Ayer, 20 de octubre, Pepe Mujica renunció a su banca en el Senado uruguayo. Con 85 años, no es la primera vez que renuncia. Ya lo había hecho en agosto de 2018 “por cansancio”, pero volvió y resultó ser el senador más votado en las elecciones del año pasado en su país. Ahora se va porque, según explicó, “me ha echado la pandemia”.
La renuncia formal que presentó ante la cámara, dice:
(…) La función de senador impone, entre otras cosas, una fuerte y permanente relación directa con actores y colectivos sociales. Supone recibir a ciudadanos y visitarlos a veces en sus lugares de trabajo, para recibir sus problemáticas y sus peripecias. Para un anciano que además padece una enfermedad inmunológica, estos tiempos de pandemia (…) no son recomendables si se valora el milagro de vivir. Esta situación me obliga (…) a solicitar que gestione mi renuncia a la banca que me otorgó la ciudadanía.”
Es como mínimo infrecuente que un político renuncie a un cargo como el de senador, “por no poder seguir visitando a sus conciudadanos para saber qué les pasa”. Pero Pepe es un tipo de medidas y actitudes infrecuentes. Entre otras cosas, durante su presidencia se despenalizó el aborto, se aprobó el matrimonio igualitario y se legalizó la marihuana. Mientras tanto, nunca aceptó un chofer y siguió conduciendo su auto viejo; donó más del 90% de su sueldo de presidente; siguió vistiendo sencillamente inclusive en ocasiones de gala –generando cierta “vergüenza ajena” a algunxs de sus pares–; siguió viviendo en la misma casa rural de siempre y declara que no odia a nadie a pesar de los casi 15 años de prisión que sufrió, sometido a tratos inhumanos.
En un medio con tanto virus de altura, tanta mentira y tanto oportunista, Pepe ha sido y es para muchos una referencia refrescante e inspiradora. Muchas personas y hechos lo demuestran, entre otros la impresión de libros con sus discursos en Japón, incluida una versión infantil ilustrada de distribución en escuelas públicas. Lo demuestran el cariño de la gente humilde de toda América, que entiende su modo sencillo de decir y hacer las cosas, y el acompañamiento de 10000 jóvenes estudiantes que hace unos años lo aplaudieron y festejaron su charla de casi dos horas en la Universidad Estadual de Rio de Janeiro. Lo demostraron ayer los empleados del Senado que lo despidieron en la puerta, cuando se alejaba caminando despacio después de renunciar: “Chau Pepe, gracias. Te vamos a extrañar”, le decían como quien despide a un amigo. Aunque seguramente no se entere nunca, muchos otros le decimos lo mismo: Gracias, Pepe.
Siguen el texto y el video completo de su discurso de renuncia ante el Senado.
Genio y figura hasta la sepultura. Les tengo que agradecer tanto reconocimiento. Quiero agradecer porque hay un tiempo para llegar y un tiempo para irse en la vida. Les tengo que agradecer a los funcionarios que en estos 26 años, en esta casa, me han soportado. Sé que algunos ya no están.
Quiero también (agradecer) a muchos colegas, diputados y senadores con los que he compartido horas duras y otras hasta jocosas. Los quiero simbolizar en uno, que se sentaba en esta (misma) butaca, (Alejandro) Atchugarry, un liberal de marca mayor, no un liberal en economía (sino) en la humanística. Supimos ser adversarios sin una ofensa a lo largo de los años y cuando me tocó ser ministro me llamó por ahí, en un boliche, y me dijo: «Pepe ten cuidado con esto, y con esto, y con esto… y cuando vayas a firmar algún papel fijate que lo haya revisado algún abogado de oficio». Y cuando se enteró que teníamos contradicciones en nuestro gobierno me llamó. “Pepe…” Un hombre de categoría superior que no está entre nosotros y lo quiero nombrar como un símbolo de algo perdurable que hay que conservar que es la bonhomía, a pesar de las rispideces del sistema político de este país que, siendo pequeño, tiene que huir de las grietas y tiene que lograr una media de cosa común que se mantenga en el tiempo a lo largo de los años.
Quiero además agradecer a los colegas. Sinceramente, me voy porque me está echando la pandemia. Ser senador significa hablar con gente y andar por todos lados. El partido no se juega en los despachos y estoy amenazado por todos lados, por doble circunstancia: por vejez y por padecer una enfermedad inmunológica crónica. Si mañana aparece una vacuna, yo no me puedo vacunar. ¡Bueno…!
Y entonces tengo que tomar esta decisión de agradecerles la paciencia que han tenido de soportarme y han sido muy elogiosos, demasiado elogiosos. Yo tengo mi buena cantidad de defectos. Soy pasional, pero en mi jardín hace décadas que no cultivo el odio porque aprendí una dura lección que me impuso la vida… que el odio termina estupidizando, porque nos hace perder objetividad frente a las cosas.
El odio es ciego, como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye. Y una cosa es la pasión y otra cosa el cultivo del odio.
El tiempo impone cambios y estamos entrando en otra época, en la época digital. Ni mejor, ni peor… distinta. Creo que han aparecido problemas tecnológicos… que son capaces de predecir cómo es el carácter y cómo son esencialmente las líneas motrices de la conducta humana –a veces sin hablar con nosotros–, por el mundo digital. Y este va a ser un dilema que van a tener los Estados y los sistemas políticos del futuro: ¿hasta dónde es violable la intimidad y la dignidad humana y hasta dónde existe la libertad? Porque hasta hace poco creíamos con pasión una definición de la libertad y ahora la ciencia nos dice: «si por libertad se entiende seguir los deseos y las inclinaciones, la libertad existe. Si por libertad se entiende que somos capaces –nosotros– de gestar esas inclinaciones y esos deseos, la libertad no existe».
He vivido con una definición y me cambiaron toda la letra ahora. Este problema lo tienen las nuevas generaciones y la política tendrá que hacerse cargo. Porque la política es la lucha por la felicidad humana, aunque suene a quimera.
Y por eso, vaya mi agradecimiento. Y finalmente, mucha gente nos ha dado el apoyo estos años, veintipico de años y tengo que estar agradecido a ellos, los que deciden anónimos, por ahí, en el seno del pueblo. En política no hay sucesión. En política hay causas y los hombres pasamos y las mujeres también. Todos pasamos. Algunas causas sobreviven y se tienen que transformar y lo único permanente es el cambio. La biología impone cambios, pero también tiene que haber una actitud de cambio, de dar oportunidad a nuevas generaciones, de construir, ayudar a construir el porvenir ya que la vida se nos va –y es inevitable– pero las causas quedan.
He pasado de todo en la vida. He estado seis meses atado con alambres con las manos en la espalda. Irme de cuerpo por no poder aguantar en un camión por estar dos días o tres encerrado. Estar dos años sin que me llevaran a bañarme y tener que bañarme con un frasco, con una taza de agua y un pañuelo. He pasado de todo, pero no le tengo odio a nadie. Y les quiero transmitir a los jóvenes: hay que darle gracias a la vida. Triunfar en la vida no es ganar. Triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae.
Gracias.