Sedes abiertas, votemos. El ballotage en las grandes capitales indica casi en todas partes la existencia de dos bandos opuestos, uno de los cuales está en clara oposición al gobierno central. La situación caótica de la política local en la ciudad de Río de Janeiro es un retrato de la tragedia brasileña. La repugnancia que despiertan los dos candidatos es tal, que toda idea de la política como un arte de buen gobierno no sólo es abolida sino que es objeto de burla y humillación.
El primero, probablemente ganador, ocupó el cargo de alcalde hace unos años y es responsable de la desintegración del tejido urbano, las grandes obras que promovió con motivo de los Juegos Olímpicos de 2016 y la Copa del Mundo de 2014, han desfigurado la ciudad para siempre y más aún: cayeron como navajas sangrientas sobre las cabezas de comunidades enteras que vieron cómo sus humildes casas eran destruidas sin piedad para dar paso a los delirios de grandeza y lujo efímero. Era un alcalde atado a la corrupción de las grandes empresas de construcción, un alcalde maldito, ahora candidato y probable ganador también gracias a los votos de la izquierda, que optó por la lógica del voto útil, el menos peor, perdiendo definitivamente ese destello de dignidad que le quedaba.
El segundo, alcalde saliente, aliado de Bolsonaro desde un primer momento, es un autodenominado «obispo» de una de las más poderosas sectas evangélicas, la Igreja Universal do Reino de Deus, Iglesia Universal del Reino de Dios, un imperio multinacional de medios de comunicación religiosos, fundado de la nada y sobre la nada que en un puñado de años ha construido una poderosa máquina de consenso popular en los estratos sociales más desfavorecidos. Su mensaje religioso es muy claro: para tener éxito en la vida, todo lo que tienes que hacer es depositar por adelantado en la propia cuenta bancaria de Dios, que te devolverá por duplicado todo lo que hayas depositado. En sus cultos, abundan los milagros, exorcismos y testimonios de cuán grande es la recompensa pagada por Dios a aquellos que ya han dado todo lo que tenían. Deus es Fiel, Dios es fiel, ese es su lema. Con esta lógica, en cuatro años el alcalde saliente, ahora candidato, ha destruido lo que quedaba de la ciudad, la capital de un estado fallido que ha visto a sus últimos seis gobernadores arrestados. Cinco de ellos, condenados y ya en la cárcel, y el último a punto de entrar. Por corrupción, por supuesto. Una corrupción tolerada, permitida y alentada durante los años del gobierno de Lula que, necesitado de apoyo político, buscaba alianzas espurias con personas que parecen haber salido de los manuales de Cesare Lombroso.
En São Paulo, dos candidatos opuestos, el primero, el alcalde en ejercicio, un probable ganador, en connivencia con el mundo depredador de los negocios que ha tenido en sus manos la ciudad durante décadas, no puede esperar a cambiar el plan de uso del suelo para que sus patrocinadores hagan un desastre, sin correr ningún riesgo. Ha logrado obstruir, interrumpir y condicionar el trabajo de la junta de gestión del patrimonio histórico que, con las manos atadas, no ha sido capaz, mientras intentaba por todos los medios, de detener la destrucción urbana en curso.
El segundo es un representante histórico de los movimientos populares comprometidos con el tema central de millones de personas: el derecho a la vivienda. Una visión diametralmente opuesta a la del alcalde saliente. Hace dos años, aunque sin ninguna posibilidad de éxito, fue candidato a la presidencia de la república, logró ser conocido por la opinión pública, parte de la cual todavía lo considera como un terrorista invasor de la propiedad privada, uno que, de ser elegido, pondrá a los indigentes en tu casa, fumando marihuana y holgazaneando en tu sofá, un miserable comunista que no espera nada más que fundar un estado bolivariano en tu edificio de apartamentos.
Y así sucede en otras grandes ciudades. La verdadera novedad de estas elecciones municipales es el crecimiento del PSOL (Partido Socialismo y Libertad), un nuevo partido nacido de una costilla del PT, centrado en las cuestiones sociales de los derechos de las minorías. Hoy, con la probable derrota de su aliado en Río, Bolsonaro continúa tranquilamente en su lugar porque quien realmente perdió fue la izquierda y la oposición obligada a aliarse con un personaje deplorable, que ya ha demostrado su capacidad destructiva.
Todavía estamos muy lejos de la derrota del bolivarismo. Como ya he escrito en alguna parte, aunque ganaramos, perdimos rotundamente, y Bolsonaro, aunque perdió, se ríe felizmente mientras saborea el sabor de su victoria. Si la democracia se redujera a una votación, podríamos decir que hoy estamos dando al mundo una lección de paz y tranquilidad, millones de personas en las urnas eligiendo a los representantes elegidos democráticamente. Y en cambio vivimos bajo un régimen de excepción, somos el laboratorio mundial del neoliberalismo ortodoxo, asociado al narcotráfico de las milicias, con la participación activa en los tres poderes del Estado (ejecutivo legislativo y judicial) de las sectas fundamentalistas religiosas, coordinadas con las acciones de los terratenientes y potencias industriales transnacionales y las empresas extractivistas responsables del desastre ambiental. Un macabro ballet dirigido por el ejército que ocupa once ministerios, casi todas las secretarías ejecutivas y 2800 puestos directivos. Un macabro ballet responsable de la más descarada política negacionista cuyo fruto son las más de 170.000 muertes de Covid, una tremenda maniobra que quemó el treinta por ciento del Pantanal y arrasó para siempre con zonas enteras de la selva amazónica. Eso es más que la democracia.
Post Scriptum
Se acabó. Estoy escribiendo en tiempo real. Gracias a la votación electrónica, la velocidad de la boleta permite conocer los resultados poco más que una hora después del cierre de las urnas. Los resultados, y especialmente la diferencia de votos entre los candidatos, pueden permitir a las oficinas de estadísticas anunciar a los ganadores:
Eduardo Paes es el nuevo alcalde de Río de Janeiro.
Y en São Paulo, Bruno Covas se las arregla para mantener su asiento.