CUENTO

 

 

Este cuento pertenece a la serie «Epew: cuentos de ficción del #PuelMapu» y está basado en una historia real.

 

Un día el hijo menor de Don Puelman despertó más inquieto que nunca. Un sentimiento extraño lo invadía. El hijo menor de Don Puelman se levantó y se miró al espejo, se tocó los pómulos, los labios, los ojos. Una energía superior a él le caminaba por el cuerpo; le caminaba por las piernas, los brazos, el pecho. El hijo menor de Don Puelman se sentía distinto al resto de los niños de su edad. “¡Yo no soy igual a ellos!”, se decía en silencio, por las noches, el hijo menor de Don Puelman. “No quiero jugar a sus juegos, ni vestir camisas a cuadros, tampoco botines de fútbol quiero vestir”, insistía angustiado.

Una de esas mañanas de incertidumbre el hijo menor de Don Puelman despertó con una imagen bien nítida surgida en un sueño. Había soñado que era azul y que vivía en el agua. En su sueño el hijo menor de Don Puelman se podía ver con una cola larga nadando en un mar extenso; él se podía ver con branquias en el cuello. “¡Soy una sirena! ¡Soy una diosa del mar!”, pensó el hijo menor de Don Puelman impactado por la precisión de las imágenes. “¿Los niños sueñan ser como sirenas? ¡No puede ser! Le llego a contar ésto a mi papá, se va a enojar mucho conmigo. ¿Cómo le voy a contar que por las noches sueño que soy una sirena azul?” Después de algunos minutos de desconcierto, el hijo menor de Don Puelman, decidió ir a hablar con su madre, aunque la madre, a diferencia de otras madres, nunca sonreía cuando lo veía. “¿Con que cosa rara me va a salir esta vez?”, solía pensar la madre. El hijo menor de Don Puelman siempre intentaba acercarse y hablarle a su mamá, pero su mamá siempre le respondía lo mismo: “¡anda a esconderte porque está por llegar gente a la casa!” Adelantándose a esta respuesta, el niño fue directo al grano y esa mañana preguntó sin rodeo alguno: “¡Mamá! ¿Los niños sueñan con ser sirenas azules del mar?” Pero la madre hizo caso omiso, como si no lo hubiera escuchado y como era de esperarse, lo mandó al ropero nuevamente.

El hijo menor de Don Puelman se quedó en silencio dentro del ropero repleto de ropa vieja; se quedó enojado y sin realizar el menor ruido para que las visitas no descubrieran que estaba ahí. El hijo menor de Don Puelman sólo atinó a mirar el espejo roto, que siempre miraba, para preguntarse esta vez: “¿por qué me pasa esto? ¿Por qué nadie me puede explicar lo qué me pasa?” Con ese malestar el hijo menor de Don Puelman se fue a dormir. Y al otro día, en la escuela, insistente, intentó jugar con sus compañeras, pero las nenas no quisieron compartir sus muñecas, ni sus pinturas; ni hablar con él querían. Incluso cuando le negaron el juego al hijo menor de Don Puelman se rieron de él. Toda la escuela se rió de él . Incluso las maestras se rieron de su deseo, sólo por pretender jugar a otros juegos que no fueron pensados para él. ¿Por qué le negaron el juego al hijo menor de Don Puelman? ¿Ustedes se animarían a negarle el juego a una persona? ¿Puede ser feliz una persona sin jugar? Entonces el hijo menor de Don Puelman volvió a su casa más confundido que la noche anterior y se encerró solo en el ropero a llorar mucho; hasta que le ardió la cara y los ojos de tanto llorar no se detuvo. Y cuando ya se cansó de llorar se durmió. Y cuando despertó se miró en el espejo roto y no lo dudo, comenzó a cambiarse. Primero se cambió la remera, que era a rayas blancas y amarillas. Luego se colocó un vestido celeste de su abuela que era viejisimo y le llegaba hasta los pies. Por último, se colocó un pañuelo azul en la cabeza. Se miró al espejo el hijo menor de Don Puelman y ahí, justamente ahí, se dio cuenta que le faltaba maquillaje, un labial y ramillete. Entonces, cuando se predisponía a salir del ropero se dio cuenta que había salido de su refugio y que afuera corría peligro. Y justo en el momento que reflexionó ésto, apareció su hermano que tenía los brazos más largos del barrio y sin mediar palabra lo dejó llorando de nuevo. “¿Qué haces vestido así?”, le preguntó indignado su hermano. “¡Soy una sirena azul del mar!”, le gritó en la cara el hijo menor de Don Puelman. Y el hermano, que era como un remolino de agua cuando se indignada, gritó con todas sus furias su descontento. “Lo único que falta es que te vean desde la calle para que una tempestad nos inunde y nos arruine como familia. ¿Cómo se te ocurre pensar que sos una sirena azul? ¡Vos sos un pequeño hombre! ¡Un niño confundido sos!” El hijo menor de Don Puelman quedaba siempre sin ropa y con la cara ardiendo de fuego. Ya habían ocurrido situaciones similares con el hermano mayor que parecía un remolino de agua cuando se enfurecia.

Muchas veces el hijo menor de Don Puelman había pasado la noche llorando en la vereda de su casa, contando las lágrimas que le caían en los brazos. “Me gustaría entrar en una lagrima y permanecer ahí para siempre, para que nadie pueda tocarme ni lastimarme”, se decía resignado y cansado de tanto vivir en el ropero y sufrir los huracanes de su hermano mayor. Y es que verdaderamente, el hijo menor de Don Puelman, se movía por la vida como si viviera en una burbuja. Nadie lo veía, ni lo escuchaba, ni lo conocía. Así pasó parte de su infancia el hijo menor de Don Puelman, entre ventarrones y lágrimas; entre risas burlonas y soledades incontables. Hasta que un día decidió irse, fugarse, escaparse hacia una mejor vida. “¿Habrá otras personas como yo?”, pensaba el hijo menor de Don Puelman, mientras preparaba las pocas cosas que tenía para fugarse por la noche. El hijo menor de Don Puelman tomó un palo de madera, ató el pañuelo azul en el palo, puso unas hojas de menta para la tristeza dentro y comenzó a caminar por el barrio de calles de tierra y árboles de álamos inmensos. Apenas hizo unas cuadras, apareció uno de los perros que siempre, donde lo veía, lo iba a saludar. Le besaba primero las manos, luego la cara. El hijo menor de Don Puelman no dudó en bautizarlo Trewa en honor a una palabra que había escuchado de boca de su padre, pero que nunca había podido saber que significaba. Trewa era pequeño, lanudo y blanco. Trewa era el único ser que lo miraba con cariño al hijo menor de Don Puelman. Sin duda, Trewa sería un ser importante en la historia del hijo menor de Don Puelman en esos días de penas y olvidos.

“La Luna y Trewa son los únicos seres que me prestan atención, que me ven y me acompañan sin importar como soy”. El hijo menor de Don Puelman estaba convencido que la Luna lo seguía para custodiarlo, que la Luna era su custodia. Anduvieron muchos caminos el hijo menor de Don Puelman, Trewa y la Luna. Siempre se mantuvieron en silencio y a escondidas. Anduvieron por chacras de manzanas y peras. Durmieron en la interperie, sólo iluminados por la luz de la luna. Miraron las estrellas desde las bardas rojizas que acompañan el río Negro. El hijo menor de Don Puelman y Trewa contaban las estrellas. Por cada estrella Trewa pegaba un ladrido, mientras que el hijo menor de Don Puelman contaba en voz alta: “kiñe, epu, kulla, meli”. ¿Quién sabe qué querían decir esas palabras que el hijo menor de Don Puelman pronunciaba con tanto convencimiento, como si brotara de su boca un saber guardado hace miles de años? “Ahora tenemos que dormir con la cabeza apuntando hacia el Puel, hacia donde sale el sol”, repetía el hijo menor de Don Puelman, como si supiera lo que eso quería decir. Fue esa noche, con la Luna y Trewa como testigos, que el hijo menor de Don Puelman decidió cambiarse el nombre. “De ahora en adelante seré la Niña Puel. Ya no seré más un niño. Yo soy una sirena azul del mar”, argumentó la Niña Puel mientras Trewa ladraba y movía la cola. Hicieron una gran fogata y quedo pactado el nombre luego de ofrendar unas semillas de manzana y pera al río Negro. “De ahora en adelante seré una custodia del río, una custodia del agua”, sentenció la Niña Puel.

Al día siguiente, bien temprano, la Niña Puel emprendió camino con Trewa. Caminaron todo el día por las chacras de álamos del Valle de Manzanas. Al llegar la noche, llegaron a la Ciudad de los Cementerios donde andan personas como fantasmas; hombres de piel desnuda, trinas largas y caballos blancos suelen andar en esa ciudad durante la madrugada, en el momento que todas las personas duermen. Y justo en el instante de pisar la plaza de la ciudad, la Niña Puel se cruzó con un Detractor de las Niñas Puel. Ella había escuchado que existían estos hombres que se movían sigilosamente por muchos lugares, inclusive los pueblos más pequeños. Los Detractores de las Niñas Puel suelen reírse de ellas como hienas; como payasos suelen reírse los detractores. Apenas el detractor la vio se empezó a reír a carcajadas. De las personas que se habían reído de la Niña Puel, el detractor fue el que más malvada y burlonamente se rió. Luego el detractor se acercó, la sujetó del brazo e intentó ofrecerle un alfajor de maicena. Pero la Niña Puel, rápidamente, se dio cuenta que era un engaño y que el alfajor de maicena no tenía maicena. Entonces la Niña Puel con ayuda de Trewa, que no cesó de ladrar un segundo, se logró zafar del detractor y empezó a correr hacia las vías del tren de la ciudad, que parecía un cementerio también, porque no se veía a nadie cerca de ella.

La Niña Puel y Trewa corrieron por la orilla de las vías iluminados por la luz de la Luna. Cuando finalmente llegaron a la estación, la Niña Puel se cercioró de haber perdido al detractor y comenzó a leer los letreros que había en la estación de trenes. “Salida hacia la Ciudad que Apila las Casas Hacia Arriba, en 20 minutos”, decía uno de los carteles. La Niña Puel había escuchado que en esa gran ciudad existían otras niñas como ella. Así que no lo dudó, compró un boleto e intentó subir al tren con Trewa, pero en el vagón de acceso no lo dejaron subir. Trewa comenzó a ladrar, mientras que el sereno lo intentaba espantar con un palo. Trewa se quedó a media distancia ladrando furiosamente y la Niña Puel sólo atinó a gritar y rogarle al sereno. Pero el sereno sólo movía la cabeza de un lado a otro de forma negativa. Ambos, Trewa y la Niña Puel, se quedaron mirando como si fuera la última vez que se verían. Trewa ladró dos veces. En cambio, la Niña Puel sólo atinó a levantar la mano derecha y mantenerla en el aire en señal de un saludo de despedida. Mientras el tren comenzó a avanzar Trewa corría a la par del tren y la Niña Puel lloraba como lloraba cuando estaba en la vereda de su casa. Las lágrimas le caían por su nariz, hasta los labios y finalmente se perdían en los pasillos del tren. Una vez más el dolor y la pérdida se hicieron presentes en el corazón de la Niña Puel. Ella no espero nunca perder a su amigo Trewa tan pronto. Ahora sólo le quedaba la Luna.

Todo el viaje la Niña Puel fue mirando por la ventana a la Luna. Y le preguntaba a la Luna: “¿por qué nos dejó Trewa? ¿A dónde vivirá ahora? ¡Seguro estará perdido! ¿Quién contará estrellas con él?” Cuando la Niña Puel, luego de varios días de viaje, logró llegar a la Ciudad que Apila Casas Hacia Arriba, se dio cuenta que las casas que se apilaban hacia arriba, tapaban el cielo y el sol. “Y si tapan el cielo y el sol, también van a tapar la Luna”, reflexionó la Niña Puel con un tono de lamento y pérdida inconmensurable. No sé cuántas casas que se apilaban hacia arriba contó la Niña Puel. La Niña Puel sólo intentó encontrar a la Luna, pero ya no la pudo ver más. La esperó varias noches en la estación de trenes, pero nunca llegó la Luna. La Niña Puel se dio cuenta que nuevamente estaba sola. De repente la Niña Puel había quedado sola en una gran ciudad. Ya no tenía ni a Trewa ni a la Luna. Entonces la Niña Puel comenzó a caminar sola por la ciudad que apila las casas hacia arriba. Anduvo vagando varios días y sus noches. Dormía en los subtes, a la salida de las jugueterías y en las puertas de los bancos dormía. Varias noches anduvo errante la Niña Puel buscando el río y las niñas que, como ella, sueñan ser las custodias azules del agua, pero nunca halló nada, sólo se encontraba, en esas noches frías de invierno, hombres con dientes de oro y gatos de un sólo ojo que la miraban maliciosamente. Atestaban la ciudad los hombres de dientes de oro y gatos de un solo ojo. Hasta que una de esas noches, de tanto andar, divisó a lo lejos un grupo de mujeres que reían, bailaban y cantaban como si estuvieran en una gran ceremonia alrededor del fuego.

Estas mujeres eran especiales. No eran como otras mujeres que ella había conocido. La Niña Puel se imaginó de adulta y pensó que sería como esas mujeres que reían, bailaban y cantaban en la noche sin que el sol ni la luna las viera. Las mujeres le chistaron y la llamaron. Era la primera vez que alguien no se reía de ella y la llamaban con verdadero interés. La Niña Puel no podía comprender que existieran personas como ella, pero adultas. Eran esas personas mágicas y de un mundo que no le había sido permitido ver. La Niña Puel no lo dudó, se acercó confiada apenas le chistaron. Ella sabía que las mujeres que eran como ella, pero adultas le podrían responder muchas cosas que no entendía. “Toda la vida, hasta ahora, pensando que las niñas que sueñan ser las custodias azules del agua eran niñas, cuando en realidad también son mujeres que se visten como ellas quieren, ríen y cantan por la noche, incluso aunque no las vea la Luna. ¿Soñaran ellas también con el agua del océano y el azul del infinito?” Nuevamente comenzó con los interrogantes la Niña Puel. “¿Cómo han hecho para sobrevivir en un mundo tan hostil, con tantos detractores de niños que sueñan ser sirenas azules de mar? ¿Cuántas personas como nosotras existirán en el mundo?” Y mientras se preguntaba estas cosas, las mujeres no dudaron en acercarse a ella preocupadas porque no la veían bien después de tanto andar y trajinar por la ciudad que apila las casas hacia arriba.

“¡Hola reina!” “¿Por qué tan sola?” “¿Por qué tan triste?” “¿Tenés los ojos hinchados?” “¿De dónde venís?” “De lejos. De la Tierra del Este vengo. Soy la niña sin Luna, soy la Niña Puel”. Y cuando la Niña Puel se dio cuenta que las chicas que eran como ella, pero más grandes la escuchaban no resistió más y se abrazo a la que primero le habló. Le abrazó las piernas y la apretó fuerte, mientras lloraba. Milanca que era la más silenciosa de todas, la abrazó a la Niña Puel y se la llevó a su casa. Las mujeres que reían, bailaban y cantaban en la noche entendieron rápidamente que una nueva integrante había llegado a visitarlas y a quedarse con ellas por un largo tiempo. En su casa Milanca le preparó una sopa con merken, le dio jugo de arándanos, la bañó a la Niña Puel y dejó que durmiera profundamente. Dos días y sus noches durmió la Niña Puel, hasta que despertó y comenzó a recorrer la casa, dándose cuenta que Milanca vivía en un gran ropero, con muchos tapados de piel, decenas de rubores y zapatos de todo los colores. Era un sueño para la Niña Puel, haber salido de su pesadilla de toda la infancia, para despertarse con ese vestuario interminable en la Ciudad que Apila las Casas Hacia Arriba. De la alegría que tenía la Niña Puel tenía ganas de contárselo a su mamá y a su hermano que era como un remolino de agua cuando se enojaba, pero ella recordó todo y se volvió a poner triste. Pero la Niña Puel no tenía rencor con su mamá y su hermano. Y sabía que un día iba a volver y la tendrían que aceptar como era, porque ella era buena, especial, super especial, pero buena, como Trewa y la Luna que seguían siendo sus amigas. La Niña Puel se probó toda la ropa. Primero comenzó con los tapados y los zapatos. Luego con las polleras y los rubores. Cuando llegó Milanca le enseñó a maquillarse. Y al terminar de maquillarse le dijo Milanca que la acompañaría a comprarse ropa de su talle, pero que tendrían que ir de noche a un lugar incógnito, porque ellas no podían salir de día a la ciudad.

–¿Por qué?, le preguntó la Niña Puel. ¿Por qué la gente nos odia tanto? ¿Por qué no nos hablan? ¿Por qué se ríen de nosotras? Si nosotras no les hemos hecho nada.

–Las personas sienten mucho miedo y sienten miedo por todo lo que es diferente. No les han enseñado que en el mundo existen seres especiales como nosotres y que nuestra naturaleza no es un defecto, un error. ¡No somos moustruos! Nosotres portamos de forma visible una naturaleza que representa la virtud, el privilegio que sólo algunas personas pueden portar y gozar. Nosotres representamos la libertad en todas sus formas, somos libres al andar y somos libres en decidir con quien estar. No ocultamos nada y nuestra identidad es más que visible. Sin embargo, para muchas personas que nos ven, resulta imperdonable nuestra libertad, una ofensa gravisíma, un crimen por el cual debemos pagar, moviéndonos de noche y por lugares muy pocos amables. Sin duda, las “personas normales” se sienten menos ante tanta osadía de nuestra parte.

–¿Por qué usas la e en las palabras?

–Es una forma de identificarnos entre nosotres.

–Entonces, ¿yo soy le Niñe Puel?

–Estaría muy bien que puedas ocupar ese espacio de las palabras.

–¿Pero es más complejo que eso?

–Si, por supuesto, por el momento es útil. Un día también tendremos que entender que estas palabras y esta lengua que hablamos no es nuestra, no nos pertenece. Por haber nacido en este territorio nos habitan otras palabras, otra lengua, otra sabiduría que no tiene nada que ver con las que nos han inculcado de chiques. Debemos buscar en esa lengua una palabra que nos represente y entender por qué soñás con seres que custodian el mar y qué relación tienen estos seres con vos y tu familia.

–¡No entiendo! ¿Vos decís que las custodias del agua tienen que ver con mi familia?

–Ya lo entenderás. No es momento por ahora. Hemos charlado mucho por hoy. ¡Tenés que descansar! Tenés toda la vida para entender y descifrar estas conexiones que son como un rompecabezas desarmado en tu cabeza.

–¿Creés que el odio hacia nosotres va a cambiar?

–Espero qué sí. Algún día cambiarán las cosas y se sentirán más libres las personas también para vernos y verse a sí mismas. Pero por ahora nos toca andar a escondidas, por la noche. Nosotres no podemos ingresar a muchos lugares públicos.

–¿Y si nos enfermamos dónde vamos?

–Nos atiende un veterinario amigo que ama los perros como los amás vos.

–¡Claro! Sólo alguien que ama los perros nos puede aceptar a nosotres. ¿Lo dije bien?

–Si, lo dijistes bien. Es triste, pero real. No es que seamos más que los perros, pero es que las “personas normales” ni siquiera nos consideran humanes. Por eso no nos atienden en farmacias, almacenes, supermercados, hospitales. Mucho menos nos atienden en comisarías y ferreterías. Sólo se burlan, nos ignoran o nos intentan encajar alfajores de maicena que no tienen maicena.

–A veces tengo la impresión que todos los hombres tienen de esos alfajores guardados en sus bolsillos y que están esperando el momento oportuno para utilizarlos.

–Y es un poco así, por eso tenemos que cuidarnos entre nosotres porque nadie más nos va a cuidar.

Milanca y le Niñe Puel se quedaron hablando, riéndo y llorando durante toda la noche. Se probaron vestidos y se contaron los sueños que les dos tenían. Los sueños eran vividos, reales, casi palpables. En esos días, de días de encuentros y felicidad le Niñe Puel volvió a soñar con las chacras de manzanas y peras; soño que en esas chacras recibía a muchas personas como elle, que la estaban esperando, para hablarle, para contarle lo importante que sería que elle les ayude. Harían dulce de pera y manzana. Crearían un cooperativa que se llamaría “Luna y Trewa” en honor a sus amigues, construirían casas de adobe para todes les chiques que deben moverse de noche y no pueden andar libremente durante el día, harían vajillas con arcilla roja de las bardas que surcan el río Negro. Los sueños de le Niñe Puel eran vívidos y concretos.

Le Niñe Puel creció junto a Milanca y esos sueños, hasta que una noche llegaron los Detractores de les Niñes Puel y se llevaron a Milanca de la casa junto a todes les chiques que solían reír, bailar y cantar en la noche. Le Niñe Puel, al ser menor de edad, pudo escapar, pero tuvo que volver a la Tierra de los Manzanos. Escapó en la madrugada. Los Detractores de les Niñes Puel estaban por todos lados, ocupando todas las ciudades y los pueblos. Se movían con su risas de hienas por todas las casas. Le Niñe Puel volvió a su armario de ropa de abuela y permaneció un tiempo escondide ahí hasta que los Detractores de les Niñes Puel finalmente se fueron de todas las ciudades. Eran como una peste escapando de su propia voracidad. Mucha gente desapareció durante esos días y meses. Milanca y les chiques que reían, bailaban y cantaban en la noche, siguen aún desaparecides. Sin embargo, le Niñe Puel se hizo adulte y cumplió los sueños que fueron parte de los momentos más felices de su vida. Fundó la cooperativa de trabajo “Luna y Trewa”, en donde les chiques como elle hacen vajillas de arcilla y dulces artesanales de manzana y pera. La misma cooperativa es la que se encargó de hacer mil casas de barro para que nunca más une chique como elles tenga que vivir en un armario y para que se pueda mover libremente por el día.

“¿Qué forma de crueldad hay en las personas para creer que alguien no merece la luz del sol?”, se preguntó le Niñe Puel ante una multitud de personas como elle, que miraban el sol y saludan el viento alrededor del fuego. Le Niñe Puel pasó sus últimos días preparando comida para el barrio que vio crecer. Ella misma se encargó de prepararle un menú especial para su mamá y su hermano, que sin decirle mucho la miraban con cierta distancia, como si tuvieran culpa. Le Niñe Puel no tenía rencor por los remolinos de agua y los silencios sufridos. Sólo se contentaba con que su mamá y su hermano estuvieran felices de su persona. Y como su mamá era tan difícil con las palabras, un día cuando le Niñe Puel le llevo un guiso de harina, que era su plato preferido, su mamá le dio un papelito todo dobladito en decenas de pedacitos, bien chiquititos difíciles de abrir. A le Niñe Puel le costó abrirlo. Cuando logró hacerlo leyó una frase con seis palabras y una de esas palabras estaba tachada. Decía: “estoy orgullosa de vos Niñe Puel”. Se notaba que el papel tenía mucho tiempo escrito, estaba manchado, con la tinta corrida y justo donde antes había una a ahora había una e. “Como un círculo, las cosas siempre vuelven a ordenarse en el lugar que siempre debieron estar, entendiendo que el conocimiento como el agua nunca permanece estanco”, pensó le Niñe Puel con una sabiduría que había brotado de elle, como un brote de durazno, durante su vuelta al Valle de las Manzanas. Ese mismo día le Niñe Puel fue hasta el cementerio que construyó en su comunidad de Niñes Puel y escribió con un labial rojo sobre una madera los nombres de Trewa y Milanca; le Niñe Puel escribió todos los nombres de les chiques de la calle que un día conoció y nunca pudo despedir por la acción desalmada de los Detractores de les Niñe Puel. Le Niñe Puel construyó un barrio, una ciudad, incluso un cementerio construyó para todas esas personas como elle a las que le fue negado la luz del sol. Sólo la Luna a le Niñe Puel le quedó. La Luna acompañó a le Niñe Puel hasta el fin de sus días, cuando las arrugas ya se hicieron presentes en su rostro. Con la Luna como testigo le Niñe Puel se prometió crear un mundo mejor y lo logró. Hoy muches Niñes Puel pronuncian su nombre y cuentan alrededor del fuego sus historias, mientras que la Luna les marca el camino y les ilumina la noche en la clandestinidad más esperanzada, furtiva y promisoria.

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