Mujeres en tiempos de pandemia

 

“Mi jornada empieza a las 4 de la mañana, especialmente cuando mi compañero está en la primera punta. Entonces le preparo su desayuno. Luego hay que preparar las salteñas, porque yo hago unas cien salteñas cada día y las vendo en la calle. Hago este trabajo para completar lo que falta al salario de mi compañero para satisfacer a las necesidades del hogar. En la víspera ya preparamos la masa y desde las 4 de la mañana hago las salteñas, mientras doy de comer a los chicos. (…). Luego hay que alistar a los que van a la escuela por la mañana. Luego lavar la ropa que dejé enjuagada en la víspera. A las 8 salgo a vender. Los chicos que van a la escuela por la tarde me ayudan. Hay que ir a la pulpería y traer los artículos de primera necesidad (…) La ropa, cuesta más caro. Entonces, trato de coser todo lo que puedo. Compramos lana y tejemos. También, al principio de cada año, gasto unos 2 000 pesos comprando telas y un par de zapatos para cada uno de nosotros. Y esto la empresa lo va descontando mensualmente del salario de mi esposo. A eso llamamos “paquete” en las papeletas de pago. Y ocurre que, antes que terminemos de pagar el “paquete”, ya se nos acabaron los zapatos. Así es, pues. (…) Las demás cosas, hay que hacerlas de noche. (…) Otras compañeras se ayudan tejiendo, otras cosiendo ropa, otras haciendo tapetes, otras vendiendo en la calle. (…) Es que no hay fuentes de trabajo, pues.  (…) Entonces, así vivimos. Así es nuestra jornada. Yo me acuesto generalmente a las 12 de la noche. Duermo entonces cuatro a cinco horas. Ya estamos acostumbradas. Bueno, pienso que todo esto muestra bien claro cómo al minero doblemente lo explotan, ¿no? Porque, dándole tan poco salario, la mujer tiene que hacer muchas más cosas en el hogar. Y es una obra gratuita que le estamos haciendo al patrón, finalmente, ¿no?”

Fragmento de ‘Si me permiten hablar. Testimonio de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia”, Moema Viezzer.

 

Este relato de Domitila me hizo reflexionar sobre la naturalización de todas las actividades que desarrollamos nosotras. Desde 1750 cuando comenzó la Revolución Industrial, la naturalización de los trabajos de la mujer no se modificó en ninguno de sus aspectos. Somos “amas de casa” o “amas de llaves” y cada uno de esos rubros se convierten en un polirubro que abarca todos los campos del trabajo. Se supone que tenemos que hacer todo y conjugarlo con las tareas del hogar, los servicios femeninos de atención al varón, las labores de enseñanza, el cuidado de la salud, la alimentación, entre tantos otros. No me alcanzan los renglones para nombrarlo todo porque nosotras, hoy, tres siglos después tenemos que realizar dichas tareas pese a no tener el mismo rol en la sociedad, que –a mi entender– está al final de su tiempo patriarcal.

En el testimonio de esta mujer de las minas de Bolivia, extraído del libro “Si me permiten hablar”, su descripción es inmensa al explicar cómo los modelos de vida la llevan a la esclavitud que excede el ámbito laboral y se inmiscuye en el ámbito doméstico, cotidiano.  Los bienes y servicios que brindamos las mujeres están naturalizados, desde el trabajo hasta la atención de un varón y no solo para las mujeres latinoamericanas.

Hoy, cuatro décadas después que Domitila relatara su día a día, no cambió nada para nosotras: lo hacemos todo desde nuestros hogares en tiempo de cuarentenas. La nueva normalidad no respeta el horario de trabajo, ni los feriados; los jefes señores con educación patriarcal, llaman cuando les viene bien a ellos, piden, exigen, y no tienen ninguna compasión por nada, hay que solucionarles todas sus dificultades y dar respuestas hasta a temas que no corresponden.

En tiempo de pandemia, no solo tenemos temor de perder el sustento, sino también debemos compaginar las otras tareas del hogar y la familia; aunque no nos guste respetar un modelo de vida preexistente, construido durante siglos, naturalizado; las tareas hay que hacerlas igual porque si no nadie las hace. Qué difícil hacerse cargo de todos los cuidados, atender a las necesidades de todas y de todos, trabajando en casa, sin que la retribución económica se modifique para bien sino para mal. Así son los tiempos de la nueva normalidad para nosotras las mujeres, sin ninguna posibilidad de queja, sin empatía, sin miramientos.

¿Cuál es la diferencia que veo con otras épocas? Que ya todas nosotras lo sabemos, somos conscientes de la construcción de la naturalización de nuestros roles en la familia, la sociedad, el trabajo y todos los ámbitos a los cuales tenemos acceso.

Nos movilizamos, logramos modificar leyes, protestamos, pedimos y exigimos cambios. En tiempos de pandemia, se nos hizo más visible todo lo que todavía tenemos que cambiar y exigir para nosotras y las que vendrán. Entonces, hoy, a ninguna mujer que le comentamos nuestras luchas se extraña. Al contrario, apoya, se suma, participa y eso es lo nuevo en esta nueva normalidad.