Si de mentiras se trata, la historia de la humanidad está plagada de falsedades y tergiversaciones. No debe existir país de la Tierra que tenga un registro intachable, pero ciertamente hay estados mucho más mentirosos que otros. El siglo XX y lo que llevamos del XXl han sido testigos de los despropósitos jamás imaginados siquiera por las mentes más perversas. Entre ellas, por ejemplo, las cínicas justificaciones que se dieron para detonar las bombas atómicas, irrumpir en territorios extranjeros y violar sistemáticamente los DDHH en todo el orbe.
Pero lo peor son las mentiras oficiales, el relato histórico escrito siempre por los ganadores. En otras columnas, recordamos la gran falsedad del 18 de septiembre como efeméride de la Independencia Nacional. En múltiples artículos hemos destacado, también, cómo los sucesivos gobiernos chilenos han ocultado la realidad de las grandes mortandades que han ido tejiendo nuestro “orgullo militar” y el gran fingimiento respecto de que somos una democracia seria y estable. Por muchas décadas se ocultó deliberadamente el número de víctimas reales de la Matanza de Santa María de Iquique y de otros tantos hechos deplorables cometidos por el terrorismo de estado. Una práctica que no solo embadurna a la Dictadura Militar sino a varios gobernantes asesinos y a cuyos nombres se les da tributo en las calles, avenidas y plazas del país, en estatuas por doquier y, lo peor, en la inconsciencia colectiva.
Los crímenes del poder van quedando casi todos en la impunidad total. ¡Cómo no envidiar a otros países que, por fin, han decidido denunciar e investigar las fechorías de sus ex gobernantes, aunque sea para hacer verdad más que justicia! Con el ánimo, al menos, de prevenir a sus pueblos respecto de su próximos gobiernos y líderes.
Quizás nunca se concluya en un balance completo de lo que fue el horror pinochetista. Difícil será determinar cuántas fueron las mentiras y a cuántos favoreció la corrupción y el robo organizado de los gobiernos concertacionistas que siguieron gobernando con la misma Constitución que prometieron cambiar apenas el Dictador saliera (impune, por supuesto) de La Moneda.
Se trata siempre de lo mismo: de la mentira como política oficial. Práctica que en estos días ha descubierto que en el tratamiento de la pandemia, el gobierno de Piñera y sus colaboradores han falseado las cifras del número real de fallecidos y, mediante una poderosa maquinaria comunicacional, pretende hacer creer a los chilenos que hemos sido uno de los países de mejor desempeño en el mundo. Cuando a todas luces estamos entre los peor calificados, si se cuenta la cifra oficial de muertos en relación al tamaño de nuestra población. Es decir, sin sumar todavía a todas las víctimas ocultas que ha ocasionado el Covid 19.
Piñera es difícil que pueda tener competidores en su condición de mentiroso. Sus discursos y balances, así como el de los presidentes concertacionistas o el propio Pinochet, son inicuamente mendaces y farsantes. Tuvimos que experimentar la pandemia para que salieran al aire todos sus embustes, como los que nos quisieron hacer creer durante las tres últimas décadas. Esto es que éramos un país en el umbral del desarrollo, que los pobres habían casi desaparecido. O que éramos una de las democracias más sólidas de la Región. Que teníamos un sistema de salud casi tan bueno como el de los países más desarrollados y el narcotráfico no nos había infectado. Además de las patrañas sobre el sistema previsional y el prestigio de nuestra política exterior.
“Miente, miente que algo queda”, dice el aforismo. Al grado que los hijos más dilectos de Pinochet, como el Canciller Allamand, se permiten promover acciones para denostar y procurar la destitución de gobernantes. Reconvertidos, ahora, en caza dictadores, después de ser activos militantes del pinochetismo y estrechos coadjutores de un enclave como Colonia Dignidad, donde se refugiaron varios tenebrosos nazistas para organizar un campo de trabajo forzado, reclusión, tortura y exterminio. Guerra a Maduro, a Cuba y otros regímenes que Donald Trump quiere hacer desaparecer, pero total y cómplice silencio respecto del gobierno chino debido a que este país nos proporciona tan buenos ingresos por el cobre.
La verdad tiene su hora es el título de uno de los libros de Eduardo Frei Montalva, sin suponer que las “razones de estado” llevarían a los gobiernos de la posdictadura a materializar escándalos como el del MOP Gate, el tráfico de influencia ejercido por Sebastián Dávalos Bachelet y aquel conjunto de fraudes y cohechos que se les hacían necesarios para “financiar” sus actividades y enriquecerse personalmente. Delitos que fueron transversales en la política y que, por la parsimonia o lenidad de los Tribunales, sus principales actores han vuelto a aparecer y hasta integrar las nóminas de presidenciables.
Una colusión amplia de dirigentes y partidos que explica que Ricardo Lagos Escobar haya alzado su voz para echarle tierra a la investigación judicial respecto de las mentiras oficiales del ministro de salud Jaime Mañalich. A quien tuvimos por más de tres meses en todos los canales de la televisión mañoseando las cifras de la Pandemia y emprendiendo desacertadas medidas en lo que definió como dictadura sanitaria. Hasta que tuvo que ser destituido.
“Hoy por mí, mañana por ti” parece ser el denominador común de la clase política chilena para esconder la basura y las mentiras debajo de las alfombras de La Moneda y el Parlamento. Actuando todos bajo la coraza de la Constitución y las leyes represivas vigentes. Carta Básica que juran siempre respetar y reintentan perpetuar, si el Covid 19 les permite burlar el Plebiscito o si logran obtener derecho a veto en lo que promete ser la primera asamblea constituyente de nuestra historia. Si el pueblo, esta vez, impone su voluntad soberana y defiende su victoria.