Reveladoramente, el dispositivo más trascendente que distorsiona el “proceso constituyente” concordado el 15 de noviembre pasado entre la derecha y la ex Concertación ha sido completamente silenciado por el conjunto de los partidos políticos y los grandes medios de comunicación: el antidemocrático e inmodificable quórum de dos tercios establecido para que la convención pueda aprobar un “nuevo” texto constitucional. Aquel rompe con la regla básica de la democracia que estipula el gobierno de la mayoría. Y, en el caso concreto de Chile, le confiere a la derecha un virtual poder de veto, dado que desde 1990 ha obtenido –lejos- más de un tercio de los congresales en todas las elecciones parlamentarias, efectuadas con o sin sistema electoral binominal.
Es “natural” que las elites de la derecha y de la ex Concertación hayan concordado en silenciarlo. Para esta sería vergonzoso reconocer el nuevo regalo de esta naturaleza que le está haciendo a la derecha para poder “culpar” en el futuro a ésta de no haber podido finalmente obtener una Constitución que siente las bases para sustituir el “modelo chileno”. Modelo impuesto por la dictadura; y legitimado, consolidado y perfeccionado por la Concertación entre 1990 y 2010. Fue lo que ya hizo en 1989 con la Reforma Constitucional concordada con Pinochet, por la que le regaló solapadamente la mayoría parlamentaria a la futura oposición de derecha, al modificar el Artículo 65 de la Constitución original que aseguraba un gobierno con dicha mayoría por los quórums de aprobación de leyes en el Congreso. Esta reforma le permitió “culpar” a la derecha –particularmente en los 90- de que no podía cumplir con sus compromisos programáticos de cambio del modelo, en los que ya no creía. Esto lo reconoció descarnadamente el considerado por todos como principal ideólogo de la “transición”: Edgardo Boeninger. En efecto, en su libro publicado en 1997 (“Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad”; Edit. Andrés Bello) señaló que a fines de los 80 el liderazgo de la Concertación llegó a una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha, “convergencia que políticamente no estaba en condiciones de reconocer” (p. 369).
Y la demostración más rotunda de esto es que TODOS los cambios constitucionales y legales que ha habido desde marzo de 1990 (en que asume Aylwin de presidente) han sido consensuados entre la derecha y la ex Concertación, ¡independientemente de si esta última haya tenido o no los quórums parlamentarios para aprobar por sí mismo las reformas! Es decir, la denominada “política de los consensos” asumida voluntariamente por el liderazgo de la ex Concertación en función de la “convergencia” con la derecha reconocida por Boeninger. Y así, luego de largos 30 años seguimos con el Plan Laboral, las AFP, las Isapres, las universidades privadas con fines de lucro, la ley minera, las privatizaciones y concesiones de servicios públicos, el sistema tributario que permite la “elusión” de las grandes fortunas, la irrelevancia de los sindicatos, etc. etc.
Por otro lado, para la derecha sería una torpeza máxima develar dicha permanente actitud entreguista de parte del liderazgo de la Concertación. Por el contrario, para la derecha es plenamente funcional que aparezca siempre en confrontación ideológica y política con aquel liderazgo, para así contribuir a su legitimación como “alternativa” de aquella. ¡Qué mejor “alternativa” para la derecha que un movimiento que aparece permanentemente como de centro-izquierda en sus posturas públicas; y que también –permanentemente- aplica y legitima en la práctica políticas de derecha!
Es cierto que lo largo de este proceso fraudulento (a diferencia del proceso fraudulento de 1989 que duró solo días), aumentado como efecto de la pandemia, le ha traído a la derecha una creciente incomodidad. Esta es de que, producto del desconocimiento de las bases de la derecha de dicho fraude, éstas han adquirido un creciente temor de que la mayoría electoral histórica de centroizquierda se refleje efectivamente en una nueva Constitución que sustituya el “modelo chileno”; y se han abanderizado en un combativo “Rechazo”, el cual está destinado claramente a una contundente derrota. Más todavía cuando dicha actitud le ha venido como anillo al dedo a la elite ex concertacionista para entusiasmar a sus bases en creer en lo “trascendental” del proceso plebiscitario y después en la elección de los convencionales.
Todo ello ha generado que los líderes fundamentales de la derecha se hayan ido matriculando con el “Apruebo”; e incluso que Piñera haya planteado un “Decálogo” para la elaboración de una nueva Constitución; y que ministros como Cristián Monckeberg y Jaime Bellolio hayan destacado elegantemente como algo positivo “para todos” el quórum de los dos tercios. Pero es claro que políticamente no podrán demostrarles cabalmente a sus bases lo infundado de sus temores, develándoles el fraude en todas sus dimensiones.
Por otro lado, lo largo del proceso fraudulento ha causado también alguna incomodidad en la elite ex concertacionista, en la medida que las bases opositoras más politizadas empiezan a avizorar el funesto efecto del quórum de los dos tercios. Esto pese a que incluso ¡los partidos que no participaron del acuerdo fraudulento del 15 de noviembre (el PC y varios del Frente Amplio) no están diciendo nada de ello, ni menos lo están denunciando! Para disminuir las posibilidades de que sus bases se den cuenta del engaño, han surgido varios “sesudos” constitucionalistas que han planteado que el quórum de los dos tercios podrá sortearse, dado que los artículos constitucionales que no sean aprobados por dos tercios ¡pasarán luego a ser materia de leyes comunes aprobados por simple mayoría! Esto es un grotesco invento que no está para nada mencionado en el Artículo 133 de la Ley 21.200 que rige el actual proceso constituyente Además, su lógica podría llevar al absurdo de virtualmente eliminar el quórum de dos tercios por la vía de aprobar con esto unos pocos artículos consensuales y ¡dejar prácticamente toda la Constitución para ser aprobada por simple mayoría!…
En definitiva, el fraude de los dos tercios está destinado para que la “nueva” Constitución tenga el visto bueno de la derecha y de tal modo que la elite ex concertacionista pueda “justificar” la inutilidad de su mayoría, al verse virtualmente obligada a consensuar un texto con la derecha, dado dicho quórum. Y es tan grotesco este fraude que con él a la población se la está engañando adicionalmente, al ocultársele el hecho de que a la actual oposición ¡le sería más fácil lograr cambios constitucionales conservando la actual Constitución (que, no nos olvidemos, está suscrita por Lagos y todos sus ministros…) ya que para reformar ésta requiere –para muchos de sus artículos- el quórum menor del 60%!
Sin duda, tendremos que esperar todavía para que en la historia de Chile tengamos una Constitución democrática, producto de una auténtica Asamblea Constituyente…