(Imagen: fotospublicas.com)
Las fuerzas políticas españolas, hoy en día, han ayudado a desarrollar un nuevo concepto de la teoría política: monarquía bananera. Conocíamos las repúblicas bananeras, pero ahora podemos disfrutar de una nueva experiencia. España, en los últimos años, ha ido bajando los niveles de protección y justicia social, pero también los niveles de democracia y se ha adentrado en el mundo del autoritarismo populista a marchas forzadas.
En toda Latinoamérica hemos visto, claramente, la utilización del poder judicial como instrumento partidista para forzar consecuencias políticas. La derecha española, que se queja de Maduro, no duda en actuar como Brasil, Bolivia… o incluso el Reino Unido, donde Boris Johnson no tiene ningún tipo de escrúpulo ni de vergüenza al echar por tierra el acuerdo por el Brexit con la Unión Europea.
Dirigentes del Partido Popular, la formación política que tendría que configurarse en alternativa gubernamental, advierten que controlan desde bambalinas la Sala Segunda del Tribunal Supremo y la Junta Electoral Central. Montesquieu ha muerto, viva Trump. Es entonces cuando podemos comprender como el Poder Judicial abre una crisis constitucional gratuita porque el Rey no vaya a repartir los títulos de juez en Barcelona, cuando siempre se ha hecho así.
La derecha española, igual que el “procesismo” mágico, aspira a ganar el relato, pero cual es su relato? Pues que, hoy en día, el gobierno de Pedro Sánchez encarna una dictadura de izquierdas (esto de izquierdas es ridículo) sometido al independentismo golpista. Este fue el tono de las manifestaciones impresentables, en el barrio de Salamanca de Madrid, y que fueron tácitamente amparadas por la policía, bien al contrario que las manifestaciones de los barrios de Madrid Sur, por las medidas de confinamiento discriminatorias que han sido reprimidas violentamente por las fuerzas de la orden.
De hecho, quieren conseguir mediáticamente lo mismo que se consiguió con los hechos de octubre: transformar en amenaza antidemocrática, en aquel caso, el independentismo retórico y vacío de un gobierno de la Generalitat y ahora la necesidad de adoptar medidas extremas de salud publica ante la Covid-19 en Madrid.
Hace una semana, más o menos, el Gobierno del Estado criticaba las palabras del ahora inhabilitado Presidente Torra cuando recomendaba a la ciudadanía de Catalunya no ir a Madrid (días antes el Presidente de Castilla-La Mancha, Garcia Page, advertía de los peligros de la bomba epidemiológica de Madrid, pero claro “no es lo mismo”).
Después vino el espectáculo de la tregua entre Estado y Comunidad de Madrid, preparado como un número musical de Broadway, con banderines por todas partes. Pero la realidad de la Covid se impone y el amor duró menos que un caramelo a la puerta de un colegio.
Sencillamente el Gobierno del PSOE y de Unidas Podemos es tan retórico como un gobierno de Puigdemont, y no tiene narices para intervenir Madrid. Tiene miedo. Miedo de la manipulación informativa que los presente como golpistas, cuando los verdaderos golpistas han sido sentados en las altas magistraturas, o en el Congreso de los Diputados, desvirtuando una Constitución democrática, y de todos y todas, hasta hacerla irreconocible y solo para unos cuántos.
Las élites madrileñas, al fin y al cabo las élites españolas, como nos ilustraba la Presidenta de Madrid hace unos días (el resto de élites provinciales son simples delegaciones) prefieren dejar enfermar a la ciudadanía que no tomar medidas efectivas que podrían suponer perjuicio económico y, además, un reforzamiento del actual gobierno social-podemita y evidenciar el fracaso del gobierno de la comunidad, sin ningún tipo de duda la peor gestión de la pandemia por parte de una autonomía.
Si una parte de la derecha española, de su élite, no reacciona a tiempo, el enfrentamiento acontece inevitable, mucho peor que la sociedad partida que anuncian desde la contra del llamado proceso, sectores españolistas en Catalunya. No hay freno para una retórica más próxima a VOX pero de la que participan todas las formaciones a la derecha del PSOE.
La inhabilitación de Torra supone la derrota de la política y de la democracia, a pesar de que parte de la izquierda jacobina se muestre satisfecha. La no-intervención a Madrid supone la derrota de la salud publica y asumir que el poder no es del pueblo, ni de los gobernantes escogidos democráticamente, sino que sigue en manos de una oligarquía.
En todo caso, una monarquía bananera.