Ayer, 7 de setiembre, se conmemoró oficialmente en Brasil el “Día de la Independencia”. Es habitual que en esa fecha el presidente de la República se dirija al país. Quien efectivamente lo hizo fue Lula. En una emisión directa a través de las redes sociales, volvió a hablarle a su pueblo despertando otra vez el respaldo de millones de brasileros. Sigue la crónica de Lillian Bento y el discurso completo del ex presidente traducido por Pressenza a nuestro idioma.
En un país cuyo presidente nunca se ha comportado como un estadista, fue el ex presidente Lula quien pronunció un discurso el 7 de septiembre en defensa de la soberanía nacional. Mientras el que ocupa el cargo más importante de la República acudía a los actos sin máscaras protectoras, promoviendo las aglomeraciones en un gesto de desprecio a los muertos por COVID-19, Lula abrió su discurso expresando su tristeza por los más de 130.000 brasileños víctimas de la pandemia.
«Nos estamos desbarrancando en una crisis sanitaria, social, económica y ambiental nunca vista. Más de doscientos millones de brasileras y brasileros se despiertan cada día sin saber si sus familiares, amigos o ellos mismos estarán sanos y salvos por la noche», dijo el ex presidente. Lula criticó al actual gobierno en la gestión de la crisis sanitaria y recordó que la mayoría de los muertos por Coronavirus son pobres, negros y personas que integran las llamadas minorías. De hecho, la mayoría de la población brasilera.
Su entonación de voz, su postura, su vestimenta, la iluminación, todo nos hizo recordar los pronunciamientos de Lula cuando era el jefe de Estado. No es de extrañar que la transmisión en directo haya tenido una enorme repercusión en las redes sociales. «¡El mejor presidente de la historia! Cuando Lula habla, tengo hasta orgullo de ser brasilera y la esperanza de un Brasil mejor», dijo una usuaria de Facebook.
Empezó su discurso recordando a las víctimas de COVID.
«Cada uno de los muertos que el gobierno federal trata con desdén tenía nombre, apellido, dirección. Tenía padre, madre, hermano, hijo, marido, esposa, amigos. Duele saber que muchos miles de brasileros no pudieron despedirse de sus seres queridos. Yo sé lo que es ese dolor». Y se encarga de recordar que hubiera sido posible evitar tantas muertes.
Lula destacó la insensibilidad del actual gobierno federal y recordó que los gobiernos surgidos tras el golpe de 2016 congelaron los recursos y saquearon el Sistema Único de Salud (SUS), que es referencia en todo el mundo. «Un gobierno irresponsable e incompetente, que incumplió las normas de la Organización Mundial de la Salud y convirtió el Coronavirus en un arma de destrucción masiva.”
En tono asertivo, Lula se puso a disposición del pueblo brasilero en una futura reconstrucción del Brasil. «En el aislamiento de la cuarentena he reflexionado mucho sobre el Brasil y sobre mí mismo, sobre mis errores y aciertos, y sobre el papel que todavía puedo desempeñar en la lucha de nuestro pueblo por mejores condiciones de vida«, evaluó.
Destacó la importancia de la soberanía nacional. «Decidí concentrarme, junto a ustedes, en la reconstrucción del Brasil como nación independiente, con instituciones democráticas, sin privilegios oligárquicos y autoritarios. Un verdadero Estado democrático de derecho, basado en la soberanía popular». Lula recordó que en un mes cumplirá 75 años y recordó su trayectoria personal y política. También dijo que era un hombre sin rencor y sin odio, lo que lo ayuda a seguir en la política.
La lucha de clases y el odio a los pobres
Además de las críticas que puedan hacerse a Lula como líder del Ejecutivo Nacional, hay que recordar que el ascenso económico de las clases pobres y desposeídas siempre molestó a las elites brasileras, aunque se tratara de un ascenso mínimo. No se trata de no percibir todos los matices de la extrema derecha emergente, sino de destacar que una parte importante del discurso de Lula de este 7 de septiembre, fue recordar que en la raíz de todo ese odio está la aversión a los pobres, a la población negra, a la mujer, a la población LGBTQIA+ y a la periferia.
Después de todo, fue durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) que las favelas, los trabajadores de diversas áreas del campo y la ciudad, y tantas gente que integra las llamadas minorías sociales, tuvo una oportunidad. Con la política de acciones afirmativas, por ejemplo, el pueblo brasilero vio cómo la universidad abría sus puertas a la población negra, indígena y periférica. También fue durante ese período que programas como «Luz para todos» y «Mi casa, mi vida» llevaron dignidad a muchos brasileros marginados. Era lo mínimo, pero fue suficiente para molestar a las élites. De ahí vinieron todas las persecuciones, que culminaron con el arresto de Lula y la elección del mencionado presidente.
Mientras veía el discurso de Lula, recordé un día de 2018 cuando hablando con un grupo de mujeres del área rural en el interior de Bahia, una de ellas dijo: «Miren, puede llover flechas, pero yo voy a votar por Lula o por quien él diga. Nunca nadie mejoró tanto mi vida». Fue aplaudida por todas las demás mujeres presentes, y fue esa la pasión que Lula volvió a despertar en muchos brasileros durante su discurso. «Soy aquel chico que desmintió la lógica, que salió del sótano social y llegó al último piso sin pedirle permiso a nadie más que al pueblo.” Fueron muchos los comentarios de apoyo y agradecimientos a Lula.
No sabemos cómo será ese recorrido con el pueblo contra el fascismo y el desgobierno de la extrema derecha. Hasta aquí, me pareció que el pronunciamiento –hecho en esta fecha simbólica de la Independencia del Brasil–, despertó el entusiasmo de muchos electores que subieron el hashtag #Lula2022. ¡Y él manifestó la energía necesaria! En veinte y pocos minutos, Lula habló de los derechos de los pueblos indígenas, de George Floyd, del genocidio de la población negra, de la violencia policial, de la violencia contra las mujeres, del SUS y de mucho más. Al final del día, el actual presidente habló sobre el 7 de septiembre en una declaración oficial sobre la Independencia de Brasil. La respuesta fueron las cacerolas que resonaron por todo el territorio. Desde el norte al sur del país, los brasileros golpearon las cacerolas contra el actual líder del gobierno federal.
Para saber más, lea el discurso completo de Lula a continuación.
(Traducción de Pressenza)
«Mis amigas y amigos
En los últimos meses una infinita tristeza viene apretando mi corazón. Brasil está viviendo uno de los peores períodos de su historia.
Con 130.000 muertos y cuatro millones de personas infectadas, nos estamos desbarrancando en una crisis sanitaria, social, económica y ambiental nunca antes vista.
Más de doscientos millones de brasileros se despiertan cada día sin saber si sus familiares, amigos o ellos mismos estarán sanos y salvos por la noche.
La abrumadora mayoría de los muertos por Coronavirus son pobres, negros, personas vulnerables que el Estado abandonó.
En la ciudad más grande y rica del país, las muertes por Covid-19 son 60% más altas entre negros y mulatos de la periferia, según datos de las autoridades sanitarias.
Cada uno de los muertos que el gobierno federal trata con desdén tenía nombre, apellido, dirección. Tenía padre, madre, hermano, hijo, marido, esposa, amigos. Duele saber que muchos miles de brasileros no pudieron despedirse de sus seres queridos. Yo sé lo que es ese dolor.
Hubiera sido posible evitar tantas muertes.
Estamos en manos de un gobierno que no valora la vida y banaliza la muerte. Un gobierno insensible, irresponsable e incompetente que incumplió las normas de la Organización Mundial de la Salud y convirtió el Coronavirus en un arma de destrucción masiva.
Los gobiernos que surgieron del golpe (de 2016) congelaron los recursos y saquearon el Sistema Único de Salud, el SUS, respetado mundialmente como modelo para otras naciones en desarrollo. Y el colapso no fue todavía mayor gracias a los héroes anónimos, las trabajadoras y trabajadores del sistema de salud.
Los recursos que se podrían estar usando para salvar vidas, fueron destinados a pagar intereses al sistema financiero.
El Consejo Monetario Nacional acaba de anunciar que sacará más de 300.000 millones de reales de las reservas que dejaron nuestros gobiernos.
Sería comprensible si esa fortuna estuviera destinada a socorrer al trabajador desocupado o a mantener la ayuda de emergencia de 600 reales mientras dure la pandemia.
Pero eso no pasa por la cabeza de los economistas del gobierno. ¡Ya anunciaron que ese dinero será usado para pagar los intereses de la deuda pública!
En manos de esa gente, la salud pública es maltratada en todos sus aspectos.
Sustituir la dirección del Ministerio de Salud por personal militar sin experiencia médica o sanitaria es sólo la punta del iceberg. En una escalada autoritaria, el gobierno transfirió a la administración federal cientos de efectivos militares activos y de la reserva, incluso a muchos puestos clave, haciendo recordar los oscuros días de la dictadura.
Lo más grave de todo es que Bolsonaro aprovecha el sufrimiento colectivo para cometer, solapadamente, un delito de lesa-patria.
Un crimen políticamente imprescriptible, el mayor crimen que un gobernante puede cometer contra su país y su pueblo: renunciar a la soberanía nacional.
No fue por casualidad que elegí hablar con ustedes el 7 de septiembre, Día de la Independencia del Brasil, cuando celebramos el nacimiento de nuestro país como nación soberana.
Soberanía significa independencia, autonomía, libertad. Lo contrario de eso es dependencia, servidumbre, sumisión.
A lo largo de mi vida siempre he luchado por la libertad.
Libertad de prensa, libertad de opinión, libertad de manifestación y de organización, libertad sindical, libertad de iniciativa.
Es importante recordar que no habrá libertad si el país mismo no es libre.
Renunciar a la soberanía es subordinar el bienestar y la seguridad de nuestro pueblo a los intereses de otros países.
La garantía de la soberanía nacional no se resume en la importantísima misión de resguardar nuestras fronteras terrestres y marítimas y nuestro espacio aéreo. Supone también defender a nuestro pueblo, nuestras riquezas minerales, cuidar nuestros bosques, nuestros ríos, nuestra agua.
En la Amazonia debemos estar presentes con científicos, antropólogos e investigadores dedicados a estudiar la fauna y la flora y a emplear esos conocimientos en la farmacología, en la nutrición y en todos los campos de la ciencia, respetando la cultura y la organización social de los pueblos indígenas.
El gobierno actual subordina Brasil a los Estados Unidos de manera humillante, y somete a nuestros soldados y diplomáticos a situaciones vejatorias. Y además amenaza con comprometer al país en aventuras militares contra nuestros vecinos contrariando la propia Constitución, para servir a los intereses económicos y estratégico-militares de los norteamericanos.
La sumisión de Brasil a los intereses militares de Washington fue expuesta por el propio presidente, cuando nombró a un oficial general de las Fuerzas Armadas brasileras para servir en el Comando Militar del Sur de los Estados Unidos, bajo las órdenes de un oficial estadounidense.
En otro ataque a la soberanía nacional, el actual gobierno firmó con Estados Unidos un acuerdo que pone la Base Aeroespacial de Alcântara bajo el control de funcionarios estadounidenses y que priva al Brasil de acceso a la tecnología, incluso de terceros países.
Quien quiera saber los verdaderos objetivos del gobierno no tiene que consultar los manuales secretos de la ABIN (Agencia Brasilera de Inteligencia) o del servicio de inteligencia del ejército.
La respuesta está todos los días en el Diario Oficial, en cada acto, en cada decisión, en cada iniciativa del presidente y sus asesores, banqueros y especuladores que él convocó para dirigir nuestra economía.
Instituciones centenarias como el Banco de Brasil, la Caja Económica Federal y el BNDES (Banco Nacional de Desarrollo), que se confunden con la historia de desarrollo del país, están siendo descuartizadas y rebanadas –o simplemente vendidas a precio vil.
Los bancos públicos no fueron creados para enriquecer a las familias. Son instrumentos de progreso. Financian el hogar de los pobres, la agricultura familiar, las obras de saneamiento, la infraestructura esencial para el desarrollo.
Si miramos al sector energético, vemos una política de tierra arrasada igualmente depredadora.
Después de poner a la venta por valores ridículos las reservas del Pré-Sal*, el gobierno desmantela Petrobrás. Vendieron la distribuidora y los gasoductos fueron cedidos. Las refinerías están siendo desmanteladas. Cuando sólo queden los fragmentos, las grandes multinacionales llegarán para rematar lo que haya sobrado de una empresa estratégica para la soberanía del Brasil.
Media docena de multinacionales amenazan la renta de cientos de miles de millones de reales procedentes del petróleo del Pré-Sal, recursos que constituyeron un fondo soberano para financiar una revolución educativa y científica.
La Embraer, uno de los mayores activos de nuestro desarrollo tecnológico, sólo escapó a la saña entreguista por las dificultades de la empresa que iba a adquirirla, la Boeing, profundamente ligada al complejo industrial militar de los Estados Unidos.
El desmantelamiento no termina ahí.
La furia privatista del gobierno pretende vender también la mayor empresa generadora de energía de América Latina, la Eletrobrás, un gigante con 164 plantas –dos de ellas termonucleares– responsables de casi el 40% de la energía consumida en el Brasil.
La demolición de las universidades, de la educación y el desmantelamiento de las instituciones de apoyo a la ciencia y la tecnología, promovidas por el gobierno, son amenazas reales y concretas a nuestra soberanía.
Un país que no produce conocimientos, que persigue a sus profesores e investigadores, que recorta las becas de investigación y niega la educación superior a la mayoría de su población, está condenado a la pobreza y a la eterna sumisión.
La obsesión destructiva de este gobierno entregó la cultura nacional a una sucesión de aventureros. Artistas e intelectuales claman por la salvación de la Casa de Ruy Barbosa, de la Funarte, de la Ancine. La Cinemateca Brasilera, donde se deposita un siglo de la memoria del cine nacional, corre el grave riesgo de tener el mismo trágico destino que el Museo Nacional.
Mis amigas y amigos
En el aislamiento de la cuarentena he reflexionado mucho sobre el Brasil y sobre mí mismo, sobre mis errores y aciertos y sobre el papel que todavía puedo desempeñar en la lucha de nuestro pueblo por mejores condiciones de vida.
He decidido concentrarme junto a ustedes en la reconstrucción de Brasil como nación independiente, con instituciones democráticas, sin privilegios oligárquicos ni autoritarios. Un verdadero estado democrático bajo el imperio de la ley, basado en la soberanía popular. Una nación orientada a la igualdad y el pluralismo. Una nación inserta en un nuevo orden internacional basado en el multilateralismo, la cooperación y la democracia, integrada a América del Sur y solidaria con otras naciones en desarrollo.
El Brasil que quiero reconstruir con ustedes es una nación comprometida con la liberación de nuestro pueblo, de los trabajadores y los excluidos.
En un mes cumpliré 75 años.
Mirando hacia atrás, sólo puedo agradecer a Dios, que fue muy generoso conmigo. Tengo que agradecer a mi madre, doña Lindu, por haber hecho de un pau-de-arara¹ sin diploma, un trabajador orgulloso que un día se convertiría en Presidente de la República. Por haber hecho de mí un hombre sin rencor, sin odios.
Soy aquel chico que desmintió la lógica, que salió del sótano social y llegó al último piso sin pedirle permiso a nadie más que al pueblo.
No entré por la puerta trasera, entré por la rampa principal. Y eso los poderosos jamás lo perdonaron.
Me reservaron el papel de extra, pero me convertí en protagonista de la mano de los trabajadores brasileros.
Asumí el gobierno dispuesto a mostrar que el pueblo encajaría en el presupuesto. Más que eso, demostré que el pueblo es un extraordinario patrimonio, una enorme riqueza. Con su pueblo el Brasil progresa, se enriquece, se fortalece, se hace un país soberano y justo.
Un país en que la riqueza producida por todos sea distribuida a todos, pero en primer lugar a los explotados, los oprimidos, los excluidos.
Todos los avances que hicimos sufrieron encarnizada oposición de las fuerzas conservadoras, aliadas a los intereses de otras potencias.
Ellos nunca se resignaron a ver al Brasil como un país independiente y solidario con sus vecinos latinoamericanos y caribeños, con los países africanos, con las naciones en desarrollo.
Es allí, en esas conquistas de los trabajadores, en ese progreso de los pobres, en el fin del sometimiento, donde está la raíz del golpe de 2016.
Ahí está la raíz de los juicios armados en mi contra, de mi arresto ilegal y de la prohibición de mi candidatura en 2018. Procesos que –ahora todo el mundo lo sabe– contaron con la criminal colaboración secreta de las agencias de inteligencia norteamericanas.
Al sacar a 40 millones de brasileros de la miseria, hicimos una revolución en este país. Una revolución pacífica, sin tiros ni prisiones.
Al ver que ese proceso de ascensión social de los pobres continuaría, que la afirmación de nuestra soberanía no iba a tener vuelta, los que se creen dueños del Brasil –aquí dentro y afuera–, decidieron decir basta.
Ahí nació el apoyo de las elites conservadoras a Bolsonaro.
Aceptaron como natural su ausencia en los debates. Aplicaron ríos de dinero en la industria de las fake news. Cerraron los ojos ante su pasado de terror. Fingieron ignorar su discurso en defensa de la tortura y la apología pública que hizo de la violación.
Las elecciones de 2018 lanzaron al Brasil a una pesadilla que parece no tener fin.
Con el ascenso de Bolsonaro, paramilitares, traficantes y mercenarios salieron de las páginas policiales y aparecieron en las columnas políticas.
Como en las películas de terror, las oligarquías brasileras han dado a luz a un monstruo que ahora no pueden controlar, pero que seguirán sosteniendo mientras sirva a sus intereses.
Un hecho escandaloso ilustra esta connivencia: en los primeros cuatro meses de la pandemia, cuarenta billonarios brasileros aumentaron sus fortunas en 170 mil millones de reales.
Mientras tanto, la masa salarial de empleados cayó un 15% en un año, la caída más alta jamás registrada por el IBGE ( Instituto Brasilero de Geografía y Estadística). Para evitar que los trabajadores puedan defenderse de ese saqueo, el gobierno asfixia a los sindicatos, debilita sus centrales y amenaza con cerrar las puertas de los tribunales laborales. Quieren romper la columna vertebral del movimiento sindical, algo que ni siquiera la dictadura consiguió.
Violaron la Constitución de 1988. Repudiaron las prácticas democráticas. Implantaron un autoritarismo oscurantista que destruyó las conquistas sociales logradas en décadas de lucha. Abandonaron una política exterior altiva y activa a favor de una sumisión vergonzosa y humillante.
Este es el verdadero y amenazador retrato del Brasil de hoy.
Habrá que enfrentar semejante calamidad con un nuevo contrato social que defienda los derechos y los ingresos del pueblo trabajador.
Mis queridas y queridos
Mi larga vida, incluyendo los casi dos años que pasé en una prisión injusta e ilegal, me ha enseñado mucho.
Pero todo lo que fui, todo lo que aprendi cabe en un grano de maíz si esta experiencia no fuera puesta al servicio de los trabajadores.
Es inaceptable que el 10% de la población viva a costas de la miseria del 90% del pueblo.
Jamás habrá crecimiento y paz social en nuestro país mientras la riqueza producida por todos termine en las cuentas bancarias de media docena de privilegiados.
Nunca habrá crecimiento y paz social si las políticas públicas y las instituciones no tratan con equidad a todos los brasileros.
Es inaceptable que los trabajadores brasileros sigan sufriendo los impactos perversos de la desigualdad social. No podemos admitir que nuestra juventud negra tenga sus vidas marcadas por la violencia que bordea el genocidio.
Desde que vi en aquel terrible video los 8 minutos y 43 segundos de agonía de George Floyd, no dejo de preguntarme: ¿cuántos George Floyd hemos tenido en Brasil? ¿Cuántos brasileros perdieron la vida por no ser blancos? Las vidas negras importan, sí, pero eso vale para todo el mundo, para los Estados Unidos y para el Brasil.
Es intolerable que las naciones indígenas vean sus tierras invadidas y saqueadas y sus culturas destruidas. El Brasil que queremos es el del mariscal Rondon² y los hermanos Villas-Boas³, no el de los falsificadores y los devastadores de la selva.
Tenemos un gobierno que quiere matar las más bellas virtudes de nuestro pueblo como la generosidad, el amor a la paz y la tolerancia.
El pueblo no quiere comprar revólveres o cartuchos de carabina. El pueblo quiere comprar comida.
Tenemos que combatir con firmeza la violencia impune contra las mujeres. No podemos aceptar que un ser humano sea estigmatizado por su género. Repudiamos el escarnio público a los quilombolas. Condenamos el prejuicio que los trata como seres pobres e inferiores que viven en las periferias de las grandes ciudades.
¿Hasta cuándo vamos a convivir con tanta discriminación, tanta intolerancia, tanto odio?
Mis amigos y amigas
Para reconstruir el Brasil después de la pandemia, necesitamos un nuevo contrato social entre todos los brasileros.
Un contrato social que garantice a todos el derecho a vivir en paz y armonía. En el que todos tengamos las mismas posibilidades de crecer, donde nuestra economía esté al servicio de todos y no de una pequeña minoría. Y en el que sean respetados nuestros tesoros naturales como el Cerrado, el Pantanal, el Amazonas Azul y el Flora Atlántica.
El fundamento de este contrato social debe ser el símbolo y la base del régimen democrático: el voto. Es a través del ejercicio del voto, libre de manipulaciones y fake news, que deben formarse los gobiernos y deben hacerse las grandes elecciones y las opciones fundamentales de la sociedad.
A través de esta reconstrucción basada en el voto, tendremos un Brasil democrático, soberano, respetuoso de los derechos humanos y de las diferencias de opinión, protector del medio ambiente y de las minorías y defensor su propia soberanía.
Un Brasil de todos y para todos.
Si estuviéramos unidos en torno a eso, podremos superar este dramático momento.
Lo esencial hoy es vencer la pandemia, defender la vida y la salud del pueblo. Es poner fin a este desgobierno y terminar con el techo de gastos que pone al Estado brasilero de rodillas frente al capital financiero nacional e internacional.
En esta ardua pero esencial empresa, me pongo a disposición del pueblo brasilero, especialmente de los trabajadores y los excluidos.
Mis amigas y amigos
Queremos un Brasil en que haya trabajo para todos.
Se trata de construir un estado de bienestar social que promueva la igualdad de derechos, en que la riqueza producida por el trabajo colectivo se devuelva a la población según las necesidades de cada uno.
Un Estado justo, igualitario e independiente que de oportunidades a los trabajadores, los más pobres y los excluidos.
Este Brasil de nuestros sueños puede estar más cerca de lo que parece.
Hasta los profetas de Wall Street y la City de Londres ya decretaron que el capitalismo, como el mundo lo conoce, tiene los días contados. Les tomó siglos descubrir una verdad incuestionable que los pobres conocen desde que nacieron: lo que sostiene al capitalismo no es el capital. Somos nosotros, los trabajadores.
Es en estas estas horas cuando me viene a la cabeza esta frase que leí en un libro de Victor Hugo escrito hace un siglo y medio, y que todo trabajador debería llevar en el bolsillo, escrita en un pedacito de papel para no olvidarla nunca:
«Es del infierno de los pobres que se hace el paraíso de los ricos…»
Ninguna solución, sin embargo, tendrá sentido sin el pueblo trabajador como protagonista. Como la mayoría de los brasileños, no creo y no acepto los llamados pactos «por arriba», con las élites. Quien vive de su propio trabajo no quiere pagar la factura de los areglos políticos hechos en el piso de arriba.
Por eso quiero reafirmar algunas certezas personales:
No apoyo, no acepto ni suscribo ninguna solución que no tenga la participación efectiva de los trabajadores.
No cuenten conmigo para ningún acuerdo en el que el pueblo sea un mero ayudante.
Más que nunca, estoy convencido de que la lucha por la igualdad social pasa por un proceso que obligue a los ricos a pagar impuestos proporcionales a sus ingresos y fortunas.
Y este Brasil, mis amigas y amigos, está al alcance de nuestras manos.
Puedo afirmarlo mirando a los ojos de cada uno y cada una de ustedes. Le demostramos al mundo que el sueño de un país justo y soberano puede hacerse realidad.
Yo se –ustedes saben–, que podemos volver a hacer de Brasil el país de nuestros sueños.
Y decir, desde el fondo de mi corazón: estoy aquí. Vamos a reconstruir juntos el Brasil.
Todavía tenemos un largo camino que recorrer juntos.
Manténganse firmes, porque juntos somos fuertes.
Viviremos y venceremos».
Luiz Inácio Lula da Silva
¹ Camión que en las áreas rurales transporta trabajadores en condiciones muy precarias e inseguras. Por extensión, el mismo nombre «pau-de-arara» se les da a las personas transportadas. Cuando todavía era un niño, Lula viajó en uno de esos camiones más de dos mil kilómetros, para llegar a San Pablo desde Pernambuco.
² Militar brasilero que exploró extensas zonas de su país.
³ Exploradores, activistas por los derechos de los pueblos indígenas.