Por Milton Ojeda Flores

Una imagen me viene a la mente, cuando pienso en los jóvenes que salieron a las calles en el Perú los días 12 y 14 de noviembre de este año. En ella, luego de presenciar tanta ignominia, de pronto se voltean con el puño en alto, con cacerolas, palmas, cantos, bailes, cartones pintados, afiches y vestidos con la camiseta de la selección peruana de futbol, a denunciar al monopolio de medios de prensa, la corrupta clase política y las mafias empresariales. Un acto que terminó con la vida dos jóvenes, tras una de las jornadas más intensas de represión que se tenga memoria en el presente siglo.

A mi generación la denominaron, la Generación del Autogolpe, allá por el año 1992, cuando Alberto Fujimori cerró el Parlamento y dio inicio a 8 años de terrorismo de Estado, corrupción y psicosociales contra la población y la oposición política. El año 1997, miles de jóvenes salimos a las calles ante el intento de Fujimori por permanecer en el poder, pero fue la traición de su propio entorno, quien el año 2000 hizo que cayera la mafia cívico–militar liderada por el tenebroso jefe del Servicio de Inteligencia, Vladimiro Montesinos, hoy sentenciado a cadena perpetua. Luego de ello, se instaló la “democracia”, que asesinó con 10 balas a Bryan Pintado (22) y otra bala en el corazón de Inti Sotelo (24), la noche del sábado 14 de noviembre.

Hoy está comprobado que los 5 presidentes elegidos por voto popular que tuvo el Perú desde el año 2001, han participado en actos de corrupción. Esto equivale a decir, que los jóvenes que salieron a las calles este mes, prácticamente nacieron con lo que el poder de la histórica corrupción peruana denomina democracia. Y con estas marchas también cayeron todos los partidos políticos, dando paso a un movimiento social que solicita, de manera cauta, una Asamblea Constituyente.

La respuesta de la ciudadanía da cuenta de un expectante cambio en la sociedad peruana. Las movilizaciones se dieron en más de 20 importantes ciudades del país y se prevé que las manifestaciones continúen en tanto se suman las demandas populares por la profundización de las reformas del sistema educativo, del sistema político, la lucha frontal contra la corrupción y, ahora, la reforma de las Fuerzas Policiales. Sin embargo, se asoma una amenaza a lo logrado por la población: la continuidad de la inestabilidad política, producto de la abdicación del Tribunal Constitucional, respecto a la solicitud de precisiones para la aplicación de la norma constitucional que permite declarar la vacancia presidencial. Ello implica que un Parlamento, con altos niveles de desaprobación, mantiene su capacidad del control y sometimiento político al Poder Ejecutivo, que nació producto de las movilizaciones sociales.

Este escenario incrementa la sensación de frustración hacia la clase política que ocupa actualmente el Parlamento y de aquella que ya ha iniciado su campaña para las próximas elecciones generales de abril del 2021. En este contexto Perú celebrará 200 años de vida republicana, en medio de una crisis sanitaria y económica producto de la pandemia.

He podido acompañar las marchas y constatar que se desarrollaron de manera pacífica, vi con asombro como los jóvenes de distintos estratos sociales protestaban juntos, apagaban bombas lacrimógenas, cuyos efectos conozco desde mi niñez. Por el momento la población, se mantiene vigilante, ante cualquier acto que deslegitime la necesidad de sus demandas, sobretodo desde la prensa y la televisión. En el Perú, ahora los manifestantes no luchan por sus hijos, luchan por sus padres y porque las futuras generaciones no padezcan la incertidumbre de tener una vida plena. En sus afiches se leía que “Se metieron con la Generación Equivocada”. Es la generación que el sistema considera fallida para sus intereses, pero eso no les amedrenta. Es la generación que no se deja engañar, la que apretará el botón para reiniciar el país que quieren, sin pobreza, sin corrupción, sin dolor por reclamar dignidad.