Ahora se usa mucho el término infodemia, que es una forma de explicar la sobreabundancia de información. Es como estar sepultados detrás o debajo de una montaña de información. Hace unos cuantos años se descubrió que siendo imposible la censura y que cierta información no vea la luz, entendieron que la mejor manera de ocultar algo, era tirándolo en una cazuela llena, llenísima de cosas. No sin antes hacer pagar un precio altísimo a quienes rompieron ese oscurantismo, Julian Assange, Chelsea Manning y Edward Snowden son apenas unos pocos ejemplos de damnificados por romper el sagrado silencio.
Verdades, mentiras, mediasverdades, operaciones, propaganda, RUIDO. No es exactamente el ruido blanco que popularizaron Soda Stereo en los 80 o Anthrax en los 90, sino un ruido ensordecedor, un ruido pensado para marearnos, para embrutecernos. Se da esa paradoja, nunca hubo tanto conocimiento al alcance de cualquiera como en estos días, pero eso no está redundando en que seamos más inteligentes o estemos mejor preparados.
A grandes rasgos lo que se ve por todas partes son repeticiones de consignas machaconas, ideas, paradigmas, cosmovisiones que nos tienen entrampados, que nos hacen discutir sobre los matices de esas aparentes disputas semánticas o de sentido, pero que no dejan de ser discusiones residuales. Estamos discutiendo el decorado, pero la trama parece inalterable.
Pero no me quiero ir por las ramas, ni hacerlo tan general que le perdamos el rastro.
Ese ruido permitió que las ideas más reaccionarias hayan vuelto muy fortalecidas. Todos los negacionismos juntos, la relativización de todo tan de la era posmoderna y la desconfianza que generan los Poderes hicieron el resto.
Hablaba el jueves por la radio con Cynthia Rush, ella es parte del Instituto Schiller, se la pasan analizando la geopolítica, las tendencias globales, cómo afectan los acuerdos, cómo se dan los fenómenos sociales. Uno puede coincidir en sus apreciaciones más, o menos, pero son de los poquitos que miran estas jugadas y, lo más novedoso, que insisten en la propuesta de alternativas.
De esa charla me quedo con un destacadito que tiene que ver con los discursos de odio y como la extrema derecha impuso agenda a nivel global. El conspiracionismo es parte de ese juego y se agarran de todos los mecanismos para demostrar que las cosas son como ellos las describen. Lo que es muy interesante en esto: es que los que denuncian conspiraciones, son los conspiracionistas, que lo único que hacen es decir que los otros son peores que ellos, porque están tan desembozados, que incluso se vanaglorian de sus fechorías. Y, por supuesto, están muy orgullosos de sus ideas de mierda.
Ellos desnudan a las socialdemocracias hipócritas del mundo, muestran las incoherencias de los progresismos y crean chivos expiatorios por todos lados. Claro que también está lleno de descripciones, como la que estoy haciendo, de las barbaridades que hacen estos conspiradores, pero quedan sepultadas entre todo el aparaterío de denuncias, fake news, investigaciones, inventos, etc…
Y convencieron a muchos de que Hitler era un tipo espectacular, que no hubo hornos crematorios, como nos convencieron en otros tiempos de que los comunistas cenaban niños crudos y Hugo Chávez se murió. Bueno, que se había muerto un montón de veces, antes de morirse en serio.
Y muchas veces es muy fácil el seguidismo de esas corrientes de opinión, porque son convincentes, porque utilizan siempre a gente buena para que legitimen sus animaladas. Y gente con las mejores intenciones (o algo así) termina sirviéndoles, votándolos, haciéndoles propaganda. Y seguro que mientras digo esto, alguien dirá que yo estoy haciendo lo mismo en sentido inverso. Es así, es cuestión de creer o reventar.
Y es terrible ese punto de creer o reventar, porque que uno crea algo, no lo hace real, no lo hace verdadero, simplemente es mi credo. Me da fortaleza espiritual, pero argumentativamente es la mayor endeblez posible. El relato de experiencia, si bien está internalizado y puede ser muy profundo, carece de autoridad sino se puede demostrar mínimamente. “A mí el Taichi me hace bien”. No hay manera de refutarlo. Pero habrá que buscar las evidencias del caso. Mayor flexibilidad, estabilidad emocional, tono muscular, y del otro; en fin, algo que avale lo dicho. Según la evaluación uno dirá, “a mí también me puede hacer bien” o “yo ni loco me pongo a hacer eso”, “es una estafa”. Podemos discutir eternamente sobre lo que creamos, el tema es la evidencia, que es lo contrastable, lo incuestionable.
Y esto que escribo es irrelevante en lo personal, el tema es a nivel social, el tema es tener en cuenta el bien común, lo que es mejor para el conjunto, lo que sobrepasa los intereses personales. O sea, quedarse en la propia creencia, más allá de las pruebas es el individualismo más rampante. Es muy fácil en ese mar de información encontrar aquello que me refuerza en mis creencias. Incluso es posible encontrar gente querible que transmite desde lugares espeluznantes. Por eso creo muy sano descartar directamente los lugares espeluznantes. Tengo amigos que me dicen “pero esto no está mal”, “no, lo que está mal es consumir tal o cual página de mierda”. Porque te meten una idea potable en medio de un balde de veneno y prevalece el veneno, lo potable se envenena.
Entonces, más allá de lo que cada uno pueda hacer con su alimentación de datos, hay que pasar al estadío de lo que debe ser lo mejor para todos y todas. Eso lleva a la necesidad de profundizar en los estudios y análisis, porque no se puede tirar cualquier cosa en eso. En fin, toda la vuelta que di para terminar en algo tan sencillo como salir de lo personal, para entrar en lo colectivo. Algo que debería ser una obviedad de Perogrullo y que sin embargo genera una guerra dialéctica a todo trapo.
Hay otro componente en la creencia que me parece importante destacar. Lo que yo creo, no tengo por qué haberlo creado yo. Alcanza con que alguien me lo sirva bien empaquetadito para que me lo crea. Y es así que nos convertimos en loros, en replicadores de las consignas ajenas, de las ideas de otros, de los odios que vienen de quienes quieren dominarnos.
Esta descripción forma parte de la autopercepción y de lo que veo en los demás, que no deja de ser la proyección de aquello que he detectado en mí mismo. Como ese hombrecito que ve correr a una sociedad lemmings a saltar por el precipicio, aquí me encuentro esperando rescatar a alguno de esa carrera enloquecida.