Por Raúl Alcaíno Quiroz

Cada cierto tiempo surge en la discusión pública chilena una añoranza de los años 90, que conlleva la idea de que el funcionamiento de la maquinaria de esos años es el objetivo político que el sistema en su conjunto debiese perseguir. Esto significa “recomponer el clima de entendimiento” que habría caracterizado a esta época virtuosa: la llamada “democracia de los acuerdos”, que se presenta como la base del crecimiento económico que galvanizó la era de mayor progreso de la nación. Proceso conducido, era que no, por la “coalición política más exitosa de la historia”.

El lector recordará más una intervención de este tenor en los medios de comunicación análogos y en Internet; es cuestión de recordar el discurso aylwinista del propio Presidente Piñera, que lo empleó en la campaña y luego en la primera etapa de su segundo mandato, distanciándose de la “nueva derecha” hinzpeteriana, planteamiento que quiso regir ideológicamente, aunque sin éxito, durante el primero.Para los que vivimos esa época resulta grotesca esa idealización del pasado reciente, más allá, incluso, del hecho irrisorio de que quiénes más contribuyen a ella, fueron opositores (por la derecha; al contrario del humanismo, que fue oposición por la izquierda) a la “exitosa coalición” que gobernaba.

La primera explicación de esto –casi obvia –es que precisamente era muy cómodo para el pinochetismo de esos años mantener el poder sin gobernar. El poder militar fue decreciendo, es cierto, muy especialmente a partir de la detención de Pinochet en Londres, en 1998, pero este volvió en muy baja proporción al poder político y a la administración del Estado, y se concentró, en cambio, en los dispositivos del empresariado y el capital, generándose una de las dinámicas más nocivas para el sistema político que hoy agoniza: su creciente colonización por las redes –sutiles, algunas; groseras, la mayoría -del poder económico. Las dramáticas consecuencias de este proceso -desafección de la ciudadanía hacia el sistema,alto abstencionismo, connivencia de los políticos profesionales con la élite económica -son visibles hoy y generaron, en gran medida, la crisis política que corresponde a la fase terminal del ciclo político iniciado en dictadura.

Esta migración de poder referida en el penúltimo párrafo, se produjo gracias a la articulación de los distintos enclaves autoritarios de la Constitución de 1980, que obligó a la mayoría electoral (Concertación) a pactar con la mayoría parlamentaria efectiva (oposición de derecha).

La constatación de este hecho revela el sesgo de la metáfora de “clima”, que lo desconoce, y atribuye los acuerdos a una disposición, a un ánimo de los actores capaz de generar condiciones ambientales, (es decir, estructurantes y estructurales) que habrían influido decisivamente en el desarrollo de los acontecimientos políticos. Resumiendo: la “democracia de los acuerdos” fue, según sus apologistas, fruto de la voluntad de los actores de todo el espectro político, motivada, seguramente, por la virtud y el patriotismo, y no de las condiciones que imponían al juego político los enclaves autoritarios de la Constitución de 1980: inamovilidad de los comandantes en jefe de las FFAA, senadores designados sistema binominal.

Esa misma idea del “clima de entendimiento” desconoce, además, la enorme fractura social que determinaba la convivencia de ese entonces, derivada del exterminio de opositores políticos durante la dictadura.La impunidad de la que gozaron los violadores de DDHH, más la prepotencia y el matonaje verbal del pinochetismo, extendieron en el tiempo una división que ha dejado de ser tan aguda sólo en los últimos años,gracias a la valoración cada vez más negativa que de la dictadura hacen las generaciones jóvenes. En suma: un “clima” forzado por el diseño autoritario del sistema político, que operaba sobre un cuerpo social muy fragmentado, y cuya situación como colectivo estaba muy lejos del “entendimiento”.

La época de la “coalición más exitosa de la historia” por otra parte, fue la época en que la desafección ciudadana por la política creció hasta llegar a los niveles de hoy. Gobiernos conservadores –aun cuando desplegaban discursos progresistas –sin voluntad ni poder de cambiar nada, alejaron a los votantes y el abstencionismo creció en forma considerable. La crisis de la democracia representativa es global, pero en Chile se agudiza a causa de la articulación de estos factores endógenos.

En otras palabras, la crisis política de hoy, con un sistema sin poder o con escaso margen de poder, es consecuencia –y no simple degeneración -de esa “democracia de los acuerdos”; fueron sus mismos parámetros de funcionamiento los que la hicieron implosionar, pero la derecha política y mediática desvía con el discurso el foco desde las cuestiones estructurales hacia el comportamiento de los actores, atribuyendo a “la extrema izquierda” -la que opone a una “izquierda democrática” -el deterioro del manido “clima de entendimiento”. Esta retórica de la nostalgia, como la hemos llamado, no es la mera expresión de subjetividades heridas por la añoranza, sino la persecución de objetivos concretos, el más importante: demonizar el libre ejercicio de las mayorías democráticas. A este propósito son también funcionales otras metáforas que el lector fácilmente recordará (pasar la aplanadora es la que mejor se ajusta a esta cuestión) como si el mecanismo de decisión que es, precisamente, uno de los pilares encargados de afirmar la estabilidad del sistema, fuese, por sí mismo, un factor de conflicto y, peor, de descomposición.

Lo que hay detrás es fácil de intuir, aunque tal vez requiera de cierta exhaustividad en el análisis si se quiere demostrarlo fehacientemente: justificar, en el discurso, el poder de veto ejercido por la derecha, y que se está extinguiendo junto con los últimos fuegos de la hoguera guzmaniana.

Para lograr sus objetivos, la derecha política y mediática seguirá esgrimiendo esta retórica -es difícil hablar de argumentos –en la discusión constitucional, y oponiendo la “extrema izquierda” (la que busca el ejercicio de las mayorías) a la “izquierda democrática” (esa con la que negociaron todo en los 90’s).

Probablemente se trate de un esfuerzo vano –en la sociedad de la transparencia de la que habla Byung Chul-Han las cortinas de humo tienden a disiparse con rapidez –pero no está de más conocerla, aproximarse a ella para observar su dinámica, su funcionamiento, teniendo en cuenta que el acuerdo del 15 de noviembre de 2019 le da a la derecha la posibilidad, al menos virtual, de parapetarse en la trampa de los dos tercios, y desde esa trinchera ejercer su poder de veto, para lo cual la glorificación de este pasado resulta útil.

Explicar con cierto nivel de detalle estas operaciones discursivas ayuda a neutralizarlas. Por ello, es de utilidad detenerse en su lectura y generar una crítica concisa y consistente, que sirva de insumo a los miembros del humanismo y de otras fuerzas políticas que tendrán la tarea de argumentar a favor de las transformaciones en la discusión constitucional y en otras instancias futuras de deliberación pública.