El dolor generado durante la guerra civil española y la dictadura
Por Elsa Sierra
No vemos mejor modo de comenzar a escribir sobre tales heridas abiertas que rescatando un extracto del texto escrito y compartido por Nieves Martín (nieta y familiar de cuatro de los asesinados en Gavilanes, Ávila), en el acto de inhumación y homenaje a todos los republicanos fallecidos en similares circunstancias, y que tuvo lugar en dicha localidad en el año 2015.
La Conspiración del Silencio
«Recuerdo con cierta nostalgia los veranos de mi niñez en Gavilanes: las escaleras de piedra donde nos sentábamos para ver el cine de verano o los títeres del “Cotano”, y los juegos de la comba, las tabas, la rayuela, las chapas…, bajo la sombra de los grandes castaños junto a la iglesia; también recuerdo la cruz de piedra cuyo pedestal decía “Caídos por Dios y por España”, a la vez que contenía la inscripción de muchos nombres.
Una niña me contó que esos nombres hacían referencia a los valientes que habían muerto en la guerra. Yo sabía que el abuelo había muerto en la guerra y pensé, por tanto, que su nombre estaría allí. Leí todos los nombres, de arriba abajo y de abajo a arriba, pero el nombre del abuelo no aparecía.
Un día que estábamos jugando al escondite, o al rescate, corriendo por las calles del pueblo, me fijaba en que algunas calles llevaban nombres de personas, y me preguntaba cuánto de importantes habrían sido para que las calles llevaran sus nombres. Luego alguien me dijo que algunos eran los nombres de los valientes que habían ganado batallas o habían muerto en la guerra. Entonces pensé que quizás el abuelo habría sido alguien importante y que su nombre podría estar cerca, y recorrí las calles buscando su nombre, pero el nombre del abuelo no aparecía.
Con frecuencia los mayores relataban recuerdos de su juventud, acerca de los pastores, la vendimia, la trilla, los arroyos donde iban a lavar la ropa, los baños en la garganta en los veranos, las matanzas en los inviernos, las rosquillas que preparaban en fechas señaladas, etc. En aquellos relatos aparecían muchos personajes que conformaron un trocito de la historia de Gavilanes; algunos llegué a conocer, otros ya habían muerto antes de que yo naciera.
Me gustaba escuchar las costumbres antiguas de las gentes antiguas, con sus nombres antiguos, pero entre ellos el nombre del abuelo no aparecía. Como cada año, el día de los Santos, íbamos al cementerio. Yo observaba cómo los mayores limpiaban afanosamente las sepulturas y las adornaban con flores, y mientras tanto yo me entretenía leyendo los nombres de los difuntos grabados en las cruces de hierro o en las lápidas de mármol, pero entre ellos, el nombre del abuelo no aparecía.
En casa nadie hablaba jamás de la guerra, solamente la nombraban para decir la típica frase de “cómetelo todo, que no veas tú el hambre que pasamos cuando la guerra”. En una ocasión pregunté a la abuela: “¿cómo murió el abuelo? Entonces ella se santiguó y dijo: “Por Dios Bendito, de eso no se puede hablar, eso pasó hace mucho tiempo y esas cosas no se preguntan”. La abuela se había puesto nerviosa, demasiado nerviosa para haber transcurrido tantos años como ella decía. Y pensé que si el pasado fuera realmente pasado no causaría tanto malestar, y que si hablar de ello resultaba tan difícil era porque el pasado aún no había pasado.
Su reacción demostraba que no es cierto lo que siempre se dice de que “el tiempo todo lo cura”, parecía que el sufrimiento se había enquistado por algún motivo que yo no alcanzaba a comprender. Yo ya sospechaba que había algún secreto del que no se podía hablar y, entonces, busqué en mi libro de historia de EGB, pero a pesar de que las hojas estaban bien numeradas, constaté que faltaba la parte de la historia que yo buscaba, y que había sido premeditadamente olvidada por el editor.
Ya de adolescente, en un viaje en el coche de línea de Madrid a Gavilanes, escuché la conversación de dos mujeres que se sentaron detrás de mí. Oí cómo decían: “los cogieron, a unos en el campo y a otros los sacaron de sus casas, los torturaron, los fusilaron y luego los tiraron como a perros. Dos en el Reguero de los Herradores (Lanzahíta), tres en La Asomadilla (Pedro Bernardo), y tres en el mismo término de Gavilanes, en El Portalón… creo que 8 de Gavilanes en total”. Fue entonces cuando entendí que el abuelo no había muerto en el Frente. Él no dio su vida, a él se la arrebataron.
Fue entonces cuando entendí la reacción de la abuela y el silencio de todos, un silencio que gritaba, y comprendí que cuanto más se intenta olvidar algo más insistente es el recuerdo y más permanece en la memoria; que el miedo y el horror fueron tales que su mente no pudo elaborar lo vivido. Ese terror dejó a la abuela con un grito convertido en silencio. Entendí que el paso del tiempo no había hecho más que agravar el dolor y las injusticias.
Desde entonces fui recordando todos los silencios durante tantos años, todos los mensajes no verbales que comunican que no se debe preguntar, todas las emociones reprimidas, aquellos gestos cargados de intensidad, aquel camino que se esquivaba para no pasar cerca de “allí”. Entendí el conformismo, la sumisión, el servilismo, los complejos de inferioridad, la vergüenza, la culpa… Recordé el miedo a hablar, el miedo a la autoridad, el miedo a denunciar y cuestionar el poder, el miedo a significarse, el miedo a los cambios, el miedo a tomar decisiones, el miedo al que es diferente … Todos los recuerdos eran como las piezas de un rompecabezas y debía buscar las que faltaban. Intuía que algo de lo que somos tiene que ver con ese pasado que está medio escondido entre silencios, confusiones, viejos miedos, dolor y olvido.
Fue una lástima que la abuela nos dejara unos meses antes de que me diera cuenta de que, a pesar de tanto silencio, yo había tenido toda la información en mi casa durante muchos años. Sólo había hecho falta aprender a leer el silencio y el lenguaje corporal, a interpretar las emociones sin palabras y las palabras sin emociones”.
La paz no es un concepto, es un estado que se alcanza cuando se superan los conflictos de manera que permita a las personas y a la sociedad seguir desarrollándose, avanzando en justicia, en igualdad de oportunidades, en libertad.
En España durante los años de guerra (1936-1939) , postguerra y dictadura, miles de personas fueron torturadas, ejecutadas y arrojadas a fosas comunes, pozos, campos abiertos (una práctica común fueron los fusilamientos extrajudiciales, conocidos como los “paseados”), civiles cuyo delito fue apoyar los valores de la II República. Hambre y destrucción de las condiciones de vida digna fueron las causantes de muertes prematuras y de innumerables sufrimientos. Después de morir el dictador hubo un periodo de transición a la democracia que durante mucho tiempo se ha dicho que era “modélico” por ciertos sectores de la población, pero donde no se hizo nada para aliviar todo el dolor causado.
La reconciliación de los pueblos pasa por conocer la verdad de lo ocurrido, por ayudar a que las personas que han sufrido pérdidas sepan lo que sucedió, puedan recuperar los cuerpos, realizar los homenajes, rituales, expresar las lágrimas, los sentimientos que quedaron atrapados bajo la imposición y el miedo.
El punto de vista desde el que hacemos el planteamiento es desde la necesidad psicológica de realizar el duelo. Se comenta desde diferentes posiciones políticas y sociales, que supone reabrir heridas, partiendo de la base de que ya están cerradas. Es todo lo contrario, las heridas nunca se han cerrado. También se apoyan en que ha pasado mucho tiempo y que ya está todo olvidado. Nada más alejado de la realidad. Es una falacia pensar que el tiempo lo cura todo; cura lo que se haga en ese tiempo y lo que se trató de hacer es olvidar lo sucedido. Nadie puede olvidar a un ser querido que además murió y sufrió en trágicas circunstancias. Toda la exposición que viene a continuación fundamenta esto que afirmamos.
Nos apoyamos en dos documentales, recomendamos que se vean, porque, a través de diferentes testimonios, nos ilustran formas diversas de afrontar las pérdidas, así como lo necesario para que las personas afectadas puedan rehacer sus vidas. Son dos formas de llevar a cabo el duelo. La cara favorable de lo que significa dar espacio, apoyo y acompañamiento a las personas en duelo y el sufrimiento que se produce cuando todo eso falta.
El primero es “Remontando el vuelo”[I], de autoría propia, en el que se recorre el camino del duelo a partir de la experiencia de personas diversas y profesionales sanitarios que comparten sus conocimientos para ayudar en la facilitación de ese proceso de tratamiento del dolor ocurrido por la muerte del ser querido. También saca a la luz el duelo transgeneracional, el duelo por los asesinatos y desaparecidos que no se ha resuelto y pasa como dolorosa herencia a las siguientes generaciones. Aquí el enlace al documental.
El segundo documenta, “El Silencio de los otros”[II], expone las consecuencias del Pacto del Olvido, cuyo soporte legal fue la Ley de Amnistía de 1977. Impidió que se devolvieran a sus familias los muertos ejecutados y enterrados en las cunetas. Trata de personas torturadas durante la dictadura y su lucha por conseguir que se hiciera justicia. También aborda el tema de los niños robados a sus familias biológicas.
Ambos documentales expresan el duelo desde diferentes ópticas, una existencial y otra social y política. En el primero trata de lo que ayuda a superar el dolor. En el segundo de la lucha para que haya justicia, se repare y reconozca, todo el dolor producido y la búsqueda de soluciones para quedar en paz.
La muerte de un ser querido es uno de los acontecimientos que más impacto tiene en nuestras vidas. La pérdida de alguien importante abre una herida interior que es preciso cuidar para que cicatrice bien. El duelo, es ese proceso de curación que, de forma natural, estamos preparados para afrontar y asimilar. Es lo que llamamos el “duelo normal”
Elaborar el duelo es una necesidad psicológica. Existen circunstancias y condiciones que ayudan en ese proceso y otras que lo dificultan e incluso lo detienen, lo cual hace que la herida quede abierta o cicatrice mal. Esta situación condiciona negativamente la vida de la persona y su entorno.
Por cada fallecido existen numerosas personas que se ven afectadas, en menor o mayor grado. El duelo es personal pero también social. Cuando el apoyo social no existe y además la muerte es producida por otros, como en los asesinatos y en las guerras, la vida y el duelo se complican y quedan profundamente afectados.
El objetivo del proceso de duelo es recolocar al fallecido de manera que se pueda seguir viviendo. Es aprender a vivir sin la persona que queríamos y se sigue queriendo. Tratar de olvidar a esa persona es un error. No es posible olvidar porque la vinculación siempre existirá. En las muertes violentas y desaparecidos, el duelo queda fijado en las circunstancias de la muerte, en la necesidad de hacer los rituales de despedida, de honrar su memoria y la vida que esa persona tuvo, de que se haga justicia y reconocimiento de la atrocidad cometida.
El duelo transgeneracional es el duelo, que al no haberse podido realizar en su momento, queda como una herencia o tarea pendiente para las siguientes generaciones. Se transmite en modo de silencio, en los comportamientos familiares y de la comunidad de la que forman parte, en las emociones contenidas y miedos arraigados…Se transmite de forma no verbal, en la mayoría de las situaciones, comprometiendo la biografía familiar porque genera una atmósfera de sufrimiento oculto y no elaborado*.
Hay circunstancias que facilitan la elaboración del duelo, si se tiene información de como sucedió; si el fallecimiento se debe a causas naturales y se ha tenido la oportunidad de acompañar en la cercanía de la muerte; poder ver el cuerpo, realizar los rituales, ceremonias o funerales; compartir y expresar el dolor; recibir las manifestaciones de respeto y apoyo de la comunidad.
En el caso de muerte violenta por asesinato, existen muchos acontecimientos que hacen que la herida no se cierre bien, como son: muerte ocurrida por la intención de otras personas; no ver el cuerpo, como en el caso de los desaparecidos; falta de información sobre cómo sucedió; no poder hacer rituales de despedida, ni homenajes; no poder expresar lo que sentían y compartirlo con otros; no hacer justicia, no reparar el daño causado; en muchos casos, seguir viviendo cerca de los verdugos; pérdidas múltiples (en las que pueden producirse expropiación de bienes generando pobreza, exclusión social, humillaciones -como mujeres rapadas y violadas de mujeres republicanas-) continuadas en el tiempo y, con frecuencia, el exilio…
Todos estos problemas añadidos a la muerte del ser querido contribuyen a que el duelo se convierta en crónico y que trascienda, no solo a la familia más directa, sino al entorno social, y quede como herencia a resolver en las siguientes generaciones. Tenemos que asumir que el olvido no alcanza a anular los traumas de nuestro pasado. No podemos construir nuestra sociedad sobre el bloqueo y la falta de elaboración de momentos muy significativos de nuestra historia. En todo caso, estos problemas permanecen latentes y desde allí irradian su influencia llenando nuestra vida social y política de acritud, temores e incomprensión. Cada vez que diversos acontecimientos los hacen aflorar, vuelven a manifestarse con gran fuerza, pero no es que se hayan recreado, es que están sin resolver.
Datos de los documentales
[I] Sierra, E. (productora), Orús, A. (director).(2015).Remontando el vuelo. España.
[II] Carracedo, A. Bahar, R. Almodovar, A. Almodovar, P.(productores). Carracedo, A. Bahar, R.(directores).(2018).El Silencio de los otros. España. Deseo.
Elsa Sierra es psicóloga y experta en duelo.