4 de agosto 2020. El Espectador
Extraño a mi profesora de filosofía. Se llamaba Gloria Cabo y era una mujer dulce y brillante. Me pregunto cómo serían ahora sus disertaciones sobre la estructura y las formas de pensamiento, es decir, sobre la lógica; qué nos diría hoy sobre la ontología y el estudio del ser… ¿cuál ser? ¿el redentor, el asesino o el artista? ¿el que sobrevive a las guerras y a sí mismo? Cómo sería la alegoría de la caverna, versión pandemia: los hombres y las sombras, el enfrentamiento entre los sentimientos y el conocimiento; las cadenas que inmovilizan y solo nos permiten ver la pared del fondo; el virus del fondo; el estertor.
Nos faltan filósofos en las mesas de discusión; humanólogos, capaces de darnos visiones sociales; alertas políticas que nos preocupen y ocupen de todo lo que se está derrumbando, más allá del microscopio.
¿Qué más necesitamos para reventar los hilos de las marionetas? No quiero ser caballo en la plaza de toros. Se nos pasa el tiempo, y la enfermedad del 2020 sigue acallando a las demás tragedias, como si no fueran ciertas, como si fueran alucinaciones pasajeras.
¿A qué horas nos impermeabilizaron la conciencia? Cambiamos la urgencia del hambre por la urgencia de los respiradores. ¿Perdimos acaso la capacidad de pensamiento de amplio espectro?
Así como los cuerpos muy enfermos necesitan cuidados intensivos, las sociedades vulnerables necesitan cuidados drásticos y continuos, solidarios, económicos y políticos. Y nos necesitan despiertos, con capacidad de reaccionar, no de amoldarnos como si fuéramos 50 millones de gelatinas hipnotizadas.
Debemos estar muy enfermos si no sentimos luto y rechazo con cada tiro que destroza la vida de un campesino. Si no nos duele cada firmante de paz asesinado, y no somos capaces de mirar a los ojos al que sea y decirle que no, que no “se lo tenía merecido”, porque nadie merece que lo maten en la vereda, por haber cometido la osadía de cambiar por azadón, el fusil. Muerte sistemática, extinción o genocidio. A ver si dejamos de espantarnos con las palabras, y nos rebelamos de una vez por todas contra los hechos.
Tendremos que salir de expedición por la realidad; a ver si nos damos cuenta del país que habitamos, y dejamos la palidez frente a una Colombia envuelta en el trapo rojo de la pobreza, y con el cuerpo roto por las trampas de la violencia. Ojo con la displicencia hacia la reforma rural, y la mutilación al presupuesto para la paz 2021:
El proyecto radicado el 28 de julio prevé para la Agencia de Desarrollo Rural, una disminución del 45% en el rubro de inversión entre el año 2020 y 2021: En millones, pasa de $194.900 a $106.708; y en el total, una disminución de más del 35%. Para la Agencia Nacional de Tierras, la inversión pierde el 14%, y el total disminuye en más de $34.000 millones. Renovación del Territorio dejará de recibir $1815 millones en inversión. Y así… Es decir, el punto 1 del Acuerdo de Paz tendrá que defenderse con las uñas, y si este año muchos de los exguerrilleros firmantes de paz tuvieron que hacer vaca para pagar techo y proyectos productivos, calculen lo que será el año entrante. #SinRecursosNoHayPaz y, así las cosas, lo pactado dirá cada vez con más ahogo y más angustia: “no puedo respirar”.
Presidente Duque: Llevamos dos años tratando de explicarle que sin paz no quedará país. Le quedan otros dos para cumplir su juramento, salvar miles de vidas y no pasar a la historia como el gobierno que nos arrebató la paz.