la preocupación por dar coherencia a los sentimientos, aspiraciones, palabras y acciones. Basándose en una profunda comprensión de lo que significa la Ecología, la formación de la Escuela animó a los estudiantes a comenzar una forma de vida más coherente y significativa.

Los documentos de la Escuela dicen que en la Ecología Integral la inteligencia de la mente, el corazón y también el cuerpo deben orientarse a permanecer en coherencia con las de la Naturaleza y el Cosmos. Así, cuando la Naturaleza es vista como sagrada, una espiritualidad secular gana significado y se convierte en parte de la vida de todos, presionando para el cambio. Y ahora nuestra llegada al Sitio del Futuro ha puesto todo esto a prueba. Durante el encierro, las propuestas innovadoras de la Escuela para la transición hacia una sociedad más equitativa, más ecológica, más solidaria y democrática muestran toda su relevancia. La búsqueda de una sobriedad feliz, una vida más unida y serena y más cercana a la Naturaleza ha sido la experiencia de muchos de nuestros estudiantes, y de nosotros mismos en este año de 2020.

El primer gran cambio en nuestra vida fue la propia naturaleza que nos circundó por todas partes. Nosotros, residentes de la gran ciudad durante mucho tiempo, quedamos maravillados con su presencia sólida, hermosa y cambiante, de la mañana a la noche. El ritmo de los días cambió naturalmente: nos levantamos y dormimos más temprano. Las tareas diarias, muy físicas, nos hacen dormir mucho más para recuperar energías. Mi esposo y yo llevamos una vida muy diferente a la que teníamos en la ciudad como profesores de la Universidad, con muchas más actividades mentales, a pesar de todos los cambios que habíamos hecho en la última década. Y con todo eso nos sentimos mejor.

Trabajando con hierbas. Foto ESI

Durante las formaciones de la Escuela, las reflexiones sobre el significado de la existencia y las ruedas de conversación estimularon nuevas prácticas cotidianas. Si la transformación de uno mismo en nombre de la coherencia entre decir, sentir, pensar y hacer era la base principal de nuestra metodología integral, las dificultades debidas al confinamiento confirmaron que esta coherencia era una fuente de alegría y no sólo un deber moral. Todo eso ayudó a nuestra resiliencia en nuestra estancia en la granja, y continuará por mucho tiempo.

El Sitio del Futuro es una zona mayormente reforestada de 30 hectáreas en la magnífica región de la Chapada Diamantina, en Bahía, a los pies de una imponente montaña que forma un Parque Natural, el Parque de los Siete Pasajes. Hay una pequeña producción de alimentos orgánicos en la granja, experimentos agroforestales, principalmente en una plantación de café. En cuanto a los animales, tenemos un pequeño rebaño de vacas lecheras, algunas gallinas y un caballo. Todos ellos son respetados, tienen un nombre y se los estimamos como cómplices. El edificio principal, con habitaciones, aulas y todo el equipo de apoyo de una escuela, está totalmente bioconstruido. Cuando nos convertimos en «neo-rurales», evitando ir a la ciudad, la producción de alimentos se convirtió en una actividad prioritaria y nuestra fuente diaria de aprendizaje.

Para apoyar todo el trabajo en el sitio tenemos la suerte de contar con la ayuda de dos encantadores jóvenes, una joven señora y un muchacho que trabajan con nosotros a tiempo parcial y son al mismo tiempo nuestros estudiantes y profesores. Son ellos quiene nos guían en las cuestiones prácticas de la vida rural. También son los dos estudiantes más asiduos de la escuela. En sus propias palabras, nunca dejan de aprender sobre un nuevo mundo que les encanta por su simplicidad y consistencia. Ellos también nos ayudan a entender que las lecciones que forjamos a lo largo de nuestras vidas provienen del contacto con ecoaldeas en varios países del mundo, de nuestra reflexión teórica, de nuestros intentos, errores y logros.

Los entrenamientos teóricos organizados por la Escuela de Sustentabilidad Integral, que nutren la mente, fueron compartidos con los alumnos a través de conferencias, textos y películas y han demostrado ser muy importantes para nosotros en estos tiempos difíciles. Armados con nuestra convicción racional de la necesidad de cambiar la forma de producción, consumo y descarte de la sociedad actual, nuestra creatividad se fue alimentando diariamente. La búsqueda de la autosuficiencia alimentaria básica, la fabricación de conservas (frutos secos, quesos curados, chucrut, melaza, kéfir, kombucha, etc.), el rechazo de envases, la utilización de sanitarios secos, el reciclaje de todo tipo de materiales (papel, vidrio, plástico, metal, biomasa), la restauración manual de los instrumentos de trabajo, la ropa, las estructuras agrícolas degradadas… todo esto se ha convertido en nuestro trabajo cotidiano. Nuestro acceso al agua de montaña y de lluvia, a la energía solar, a las chimeneas y a muchas otras instalaciones ecológicas fue mejorando en los últimos meses.

Nuestra fuerza en defender nuestra forma de vida «neo-rural ecológica» frente a la desconfianza y los malentendidos con que nos encontramos, proviene de los claros argumentos racionales que hemos desarrollado durante más de dos décadas. En la formación de la Escuela se demostró que una visión del mundo patriarcal, capitalista y racionalista define la vida cotidiana de las personas y que para evitar el desastre socioambiental –o para superarlo, porque sucede al galope– era necesario practicar otras visiones y adoptar otros comportamientos. Tuvimos que perseverar en explicar nuestras elecciones y también aceptar, si fuera el caso, ser malinterpretados e incluso ridiculizados como tacaños, retrógrados, miembros de una secta, etc.

Si la formación de la mente ha sido importante, las claves prácticas de lo cotidiano en el Sitio fueron los temas abordados en la formación de la Escuela: consumo consciente, compostaje y reciclaje, vegetarianismo, cocina ecológica que rechaza los residuos e integra las PANC (plantas alimenticias no convencionales), agroecología, bioconstrucción, fabricación familiar de productos de limpieza y belleza, diversas formas de cuidado natural del cuerpo, economía solidaria y autogestión, entre otros. Tanto esto como las dificultades relacionadas con el aislamiento social, se enfrentaron con claridad y espíritu innovador. Fue durante nuestra estancia continua de varios meses que vimos las ventajas de nuestras elecciones en un mundo en peligro, que vimos que toda nuestra energía vital se invertía en cosas que funcionan, que tienen sentido y que nos hacen felices. Todo este conjunto de prácticas se entiende en la Escuela de Sustentabilidad Integral como nuestra segunda inteligencia, la del cuerpo, de un cuerpo sano, que trabaja por una salud más general, que respeta la comunidad circundante y la Madre Naturaleza.

Tal vez el desafío más significativo en el confinamiento, para aquellos que no se vieron afectados por enfermedades y una grave falta de dinero, sea vivir juntos, casi sin interrupción, o la soledad. Este desafío apela a la inteligencia del corazón, el tercer aspecto de nuestra metodología que se abre a los diversos enfoques del autoconocimiento y la gestión creativa de conflictos. Si nuestra inteligencia emocional ha sido ampliamente desafiada por el confinamiento, estas herramientas fueron importantes para enfrentar la incertidumbre que la pandemia creo respecto a nuestros planes de vida, el miedo al contacto social, la necesidad creada por la pérdida de nuestros hábitos sociales y culturales, entre otras dificultades.

Esta inteligencia del corazón es imposible sin una actitud empática hacia nosotros mismos y hacia los demás. Los cursos de formación de la Escuela utilizaron dispositivos que facilitan compartir la interioridad para enfrentar las dificultades. Todos necesitan conocer herramientas simples como el silencio como medio para curar las heridas, ideas luminosas y soluciones inspiradoras, así como herramientas más complejas de autoconocimiento como la interpretación de los sueños y el Eneagrama, entre otros. Esto no nos transformó en grandes hombres o grandes mujeres, sino en personas más resilientes frente a los problemas cotidianos, personas que perseveran en sus relaciones humanas a pesar de todas las dificultades, que se niegan a vivir mal y que buscan valientemente otros caminos.

Esta inteligencia del corazón es también la que promueve la ayuda mutua creativa. Desde el comienzo de la pandemia fueron desarrolladas prácticas de autogestión colectiva con nuestros vecinos, como la creación de un mercado comercial. La dificultad de acceso a alimentos frescos y variados nos llevó a conocer algunas familias que vivían alrededor de la granja, y todos los sábados por la tarde intercambiamos nuestros excedentes directamente, de forma amistosa, sin dinero. Inicialmente eso fue posible porque éramos una comunidad muy aislada, a 400 km de las principales fuentes de contagio. Cuanto el virus más se acercaba a nosotros, más evitábamos la aglomeración, aun intercambiando. En el mismo generoso espíritu de intercambio “todos ganamos”, los paquetes de los productos se dejan ahora en un lugar específico en cestas personalizdas, después cambiadas por voluntarios y posteriormente devueltas a los participantes sin necesidad de contacto directo.

Foto ESI

El entrenamiento en las cuatro inteligencias de la Escuela va acompañada de cuestionarios dinámicos que invitan a la autoobservación y la autoevaluación. Los dos principales son: para iniciar la jornada, 1) «¿Está en una transición ecológica?» que nos invita a analizar las distancias entre nuestras ideas y nuestras prácticas. Para profundizar el camino tenemos el 2) «Salud y Felicidad», con preguntas que sirven para regular la brújula de nuestra vida, provenientes del corazón y la mente. No es casualidad que, en nuestro caso, con una dieta frugal y natural, actividades físicas completas y una vida llena de sentido y coherencia, nuestra salud sea muy buena, aunque nuestra felicidad no sea completa debido a la situación de nuestro país y del mundo y los riesgos de la vida cotidiana.

Para nosotros, la cuarta inteligencia que se enseña en la Escuela de Sustentabilidad Integral resume las otras tres: la inteligencia de la mente es importante para comprender mejor lo que está sucediendo en la sociedad y para dar claridad y sentido a nuestra acción. La inteligencia del cuerpo nos hace atender a las acciones cotidianas, aporta consistencia entre lo que pensamos y lo que hacemos, y forma la base de una vida en plenitud. La inteligencia emocional permite la amistad y la compasión con nosotros mismos y con los demás, especialmente en momentos difíciles. La inteligencia espiritual, la menos conocida de todas, es la que hace más fáciles todas las cosas, porque nos permite comprender que todo está interconectado y que cada cambio individual promueve el cambio colectivo y viceversa.

Por ejemplo, con cada emoción negativa, tratamos de no difundir este exceso de desgracias en el mundo, especialmente en esta época de pandemia de Covid 19: aceptamos el dolor, pero tratamos de aliviarlo no dándole tanta importancia. Si en el momento podemos, hacemos otra cosa: cuidaremos un animal, recogeremos frutos, plantaremos semillas, meditaremos en el bosque… Así, la naturaleza nos devuelve esa alegría simple de ser un colibrí.

Gestionar el aislamiento fue otro ejemplo de la necesidad de ver las dificultades como oportunidades para nosotros y para el mundo. En una granja casi sin Internet, es difícil buscar información y hablar con los allegados. En medio de una pandemia y en un país gobernado por una extrema derecha genocida, esto fue una fuente de angustia, por supuesto, pero también se convirtió en una fuente de alivio. A diferencia de los amigos que se quedaron en la ciudad, no podíamos seguir las noticias catastróficas y alimentar nuestras mentes y espíritus con cosas destructivas. Eso nos hizo bien, y una comprensión más amplia del campo sutil del mundo cuántico del que formamos parte, también nos permitió ayudar al planeta a superar sus males.

La inteligencia espiritual de la Escuela de Sustentabilidad Integral también es estudiada desde el punto de vista científico por el enfoque cuántico. Es la física de las posibilidades y el alma, como la llama Amit Goswami, o la física de la gran matriz del científico Gregg Braden. Nos ayuda a ver en la realidad la incertidumbre, la inclusión, la interconexión, a medida que aprendemos de las tradiciones de sabiduría de todos los pueblos y fuera de las categorías mecanicistas y cartesianas de certezas, jerarquías y separabilidad. La pandemia del Covid-19 ha sido muy útil para comprender las bases de la física cuántica: todo lo que ocurre aquí impacta el todo y también puede ocurrir en otros lugares; todo es incierto y nuestros acercamientos a la realidad son sólo posibilidades; y todos los seres vivos e inanimados son importantes en el proceso cósmico en constante evolución.

La dimensión cuántica e interconectada del mundo se hace evidente también en el aspecto material, en la forma interdependiente en que se organiza la Naturaleza. Una anécdota: la biodiversidad en la granja se desarrolló mucho durante los trece años en que nos convertimos en sus guardianes, principalmente debido a la reforestación. Esta dimensión positiva tiene consecuencias: al duro trabajo de un agricultor se añade la presencia de zorros, ciervos, armadillos, entre otros, que se comen nuestra producción, lo que no sucedía hace 50 años. Esto nos obliga a profundizar nuestra coherencia: celebramos la vida, aceptamos la interdependencia y compartimos con ellos lo que producimos.

La dimensión espiritual también se manifiesta en nuestra relación con el arte y la belleza, una fuente de admiración y gratitud. Embellecer la granja es un acto cotidiano ya sea a través de pinturas de arcilla de varios colores, mosaicos de cerámica rotos en las paredes, mandalas de flores en la puerta de la casa (como lo hacen en la India, de manera tan artística), a través de ensaladas que convirtieron en pequeñas obras de arte muy coloridas y en forma de flores… Con materiales simples, accesible a la gente que nos rodea, ofrecemos una vida más hermosa, atentos a la alegría de recibir la abundancia de la Naturaleza y transformarla en armonía a través de simples gestos de personas que tienen tiempo para lo que realmente importa…

La dimensión espiritual también se refuerza con la práctica yóguica de la meditación, los asanas y el pranayama, la contemplación de las aves, del cielo, las mariposas… y especialmente las experiencias rituales de homenaje a los elementos, como los cantos a la Naturaleza. Para calmarnos, para inspirarnos, para escuchar los sonidos de los elementos que hablan a nuestro corazón, tenemos el «templo» de la Madre Tierra – un simple claro en medio del bosque. Esto nos acerca al misterio, a lo sagrado, por lo tanto a una vida espiritual, secular. La incertidumbre cuántica, de la que la muerte es el mayor símbolo, se integra con la apertura de la mente, con meditaciones guiadas en torno al tema de la finitud… En el Sitio del Futuro tenemos rituales diarios simples que marcan los días. Ellos celebran la vida y muestran que una vida sana y sustentable se compone de actos de reverencia y gratitud para nutrir a la Madre Tierra.

Despertamos por la mañana agradecidos de estar vivos y ser parte del nuevo mundo; bebemos jugo verde o limonada tibia para limpiar y honrar nuestros cuerpos; trabajamos durante el día para la reconstrucción del mundo en este pedazo de tierra del que somos los guardianes, atentos al más mínimo detalle a las necesidades de los humanos, animales y plantas que viven aquí y nos rodean; agradecemos la comida y todo el trabajo duro y la energía humana que la trajo a nuestra mesa en abundancia; ritualizamos el final del día cantando, a las 6 pm, a lo sagrado femenino. Y finalmente, antes de dormir, agradecemos de nuevo, sea cual sea nuestro estado de ánimo, sabiendo que la gratitud es la puerta para vivir bien y que las cosas difíciles que estamos experimentando en este momento pueden ser las que nos permitan crecer en humanidad; damos gracias por todas esas cosas que nos molestan y seguimos confiando en la sabiduría de la vida. En estas profundas experiencias espirituales se puede percibir la unidad de todo y la sacralidad de la vida.

Espero haberles demostrado a través de este testimonio que trabajar por un mundo mejor puede ser una experiencia agradable y enriquecedora, no una carga. «Luchar» contra algo siempre es más difícil. Para ir más allá del viejo mundo ciertamente es necesario denunciar su perversidad, pero sobre todo es necesario actuar por la justicia, por la ecología, por la democracia y por la sacralidad de la vida. Lo que aprendo aquí de esta experiencia es que la construcción diaria de un modo de vida alternativo, donde la alegría de la coherencia está presente y donde cada día se siembran semillas de esperanza, es un modo de vida mucho más rico y gratificante que el que experimenté antes como académico y citadina. ¡Te invito a que también lo experimentes!


Traducido del español por Lianet Guerrero Scull