Análisis de Humberto Márquez
– La OPEP arriba, este lunes 14, al 60 aniversario de su fundación, con un largo recorrido como regulador del mercado petrolero y ariete del Sur en desarrollo, disminuidas ya sus fortalezas y debiendo encarar la contracción económica originada por la covid-19 y el avance de energías alternativas.
La Organización de Países Exportadores de Petróleo fue fundada el 14 de septiembre de 1960 en Bagdad por Arabia Saudita, Irán, Iraq, Kuwait y Venezuela. Actualmente también son socios Angola, Argelia, Congo, Emiratos Árabes Unidos, Gabón, Guinea Ecuatorial, Libia y Nigeria, y lo han sido Ecuador, Indonesia y Qatar.
La OPEP “se formalizó como una organización o club de Estados terratenientes, dispuestos a defender la renta de la riqueza que estaba bajo el suelo en el cual ejercían su soberanía”, dijo a IPS el experto Elie Habalián, exgobernador (representante) de Venezuela ante la organización.
Anteriormente, desde que en la segunda mitad del siglo XIX se desarrolló la industria petrolera –y luego, gracias a ella, la automotriz- fueron grandes compañías petroleras privadas las que manejaron con holgura el negocio.
Esas “siete hermanas” sellaron en 1928 el Acuerdo de Achnacarry (Escocia) para fijar los precios, como hicieron a finales de los años 50 del siglo pasado, tras un incremento de la oferta mundial al aumentar el número de países productores.
En respuesta, una conferencia panarábiga celebrada en El Cairo en 1959 invitó a Venezuela (entonces el mayor exportador mundial) y a Irán para tratar el tema, y los ministros Abdullah al Tariki, saudita, y Juan Pablo Pérez Alfonzo, venezolano, tejieron un “pacto de caballeros” para buscar defender los precios.
El septiembre del año siguiente nació la nueva organización, con los cinco países entonces responsables de 40 por ciento de la producción y 88 por ciento de las exportaciones mundiales. En los siguientes 13 años se agregaron ocho socios.
Un barril (159 litros) del petróleo referente, el árabe liviano, costaba entonces 1,80 dólares y así se mantuvo durante una década, mientras los socios de la OPEP daban pasos para fijar ellos los precios y avanzar en la nacionalización de la industria en sus países, pero todavía a mediados de 1973 el valor del barril estaba bajo los tres dólares.
En el bienio 1973-1974 se registraron la guerra árabe-israelí de Ramadán o Yom Kippur, el embargo petrolero «a Occidente» por parte de productores árabes, y la subsiguiente cuadruplicación de los precios internacionales del crudo: el arábigo ligero pasó a valer 11,65 dólares por barril desde enero de 1974.
Perdió fuerza la regulación manejada por las trasnacionales y se afianzó la soberanía de los Estados, que iniciaron procesos de nacionalización, y la exitosa OPEP se colocó a la vanguardia del Sur en desarrollo, exigiendo al Norte industrializado discutir un nuevo orden económico internacional.
“Esa soberanía era garantizada por la existencia de la Unión Soviética”, sostiene Habalián, “pero las potencias industrializadas reaccionan, guiadas por el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, y crean la Agencia Internacional de Energía (AIE)” en 1974.
A partir de entonces “el poder político se incorporó como vanguardia del capitalismo frente a los terratenientes del petróleo”, según el también experto en geopolítica.
La OPEP, entretanto, consiguió sentar alrededor de una mesa tripartita a países industrializados, exportadores de petróleo y otros en desarrollo, para la “Conferencia sobre cooperación económica internacional”, o Diálogo Norte-Sur, que impulsó especialmente el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez (1974-1979 y 1989-1993) y copresidió otro venezolano, Manuel Pérez Guerrero.
La conferencia deliberó en mayo y junio de 1977 en París, en busca de un nuevo orden económico internacional centrado en la seguridad del abastecimiento energético, vital para el Norte, y la necesidad de mejorar los precios de las materias primas y de aliviar la deuda externa, reivindicada por el Sur.
Ese diálogo fracasó pero la OPEP, fortalecida con nuevas adhesiones y la ola nacionalizadora con las que desarrolló compañías petroleras estatales, aumentó progresivamente sus precios, ubicados entre 32 y 37 dólares por barril tras la revolución islámica en Irán y el estallido de la guerra Irán-Iraq.
En 1976 la OPEP creó un fondo para ayudar al desarrollo de países del Sur no-petroleros, que ha aprobado proyectos por unos 14 000 millones de dólares, una cantidad relativamente modesta en comparación con los ingresos de la organización, más de 12 billones (millones de millones) de dólares entre 1978 y 2018.
Ese auge de la OPEP cargó plomo en el ala porque incentivó la competencia de otros productores, como los del Mar del Norte, la entonces Unión Soviética, Canadá, México y algunos de Asia y África, y porque los socios de la AIE desarrollaron políticas de ahorro de combustible, acumulación de reservas y energías alternativas como la nuclear.
La primera ministra británica Margaret Thatcher (1979-1990), el presidente estadounidense Ronald Reagan (1981-1989) y el papa Juan Pablo II (1978-2005) encabezaron, en el análisis de Habalián, la lucha contra el poderío soviético y las expresiones más fuertes del Sur, como la OPEP.
Hacia 1986, el sistema de administración de precios y cuotas de producción de la OPEP hacía aguas, en buena medida por la guerra entre Irán e Iraq que le restó porciones de mercado, los éxitos de la rival AIE y la desvalorización de sus ingresos ante la inflación incluida en las importaciones que debía hacer desde el Norte.
Los precios cayeron a la mitad y la OPEP trató de contenerlos en 18 dólares por barril, con un renovado sistema de cuotas acompañado de reuniones con productores de fuera de la organización, como México, Omán o Egipto, y ya en la década de los 90 Rusia y productores de Asia central y África.
“Pero desde 1986 la OPEP quedó derrotada como el gran regulador del mercado y ya no pudo imponer los precios –que se desplomaron bajo 10 dólares el barril en la década siguiente-, aunque se mantiene como un organismo referencial con mucha memoria sobre el mercado petrolero y energético”, según Habalián.
Sin embargo, un factor inesperado para los contendientes petroleros de mediados del siglo XX fue el surgimiento de China, y también de India y en menor medida otras naciones asiáticas, como economías emergentes que demandaron, durante varias décadas de crecimiento sostenido, ingentes cantidades de petróleo.
Cuando el sistema de cuotas se hizo insuficiente, la OPEP estableció, a comienzos del siglo XXI, un mecanismo de “banda de precios”, para aumentar o disminuir la producción grupal cada vez que los precios de una canasta de sus principales crudos traspasaban límites altos o bajos.
El consumo disparado en las economías emergentes hizo subir los precios hasta rozar los 150 dólares por barril en 2008, pero ese año explotó la burbuja del crecimiento global y se desató una crisis que de nuevo afectó la demanda y los precios.
Mientras hubo precios altos, además, se benefició un nuevo rival, el petróleo obtenido de las lutitas o esquistos, abundante en Estados Unidos y que permitieron a ese primer consumidor mundial ser menos dependiente de sus importaciones.
Después de abastecer 60 por ciento del mercado en sus mejores tiempos, la OPEP cubrió en la segunda década de siglo XXI no más de 40 por ciento de la demanda global y en 2020 extrae en conjunto 23,1 millones de barriles diarios, una cuarta parte de los 90,6 millones de barriles por día que consume el mundo.
La covid, con el cierre de actividades y la recesión global este año (-4,9 por ciento en el mundo, -8,0 por ciento en las economías más avanzadas según el Fondo Monetario Internacional) mostró la vulnerabilidad del negocio de proveer petróleo, al registrarse precios negativos del crudo por el desplome de la demanda en abril.
La organización expresó su confianza en que una recuperación de la economía en 2021, pasada la fase más dura de la pandemia y si se produce una vacunación masiva, devuelva la demanda de crudo a niveles cercanos a los de 2019, cuando alcanzó los 100 millones de barriles diarios.
Pero una recuperación económica y un mejor tejido social pospandemia deben implicar, según reclamos de gobiernos, organismos, líderes y formaciones sociales y empresariales, avanzar hacia una economía más verde, sostenible y baja en emisiones de carbono para que ayude a contener el cambio climático.
Esa tendencia va a contravía de los intereses en el corto plazo de los Estados de la OPEP, que apuestan por la producción y el consumo de hidrocarburos para obtener los recursos imprescindibles para la su desarrollo e incluso su supervivencia.
La OPEP, que desde 1965 tiene su sede en Viena, previó celebraciones por sus 60 años a realizarse en Bagdad, pero las suspendió a causa de la actual pandemia.