(A un año del Estallido Social)
Constituye ya un lugar común afirmar que la Pandemia sofocó el Estallido Social del 18 de octubre del 2019. Que de no ser por el Covid 19 no seguiría el actual andamiaje institucional y la presencia en el Gobierno y el Parlamento de una clase política dramáticamente separada de las demandas de la población chilena. Atónita frente al levantamiento popular más masivo y extendido de toda nuestra historia republicana. Una expresión protagonizada por los más diversos sectores sociales en cuanto a sus proveniencias ideológicas y condiciones socio económicas.
Hace un año se logró un contundente movimiento y consenso en la voluntad de promover un nuevo paradigma ideológico, es decir de toda una cultura alternativa que en lo político y económico haga posible un Chile justo y equitativo. Que se proponga salvarnos, además, de la crisis medioambiental que golpea con fuerza a nuestra geografía, recuperar nuestros recursos naturales, alcanzar una educación igualitaria, recuperar la dignidad del trabajo y garantizar el más pleno respeto de los Derechos Humanos.
De esta manera es que las calles de todo Chile se llenaron de protestas pacíficas, imaginativas y entusiastas, edificándose la esperanza de un cambio global que debe ir siempre de la mano de la voluntad soberana del pueblo. Para lograr más y mejor democracia, instituciones que se liberen de la corrupción entronizada en los tres poderes del Estado, las fuerzas armadas y policiales. De allí que en estas jornadas, que se prolongaron casi cuatro meses, los partidos políticos en general estuvieron ausentes, desbordados completamente por la unidad colectiva, y bajo los estandartes de un gran cúmulo de aspiraciones que irrumpieron desde todos los ámbitos de la vida nacional.
Es indiscutible que en este estallido estuvo presente la violencia y muchas acciones criminales que fueron bien aprovechadas por las autoridades en su intento por desbaratar las causas populares y, al igual que en la Dictadura, reeditar el terrorismo de estado, la tortura, las detenciones masivas, al tiempo de competir en el número de víctimas fatales y detenidos. El vaciamiento de los ojos de decenas de manifestantes fue la novedad en materia de agraviar a la inmensa mayoría de los chilenos, cortarles las alas a los jóvenes y conjurar la intención de las oligarquías de mantener el orden institucional legado por Pinochet, apenas retocado durante los treinta años que le sucedieron con los gobiernos de la Concertación, la propia derecha y la llamada Primera Mayoría.
Esta violencia, sin embargo, es solo el correlato propio de las profundas desigualdades, la escandalosa discriminación, como la grosera concentración de la riqueza. Es la contundente respuesta de los explotados y abusados por el sistema imperante. De los mapuches que se merecen autonomía y respeto a sus valores; de los jóvenes marginados y sin ninguna esperanza de encontrar un trabajo digno; de la inmensa mayoría de trabajadores pésimamente mal pagados; de los jubilados y sus pensiones de hambre, como del muy tardío e insuficiente reconocimiento de los derechos de las mujeres y niños. De un Chile que demostró con la Pandemia tener muchos más pobres e indigentes que los que reconocía, familias hacinadas y sin asistencia estatal mínima en todo el territorio y servicios públicos en manos del capital foráneo y de los más inescrupulosos empresarios de la Tierra.
De esta manera, las cúpulas políticas se vieron obligadas a consensuar una salida política cuyo hito inicial será el Plebiscito del domingo próximo. Conviniendo un proceso tramposo que le pondrá severas zancadillas a la acción de la futura convención constituyente, pero que podría abrir algo más esas “alamedas” por donde transiten los chilenos libres y sus justas vindicaciones. Porque todos sabemos que la posibilidad de una nueva Constitución dependerá mucho más del pueblo que asista a sus genuinos representantes, se mantenga en las calles y vigile el proceso. De tal forma que los quórums pactados para impedir el cambio se desbaraten en la fuerza arrolladora del consenso social.
Todos tenemos dudas respecto de lo que viene. Si será posible saltar los escollos, sujetar en sus cuarteles la conspiración de los militares, desafiar el poder económico de los grandes empresarios e impedir la intervención extranjera. Al mismo tiempo que dar vuelta la página respecto de los políticos y jueces serviles y corruptos. Superar y enterrar en la historia a los partidos que no son lo que dicen, ni piensan lo que proclaman, además de no actuar debidamente.
Es posible que por los temores intencionalmente publicitados en relación a la emergencia sanitaria que nos golpea, no tengamos una masiva concurrencia a las urnas. Que muchos integrantes de la llamada Tercera Edad, se resistan, por ejemplo, de correr riesgos por concurrir a votar, que también se inhiban los ya contagiados por el virus pandémico y sean muchos los que opten por abstenerse a fin de no legitimar un proceso electoral fraudulento desde su concepción en el Parlamento. Sin embargo, votar no es renunciar y, sin duda, puede demostrar, ahora en el secreto de las urnas, la irrenunciable voluntad de partir de cero (frente a una “hoja en blanco”) para definir y construir el Chile institucional venidero. En que “no se cambien solo las piezas del ajedrez político, sino el tablero mismo”.