Por Dardo Gómez. Periodista
Si el creador de Wikileaks es encerrado en una cárcel estadounidense “el público podrá olvidar su nombre, pero la cabeza de Assange en la punta de una pica arrojará su sombra cada vez más oscura sobre cualquier reportero al que se le ofrezca un documento clasificado”.
El pasado dos de octubre la jueza del Tribunal Penal Central de Londres escuchó el último testimonio de la audiencia que ha recibido las pruebas y razones para fijar si Julian Assange debe ser extraditado a los Estados Unidos; si eso ocurre, le espera al fundador de Wikileaks un juicio por cargos que van creciendo en número y gravedad hasta contemplar la posibilidad de ser juzgado, entre otras beldades, por traición al gran país del norte por el mero hecho, aunque parece que terrible, de haber contado al mundo un caso de lesa humanidad cuyas pruebas estaban clasificadas como secretas. Por los autores del crimen, claro.
Mientras en muchos lugares del mundo y en el conjunto de la profesión periodística de estos la no descartable extradición, tanto como la forma en que se está desarrollando el juicio, están causando reacciones que van del asombro a la indignación, la gran prensa española está pasando casi de puntillas sobre el tema. Al tiempo que las entidades profesionalistas españolas hacen como la cosa no va con los periodistas; seguramente, porque Assange no está titulado en periodismo. Así son de obtusos.
Sin embargo, debemos saber y difundir que el juicio que se está llevando contra Julian Assange y la intentona, hasta ahora, de querer encerrarlo de por vida en la ‘prisión supermax’ ADX de Colorado es uno de los mayores ataques conocidos contra el derecho a la información y contra la verdad; que es un derecho también reconocido.
Porqué disparan sobre Assange
Hace 13 años, Julian Assange y algunos otros concibieron Wikileaks y lo hicieron como un experimento destinado a hacer de la información un arma de activismo de la ciudadanía para saber. Qué es lo que creían que se debía saber es el nudo de la cuestión y el pecado por el cual debe pagar.
La idea era utilizar las redes con el objetivo de saltarse los filtros que impedían que los gobernados o administrados tuviera acceso al relato de los hechos que les ocultaban sus gobiernos, sus administradores y las empresas periodísticas a su servicio. El lema de la organización era «Privacidad para el débil y transparencia para el poderoso«; suena bien…
Así fue que en abril de 2010 la organización filtró a la prensa mundial el vídeo Collateral Murder (Asesinato colateral) que estaba clasificado por el Pentágono y que registraba como en 2007, desde un helicóptero Apache del ejército estadounidense en Irak, se disparaba sobre población indefensa.
El video mostraba como los militares que lo tripulaban, entre burlas, ametrallaban indiscriminadamente a civiles y personas desarmadas. Entre los acribillados se encontraban el periodista de la agencia Reuters Namir Noor-Eldeen y su conductor, Saeed Chmagh, muertos en el acto.
Julian Assange creyó que esto no debía ocultarse y que los pueblos que fuimos arrastrados por nuestros gobernantes a esa guerra infame teníamos derecho a saberlo.
Esta no era la primera acción de Wikileaks que, en años anteriores había “liberado” el manual de la Armada de Estados Unidos para los soldados custodios de los prisioneros de Guantánamo y alrededor de 500.000 mensajes de buscapersonas enviados en la ciudad de Nueva York el día de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
La cosa no quedaría allí; en julio de 2010 publicaron más de 90.000 documentos clasificados relacionados con la guerra de Afganistán y lo siguieron haciendo con el espionaje secreto de la NSA a los presidentes franceses Jacques Chirac, Nicolás Sarkozy y Francois Hollande y las escuchas de la corrupción en el Comité Nacional Demócrata (CND) de Estados Unidos con las voces de donantes diciendo los favores que esperaban por su generosidad con el partido.
Todo esto era más que suficiente para desatar la furia del sistema y justificar a los ojos de la infamia la represalia contra Assange; pero hubo otros “daños colaterales” para la impunidad de los poderosos…
Y aparecieron los filtradores
El fenómeno Wikileaks, desaprovechado por las grandes corporaciones periodísticas que pronto se dieron cuenta que esto iba en serio, genero un nuevo y más amplio fenómeno. La gente de Assange, había demostrado que las nuevas herramientas eran muy eficaces para sortear los filtros de la seguridad corrupta y por otro lado, permitió comprobar que en las administraciones públicas y en las grandes corporaciones estratégicas, incluso en los ejércitos, había muchas personas que “sabían cosas” que esas direcciones no querían que supiera la ciudadanía y estaban dispuestas a contarlas si se les aseguraba contra represalias.
Así surgió el fenómeno de los “filtradores de información” o ‘whistleblowers’; bien como verso suelto o como colectivos de periodistas o investigadores dispuestos a hurgar en las entrañas de la corrupción del sistema.
Así se destaparon los “Panama papers”, los del Pentágono, los de la Castellana, el ‘Football Leaks’, y varios más en distintas partes del mundo. Ha sido tanto el impacto de ellas como el beneficio para la ética mundial; esto hizo que muchas organizaciones de derechos humanos y otras defensores de la democracias se plantearan la necesidad de legislar para que esos “filtradores de información” no pudieran ser procesados por deslealtad a sus empleadores ni por espionaje administrativo.
La iniciativa prosperó en muchos países y por fin llegó la directiva europea 2019/1937 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 23 de octubre de 2019, relativa a la protección de las personas que informen sobre infracciones al derecho europeo. España tendrá, antes de fin de año, su borrador de la trasposición al derecho español de esa directiva.
Es decir que sobre Asange también pesa que Wikeleaks ha propiciado no solo a los informadores sino, también, su reconocimiento oficial del valor que tienen para lucha contra la corrupción y perseguir los delitos de prevaricación administrativa.
Ante esto, era de prever que los poderosos del mundo habrían de presionar a los Estados Unidos (tampoco hizo falta mucha presión) para que dieran un escarmiento ejemplar que metiera miedo a todo bien pensante tentado por la justicia. Y han cumplido…
Una sucesión de mentiras e infamias
Si Julian Assange es extraditado y juzgado en Estados Unidos podría ser condenado hasta a 175 años de prisión, casi cadena perpetua. Sin embargo, todo arrancó con una presunta denuncia contra él, ante la justicia escocesa, por dos presuntos casos violación. Esas denuncias hoy ya no existen, pero en aquel momento Assange presumió que era una trampa y se negó a concurrir a Suecia, aunque se mostró dispuesto a declarar ante la justicia sueca desde Londres, donde se hallaba.
Como vio que los jueces británicos estaban dispuestos a enviarlo allí, el 19 de junio de 2012, se refugió en la embajada de Ecuador en Londres; en un cuarto de ese edificio pasó siete años, hasta que el imperio del norte consiguió recuperar el control del gobierno ecuatoriano y hacer que el mandatario Lenin Moreno traicionara todos los avances sociales del anterior mandatario, Rafael Correa.
El acercamiento de Moreno a Estados Unidos, se fue moldeando con las visitas de Paul Manafort, jefe de campaña de Donal Trump, y Mike Pence, vicepresidente norteamericano y, por último, con el acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional.
Allí mismo se cerró la expulsión de Assange de la embajada. Fue sacado de allí por la policía británica y trasladado a una prisión de alta seguridad; allí, mientras un trámite judicial que debe responder a un pedido de extradición, permanece aislado en una celda con 45 minutos diarios para salir al patio del penal sin entrar en contacto con nadie más que sus carceleros.
Hasta su arresto en Londres, solo tenía un pedido de extradición por un cargo de piratería informática por el cual podría llegar a cumplir cinco años de prisión; pero, entonces un gran jurado de Virginia decidió sumar una segunda acusación que incluyó 18 nuevos cargos, 17 de ellos por violaciones de la Ley de Espionaje.
Ahora, todo esta en manos de la jueza Baraitser…
Mucho más que la vida de Assange
Con ser importante todo lo relatado como vulneración orquestada del derecho a la libertad de las personas, la condena con que se amenaza a Julian Assange representa mucho más que su libertad.
Quien lo ha expresado con meridiana claridad ha sido el periodista británico Tim Dawson, quien, en representación de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), fue uno de los escasos diez periodistas autorizados por el Tribunal Penal Central de Londres para asistir a la audiencia en que se jugaba el destino de Assange.
Dawson señala, en su informe para la FIP: “Lo más perturbador de todo esto es que crearía un precedente que las administraciones estadounidenses podrían desplegar contra periodistas en cualquier parte del mundo si sus historias se basaran en información obtenida de documentos clasificados”.
El periodista, como es obvio, no piensa que la administración de Estados Unidos si Assange es procesado de acuerdo a esos intereses, inicie acciones contra cada periodista que base sus artículos en documentos filtrados o clasificados; pero agrega: Sin embargo, una amenaza legal desplegada selectivamente es de lo más mortal. Cualquier periodista que reciba información clasificada podría confiar en publicar el material filtrado con impunidad. Pero nunca tendría esa certeza. Cualquier información que haya molestado a la administración estadounidense podría provocar una acusación similar a la que actualmente se dirige contra Assange.
Para entonces, por supuesto, Assange bien podrá haber desaparecido en la ‘prisión supermax’ ADX Colorado por un período y en condiciones que harían sonrojar a un carcelero medieval. El público podrá olvidar su nombre, pero la cabeza de Assange en la punta de una pica arrojará su sombra cada vez más oscura sobre cualquier reportero al que se le ofrezca un documento clasificado. Los denunciantes serán advertidos que les conviene callarse y que no pongan manos a la obra, mientras que la benéfica luz del sol cada vez iluminará menos las actuaciones que se tomen en nombre del público”.
Y apunta certero: “Es un destino que debe temer cualquier periodista que se preocupe por el oficio que ejercemos”.
Dardo Gómez. Periodista