Por Pietro Ameglio*
El 2 de octubre es el día mundial de la noviolencia, en memoria del aniversario del nacimiento de Gandhi, en Portbandar (Gujarat, 1869). Es también el aniversario de la muerte -en 1995- del padre Donald Hessler, pionero de la noviolecia y las comunidades eclesiales de base en México, quien acuñó dos ideas centrales para caracterizar esta forma de vida y lucha social (www.serpajmx.org): “La noviolencia es la más violenta de las violencias, pero no busca destruir al adversario sino su cambio hacia la justicia”. Y agregaría aquí una frase complementaria de Gandhi: “no podemos esperar a que el adversario tarde treinta años en cambiar, por eso recurrimos a la acción directa”. La otra concepción muy original que Donald difundía tenía relación con el Nican Mopohua (Aquí se narra), versión náhuatl del siglo XVI del relato de la aparición de María de Guadalupe a Juan Diego, donde cuestionaba: “¿Qué le pidió María a Juan Diego? Que sea humilde y audaz”. Para quienes hemos luchado desde esta práctica y cultura (“antigua como las montañas”, según Gandhi, quizás con demasiado optimismo), sabemos por experiencia directa la veracidad, complejidad y potencialidad de ambas ideas.
En México, el 2 de octubre es también la fecha en que se realizó -en 1968- el mayor hecho social de violencia masiva brutal de ejecuciones extrajudiciales, en nuestra historia posrevolucionaria. Así, violencia y noviolencia, guerra y paz, son caras de una misma moneda del orden social que nos atraviesa, y exigen tanto conocimiento de una como de otra.
Profundicemos un poco en la conceptualización de la noviolencia (http://www.ceprevide.gob.mx/wp-content/uploads/sites/15/2019/11/Cevepride-no-4-DIC-2019-ISSUU_page-0001.jpg), ya que es un término que siempre se ha prestado a confusiones y por eso desde hace algunas décadas se le ha agregado el complemento de “activa”, para distinguirla de un “pacifismo o resistencia pasiva”. Creemos que es mejor escribir la palabra toda junta porque expresa así una cultura y forma de acción con principios y lógicas históricas propias, que van mucho más allá de verse como una simple oposición a la violencia, como si al no haber una aparente violencia directa (no-violencia o no violencia), existiera ya la noviolencia (justicia, dignidad, co-operación, desobediencia a las órdenes inhumanas). Es un poco lo que sucede con la “paz armada” o “negativa”, que se cree es dada por la “ausencia de guerra”. Ni la noviolencia ni la paz positiva se definen como opuestas a la violencia o a la guerra.
Por ello, los diferentes movimientos sociales de muchos pueblos en todas partes del mundo, que realizaron luchas justicieras o de liberación noviolentas, han buscado siempre definiciones más precisas desde sus culturas autóctonas, para que la gente las entendiera mejor y no se cayera en discusiones maniqueas o bizantinas: Gandhi hablaba del “Satyagraha” (Fuerza de la verdad) y del “Ahimsa” (Fuerza del alma, no causar daño a ningún ser viviente); Martin Luther King de la “Fuerza del amor”; en Filipinas contra el dictador Ferdinand Marcos esta forma de lucha se llamó el “Poder del pueblo”; en Checoslovaquia en la lucha contra la dictadura soviética fue el “Poder de los sin poder”; en México actualmente es la “Resistencia civil”.
Para Gandhi, sistematizador e innovador moderno de esta filosofía y práctica:
“La noviolencia es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición, tan antigua como las montañas. No es una virtud monacal destinada a procurar la paz interior y a garantizar la salvación individual, sino una regla de conducta necesaria para vivir en sociedad, ya que asegura el respeto a la dignidad humana y permite que progrese la causa de la paz, según los anhelos más fervientes de la humanidad. La noviolencia no consiste en ‘abstenerse de todo combate real contra la maldad’. Por el contrario, veo en la noviolencia una forma de lucha más enérgica y más auténtica que la simple ley del talión, que acababa multiplicando por dos la maldad. Contra todo lo que es inmoral, pienso recurrir a armas morales y espirituales. A mi juicio, la noviolencia no tiene nada de pasivo. Por el contrario, es la fuerza más activa del mundo…Es la ley suprema. No se puede ser noviolento de verdad y permanecer pasivo ante las injusticias sociales”.
Si pudiéramos explicitar -con base en nuestra experiencia- un poco las diferentes áreas desde donde la noviolencia se puede abordar o incorporarse a ella, sin perder de vista que se trata de una “totalidad”, podríamos decir que se han desarrollado históricamente aspectos de acción social directa, de filosofía, de espiritualidad, de experiencias de vida comunitaria, de economía justa y solidaria.
Por otro lado, los principios de fondo tienen raíces en tradiciones religiosas, espirituales, humanistas, culturales, sociales, económicas y políticas de la humanidad en el sentido más amplio y plural. Por ejemplo, el cristianismo ve en la vida de Jesús un modelo noviolento sobre todo en el pasaje del “amor al enemigo”; el budismo en la “compasión” y el “desapego”; los pueblos indios y autóctonos de todo el mundo han crecido y sobrevivido con su gran integración a la Madre Tierra (”Pacha Mama”) y al Buen Vivir (“Lekil Kuxlejal” en tzeltal); el islam tiene en la frase de Mahoma “no hagas daño y no recibirás daño” uno de los principios universales más importantes de la noviolencia, que unen a todas las tradiciones: no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a tí.
Asimismo, si quisiéramos profundizar y agrupar conceptualmente en ciertos ejes algunos de estos principios esenciales más universales y característicos de la filosofía y práctica de la noviolencia, que se han ido acumulando y enriqueciendo desde la acción y reflexión de pueblos y personajes de todo el mundo y tiempo, podríamos decir que: 1) es una fuerza basada en el poder de verdad y del Amor, cuya primera exigencia consiste en respetar y promover la justicia legítima alrededor de nosotros y en todos los territorios posibles, distinguiendo entre el ser humano y sus actos. Para evitar “deshumanizar” al otro, es necesario conocer más acerca del proceso social que construyó en él esa inhumanidad, enfrentarla y detenerla, sin odiarlo ni eliminarlo a él también, aunque él quiera hacer eso con nosotros y nosotras; 2) es también necesario evitar caer en reproducir y aumentar la “espiral del odio, la violencia y la guerra”; 3) los medios deben ser tan justos y humanizantes como los fines, porque los medios ya son un fin en sí mismos (decía Gandhi que: “Los medios son como la semilla y el fin como el árbol. Entre el fin y los medios hay una relación ineludible como entre el árbol y la semilla”); 4) finalmente, en el plano de la cultura, la educación y la acción directa resulta esencial construir cuerpos, grupos y movimientos capaces de practicar la “desobediencia debida a toda orden inhumana” (Juan Carlos Marín), en oposición a la “obediencia a priori a la autoridad y a toda orden de castigo que emita”.
En México es muy extendida y usada actualmente la idea de resistencia civil, incluyendo en este concepto a toda forma de lucha por las propias territorialidades, identidades, culturas, recursos naturales y cuerpos, principalmente en un sentido de “defensa de”, ante un ataque de despojo, expropiación, represión o exterminio. Michael Randle afirma que “La resistencia civil es un método de lucha política colectiva basada en la idea de que los gobiernos dependen en último término de la colaboración, o por lo menos de la obediencia de la mayoría de la población, y de la lealtad de los militares, la policía y los servicios de seguridad civil…Funciona a base de movilizar a la población civil para que retire ese consenso, de procurar socavar las fuentes de poder del oponente, y de hacerse con el apoyo de terceras partes”.
En el “Programa Constructivo de la India”, Gandhi apuntaba al inicio su idea fundamental respecto del poder en las relaciones pueblo-autoridad, para la lucha social:
“Hace mucho tiempo que estamos acostumbrados a pensar que el poder emana únicamente de las asambleas legislativas. Considero esta creencia como un grave error, debido a la inercia o al efecto de una sugestión colectiva. Un estudio superficial de la historia británica nos ha llevado a creer que el poder es confiado al pueblo por las asambleas parlamentarias. La verdad es que el poder viene del pueblo y que para un tiempo determinado confiamos su ejercicio a los representantes del pueblo que hemos escogido. El parlamento no tiene ningún poder, ni existencia siquiera, independientemente del pueblo. Durante estos últimos veinte años me he esforzado en convencer al pueblo de esta verdad tan sencilla. La desobediencia civil es la llave del poder. Imaginemos a un pueblo entero negándose a conformarse con las leyes vigentes y dispuesto a soportar las consecuencias de esta insubordinación”. Y complementaba el mismo Gandhi: “Hasta a los gobiernos más despóticos les es imposible permanecer en el poder sin el acuerdo de sus gobernados. Es verdad que el déspota cuenta muchas veces, gracias a la fuerza, con el consentimiento del pueblo. Pero apenas el pueblo deja de temer a la fuerza del tirano, su poder se derrumba. La democracia no está hecha para los que soportan como borregos. En un régimen democrático, cada individuo guarda celosamente su libertad de opinión y acción”.
A su vez, aunada a esta toma de conciencia individual y colectiva del “propio poder”, otra de las principales armas noviolentas está en la acumulación de “fuerza moral” -derivada también del incremento de “fuerza material”-, en la “firmeza permanente” (a veces significa no moverse de un lugar hasta lograr la demanda) para lograr los objetivos de la lucha. Por ello resulta tan importante lograr que la verdad de una lucha sea muy visible y conocida en la sociedad -a través de los medios, alianzas y las acciones públicas-, para que la autoridad -por la presión social- sea forzada a aplicar la justicia. Resulta también clave tomar conciencia que las acciones de resistencia civil noviolenta que un grupo, movimiento o persona emprenda, tienen que buscar tener una relación de intensidad y proporcionalidad con las acciones de violencia que el adversario desarrolle, si no el efecto de presión sobre él será insuficiente. Y es claro también que las propias acciones deben medirse según las fuerzas y apoyos de que se disponga, para evitar riesgos, provocaciones, represión o derrotas innecesarias.
Dos luchas de resistencia civil en México hoy ¿cuál noviolencia?
Por supuesto, que la lucha noviolenta -o pacífica como la llaman algunos- no es la única forma de resistencia civil, ni necesariamente la más válida o legítima. De ninguna manera queremos absolutizar, hacer proselitismo ni catecismo de esta forma de lucha milenaria. Adherirse o no a ella no es invalidar o negar otras formas de lucha. Pero, nos parece que la mejor forma de respetar y meter el cuerpo en las distintas luchas es tomar conciencia de lo que realmente proponen como estrategia y táctica, y conceptualizarlas lo más claramente posible. También es cierto que, desde siempre, en muchas luchas se han mezclado diferentes enfoques lo que a veces hace compleja su caracterización. Pero, plantearse de llevar adelante una lucha noviolenta sin acumular “fuerza moral” -legitimidad- es impensable.
En este sentido, quisiéramos reflexionar acerca de dos movimientos de resistencia civil que atraviesan actualmente a nuestro país: la toma feminista de la CNDH y el campamento (¿?) del Frena en el zócalo. Ambos son muy opuestos en casi todo, pero tienen un enfrentamiento directo con el gobierno federal, que los une.
En el caso de los grupos feministas -unidas en un inicio también con las madres de desaparecidos- su causa es totalmente legítima y humanizante, tan ejemplar como urgente de resolver ¡ya!. Pero nos parece que existe una gran confusión entre el fin y los medios (tácticas y acciones), lo que deriva en un debilitamiento de su fuerza moral y material también: la legitimidad de las causas de ninguna manera legitima los medios usados!.Una gran mayoría de la población ni se acerca a esta lucha, por muy variados motivos que van desde el miedo, el separatismo hacia los hombres o la estrategia -en parte del llamado “anarquismo insurreccional”- de grupo o célula de acción directa (“Que arda todo lo que tenga que arder”), buscando sembrar el “caos” como objetivo inicial y casi único.
No voy a entrar en la reflexión táctica de las acciones, sino en la de la estrategia, estamos hablando sólo desde el punto de vista de una lucha social, no desde juicios moralistas sobre si está mal o no pintar cuadros, paredes, encapucharse, etc. Porque queremos que las demandas de esa lucha avancen verdadera y rápidamente, y no sólo quedarnos apantallados por “fuegos artificiales”. Por eso no aceptamos la frase que nos han dicho acerca de “¿Quién tiene el derecho a cuestionar nuestras formas?”, ya que todos y todas las que luchamos o somos solidarios con una lucha, tenemos derecho a “pensar en voz alta” la lucha -en sus medios y fines-, pues la reflexión colectiva es un arma central de apoyo a cualquier lucha.
Unas preguntas estratégicas, por ejemplo: ¿por qué convertir la CNDH -institución que claramente hay que reformar de fondo pero no destruir, pues sin duda ha sido un avance en comparación a lo que existía antes- en casa de refugio para mujeres buscando destruir todo, en vez de tomar o exigir al gobierno algún espacio igualmente grande en el mismo centro histórico para ese fin, con presupuesto incluido? ¿Por qué no crear un órgano autónomo ciudadano de familiares de desaparecidos al que la institución esté obligada por ley a darles semanalmente la información del seguimiento directo a los casos y avances en cuestión, y pueda denunciar y vigilar a funcionarios, retirando a los incompetentes o cómplices? Estoy casi seguro que eso y más, se lograría con apoyo masivo por la legitimidad de la causa. Pero ¿es realmente eso lo que se busca?
Tengo cercanía de mucho tiempo con grupos y personas muy valiosas y valientes que están luchando junto a Black Lives Matter en Estados Unidos -en Oregon y California-, y un tema recurrente en sus reflexiones estratégicas es el daño que hacen a la lucha antirracista y antiTrump los grupos muy pequeños de choque que hacen acciones de fuego en las grandes movilizaciones, porque el más feliz y beneficiado está siendo Trump, que ha revivido su campaña con sus consignas de “ley y orden”. No es que esté bien o mal esa forma de lucha, pero en la coyuntura electoral actual norteamericana con Trump, está siendo muy perjudicial y él la está usando para sus falsas y patéticas acusaciones al Partido demócrata de terroristas y anarquistas. Y más allá del infantilismo social que eso nos parezca, es innegable que “opera” a nivel voto en grandes mayorías conservadoras.
Regreso a México. El dizque campamento del Frena en el zócalo es una de las más patéticas y miserables acciones de manipulación social de la peor derecha que uno podría ver, pero en algo “funciona”, en el sentido de ir construyendo -aunque sea sólo mediáticamente- una imagen social “virtual” de pequeñas masas opositoras con aparente legitimidad. Sabemos perfecto el nivel de intereses, impunidad y corrupción que hay detrás en los liderazgos, pero lo único que no se puede hacer es “bajar la guardia” y banalizarlos.
En lo personal, no conozco prácticamente a nadie de los firmantes de la carta de los 650 -que claro tienen derecho a hacerla-, más que a unos pocos personajes públicos de mínima fuerza moral -pero disfrazadas y disfrazados de ovejas puras defensoras de la democracia-, con intereses muy oscuros de décadas, pero cuesta creer que un número -aunque sea muy pequeño- de personas del quehacer científico o intelectual puedan haber firmado una carta tan pueril, infantil (no es un despectivo sino un estadio epistémico del conocimiento) y falsa, digna del más bajo populismo al que se critica. Que alguien mínimamente reflexivo e informado diga que hay “asedio a la libertad de expresión en México”, o aún peor que afirme de la manera más pueril y genérica posible -como niños pequeños pataleando sin saber qué decir- que este gobierno ha “despreciado la lucha de las mujeres y el feminismo, el dolor de las víctimas por la violencia, ha ignorado los reclamos ambientalistas..ha tratado de humillar al poder judicial, ha golpeado a las instituciones culturales, científicas y académicas…”. ¡Increíble la generalización abstracta y parcial, tomando un hecho y haciéndolo total! ¡Cero pruebas y cero objetividad sobre todas las acciones a favor precisamente de esas luchas y demandas, que son infinitamente más de las objeciones legítimas! ¡Qué “falta de proporción” diría Iván Illich!
Y lo más patético está en el nombre: Frente antiAmlo. Qué puede haber más bélico y constructor de violencia social que estar estigmatizando y creando chivos expiatorios individualizados satanizados, esa es la base de la “guerra sucia” y en su versión más inhumana del “exterminio”. Propagar odio “infantilmente” hacia una persona, por la pura emotividad sin nada de reflexión y objetividad fáctica, esa es su consigna; cosechar en el caos social de la guerra y la polarización. ¿Esos aparentes intelectuales, científicos o campamentistas -y por supuesto los grupos detrás- no pensaron en hacer algo antes por un Frente antiCalderón (metió al país en la peor ¡guerra de exterminio! posible con el narco gobernando) o antiPeña (¡saqueó! todo lo Nuestro)? Ni siquiera ha existido un Frente antiChapo…Lo que ha hecho Amlo, entonces, se ve que para esas personas ha sido más terrible, violento y deshumanizante para el país que una guerra de exterminio contra la población encabezada por el narco-gobierno o el saqueo de todos los recursos naturales. Si fuéramos ingenuos, y no conociéramos nada de los procesos e “infantilización social”, les creeríamos y nos preguntaríamos ¿Qué habrá hecho Amlo de tan monstruoso, que sea peor que ser genocida o depredador, y que ocasione que esas personas lo odien más a él que a sus antecesores?
Si uno le preguntara a la gente de a pie que anda por ahí curioseando o dando vida a una tienda vacía en el campamento: ¿por qué eres antiAmlo? ¿Qué ha hecho de tan terrible o qué te ha hecho de tan atroz como para crear y que participes en un frente anti él? Estoy seguro que nadie podría contestar algo racional, más allá del odio de generalidades pueriles y patéticas por lo sesgadas (sólo ven la aguja en el pajar), sin el mínimo análisis objetivo y serio con algo de rigor político, social y económico.
Y lo más paradójico, aunque sea difícil de creer, es que no soy un seguidor de “obediencia ciega” a AMLO, soy crítico del tren maya, del corredor transísmico, del trato a migrantes y de la militarización masiva, pero tampoco me considero tan ciego e “infantilizado, ni alguien sin memoria que olvidó el horror del que venimos por décadas y al que ni por asomo queremos siquiera pensar en volver.
*Miembro del Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), del Colectivo “Pensar en voz alta”, y del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en 2011.