Por Eduardo Yentzen*
Estos tres roles tienen en principio distintos posicionamientos, herramientas y propósitos.
El político ocupa el discurso, la retórica, la discusión, la polémica…; y su propósito es convencer, seducir, guiar, dominar, conducir, dirigir, conseguir adhesión, respaldo, voto.
El pedagogo ocupa la charla, la clase, la ponencia, la exposición…; y su propósito es enseñar, ilustrar, dar conocimientos.
El terapeuta ocupa la escucha, la comprensión, la interpretación…; y su propósito es clarificar, iluminar lo inconsciente, favorecer la integración y armonía.
Así, tenemos tres roles, o especialidades, con sus instrumentos y propósitos distintos, a los que subyacen características particulares de personalidad.
Ahora bien, podríamos considerar que cada uno tiene una validez específica y particular, la que supone la validación de su propósito específico. Por lo mismo, cada uno encontrará razones para no validar aspectos del propósito del otro.
Por ejemplo, al pedagogo le parecerá mal dominar o dirigir las mentes del que aprende; al político le parecerá mal el que el terapeuta no conduzca al paciente hacia un fin predefinido como bueno; al terapeuta le parecerá mal que el político busque la adhesión del otro y no su liberación; y que el pedagogo entregue conocimiento externo en vez de ayudar a descubrir conocimiento interior. En fin, se podrían encontrar más ejemplos de cómo los propósitos de un rol se contraponen parcialmente al del otro.
Además, desde esos roles, la vinculación con el otro y el uso del tiempo es distinto. El pedagogo ocuparán casi todo el tiempo para exponer, y otorgará a veces espacios para preguntas; el político ocupará todo el tiempo que pueda en exponer, y se verá limitado por el reclamo del otro por su derecho a ocupar tiempo, y de allí los intentos de regular el uso del tiempo; el terapeuta trabaja con el hablar del otro, por lo que no suele ocupar el tiempo con un hablar propio.
Ahora bien, el político, el pedagogo y el terapeuta son roles, y no un ser humano completo. Esto significa que la persona que tiene un rol, puede en ocasiones tener manifestaciones del otro rol; y un ser humano podría llegar a tener y a complementar la manifestación de los tres roles de manera armoniosa. Este es un desafío mayor.
Podría analogarse con esa fábula del hombre que tiene que cruzar un río con un lobo, un cordero y una col, debiendo preservar a los tres; y sólo puede llevar a uno de ellos por viaje. El problema es que si deja solos a los pares lobo-cordero y cordero-col, se devoran entre sí: Entonces si deja en el primer viaje al lobo y la col y lleva al cordero a la otra orilla, en el segundo viaje lleve al lobo o a la col, cualquiera quedará con el cordero en la otra orilla cuando vuelva a buscar al otro –y ambas duplas se devoran…
La solución a esa fábula requiere un tipo de pensamiento creativo. Lo mismo con los roles. Para que una persona tenga y ocupe los tres roles de manera armoniosa, requiere un tipo de pensamiento y emoción que puedan salirse de los roles y navegar o posicionarse por encima de ellos, integrándolos y reconciliándolos. Esto requiere de un aprendizaje específico.
Entonces, el anhelo de que los políticos sean a la vez pedagogos y terapeutas es un valioso anhelo, pero no es fácil que se produzca. Igual de difícil será que los terapeutas sean a la vez pedagogos y políticos, o que los pedagogos sean a la vez terapeutas y políticos.
*Miembro del Club del Diálogo Constituyente