Ahora que lo peor de la pandemia del Covid-19, en su primera arremetida, está quedando atrás en casi todos los países del mundo, hay mucha discusión sobre el regreso a la educación presencial en el aula. Será imposible ponerse de acuerdo mientras la escuela se asocie única y exclusivamente a una construcción, porque “la escuela” es mucho más que un edificio.
Por un lado, argumentan que la pérdida en aprendizajes puede llegar hasta un 88% (estudio realizado por el Ministerio de Educación de Chile financiado por el BID), mientras que en el otro extremo afirman que volver a hacer clases es una condena al contagio y sus graves consecuencias en docentes, estudiantes y sus respectivos entornos. Detrás de ambos argumentos está la concepción de que la educación presencial corresponde realizarla en el aula.
Debemos atrevernos a innovar, a dejar atrás prejuicios e intereses particulares, para dar espacio a la innovación y creatividad que nos permita entrar en esta nueva forma de vida en la educación para poder cumplir la promesa educativa. Una educación que desarrolle las capacidades sociales, intelectuales y emocionales para ser constructores de un mundo sostenible que respete los derechos humanos, promueva la diversidad cultural y equidad de géneros.
Busquemos la nueva escuela en nuestros entornos y no solo dentro de la sala de clases. Hay buenas experiencias que podemos usar de inspiración. Por ejemplo, en el año 2010, después del terremoto y tsunami en la zona centro sur de Chile, Fundación Semilla en conjunto con Junaeb, implementó programas de contención de stress post traumático en escuelas de la zona devastada y la mayor parte de las actividades se realizaron, no solo en los patios, sino en el entorno de los recintos educativos. También hemos desarrollado programas en el borde costero, con OBC Chinchimen y la Escuela de Maitencillo, a estudiantes, que, viviendo en la costa, nunca habían tenido la oportunidad de aprender parte del currículo educativo en contacto con la naturaleza. Las experiencias de educación apoyados en el entorno siempre dan excelentes resultados.
En muchos países están regresando a educación presencial y ya han surgido experiencia aisladas que están sacando a sus estudiantes fuera del recinto educativo para hacer sus clases en contacto con la naturaleza en plazas, parques, bosques y playas, todos lugares que permiten mantener las normas sanitarias básicas para disminuir el riesgo de contagio.
Si las y los profesionales de la educación fueron capaces de adaptarse a la educación a distancia, es seguro que podrán, cuando las condiciones lo permitan, realizar sus actividades docentes en esta nueva escuela que va mucho más allá de las construcciones, integrando su entorno social y territorial. Si el aislamiento y la educación a distancia fue forzada por las circunstancias sanitarias, ahora tenemos la motivación ética y moral de reducir las brechas educativas que venimos arrastrando, que siguen aumentando por la pandemia y que no podemos pasar por alto.
Mantener la discusión de regresar a la sala de clases o quedarse en casa seguirá siendo inconducente mientras no internalicemos que “la escuela” es mucho más que un edificio y que debe ser tomado en cuenta por autoridades y comunidades educativas para elaborar una política pública de educación.