Por comentarios recibidos, advierto que mi modo de redactar teoría en primera persona parece confundir: no es que se trate de experiencia personal, o sea, de un testimonio. Ocurre que el modo de configurar la realidad no se expresa como se vive sino como “se piensa” habitualmente. Nuestro modo de ver el mundo está formateado por las creencias comunes, más o menos impregnadas de cientificidad según cada uno se haya formado. Sin embargo, cada uno ve las cosas de modo distinto pero uniforme: desde el interior de su experiencia. Ese modo de ver las cosas cambia radicalmente lo que las mismas cosas son. Ella son “para mí”, para cada uno de nosotros, y cada uno de nosotros las ve desde un punto de mira único que se distorsiona (y distorsiona el mismo dato) cuando se trata de expresarlas desde la creencia común que cada uno ha aceptado con más o menos modificaciones. Así que cuando escribo en primera persona estoy invitándote a que trates de ver desde dónde veo lo que digo. Porque es seguro que si las ves desde donde siempre las ves, tendremos para discutir largas horas. Del modo que propongo, no tendremos más remedio que hablar de ti y de mí, de nuestra común humanidad y lo que la caracteriza: ver las cosas y a sí misma. Entonces puede ser que partamos de un punto común de entendimiento y construyamos una visión de las cosas que nos sea común a ambos. Abajo intento proponer un paisaje teórico que pueda sernos común, modificando los vectores de tensión que lo configuran.
Todo es movimiento
La intencionalidad es un concepto abstracto con el que se hace referencia al estar la conciencia constantemente dirigida hacia un objeto. O visto alegóricamente, el brotar los objetos de la conciencia. También se la puede ver como la dirección propia de la conciencia, siempre hacia un objeto.
Así como Leibniz enseñó que nada existe sin una razón (lo llamó principio de razón), Silo nos enseñó que nada existe aislado (sintetizando a Kant, Hegel, Schopenhauer y en el siglo pasado, la teoría sistémica que nos legaron, y ahorro las citas porque exceden este artículo).
De modo que para entender la intencionalidad, hay que ampliar un poco el foco temático.
Así, para darle contexto de un brochazo, no es aventurado afirmar que todo es movimiento. No digo que todo está en movimiento, porque omitiría el movimiento interno, aunque parezca normal como expresión, desde nuestro modo habitual externo de ver, concebir y expresarnos, o como diría Silo, desde el punto de vista de las cosas[2].
Esto merece unas palabras más: vemos todo desde afuera, lo pensamos desde afuera y operamos sobre las cosas desde afuera de las cosas, inevitablemente. Somos un hacer y ese hacer primordial produce la experiencia, que luego es codificada, clasificada y procesada por el pensar. Y si alguien objeta que primero es ver, tendrá que considerar que el bebé se mueve antes de empezar a discernir sus nebulosas visiones, todavía en proceso de aprendizaje del ver (leer a Humberto Maturana y Francisco Varela). Quizás poder reproducir imaginariamente su experiencia ayudaría a comprender la propia en su espontaneidad.
De modo que, tampoco es arriesgado afirmar que todo es fuego, si se considera que todo lo manifestado[3] son hornos estelares (en su abrumadora mayoría) o sus restos, incandescentes o.
El calor inaugural del universo se conservó por la presión gravitacional que comprimió el gas primordial hasta generar la reacción nuclear que formó las primeras estrellas, que explotaron para dar paso a las que conocemos, más estables pero, en definitiva, son estructuras en combustión.
Esta materia incandescente que es todo lo que se manifiesta, no es el fuego que conocemos, esas llamas que a simple vista se elevan «trepando» por la gravedad, sino que son gases ardientes compuestos principalmente por hidrógeno y helio. Las estrellas (que son cuerpos de plasma) irradian su luz a través de reacciones de fusión nuclear. Por lo tanto, tienen una masa mínima para que las condiciones de temperatura y presión en el núcleo permitan la generación y conservación de esa actividad. Durante gran parte de su existencia, una estrella está en equilibrio hidrostático bajo la acción de dos fuerzas opuestas: la gravitación que tiende a contraer hacia el colapso y la presión cinética, regulada y mantenida por la fusión nuclear, que tiende a expandirla[4].
Expansión y contracción son las dos fuerzas que juegan constantemente para resultar en un balance inestable que favorece la conservación de las estructuras estelares, de esas incontables estructuras en combustión que se conservan en/por su equilibrio inestable y se alejan las unas de las otras en el movimiento expansivo que las impulsa y a la vez las contiene como ámbito mayor. Porque es el movimiento y, en particular, su velocidad constante, lo que da cohesión al conjunto.
Podemos concebir todo como uno, como unidad o único (¿será así?), y desde ese punto de vista se puede decir que es un movimiento expansivo. Todo es movimiento y como todo movimiento tiene una dirección: hacia afuera de un centro hipotético del que todos los elementos que lo componen se alejan, dentro de una expansión contenida que impide la dispersión. El juego centrífugo-centrípeto está inscripto en el conjunto mayor, con una dirección expansiva de la que participan todos los fenómenos[5] que contiene, equilibrada por la presión gravitacional. O sea, estructuras con un equilibrio inestable.
La dinámica temporal de los fenómenos
La Vida es un proceso de equilibrio. La primera fusión de partículas de hidrógeno que en las primeras estrellas generó el helio fue un primer equilibrio. Así siguiendo, las nuevas articulaciones que se fueron montando, unas sobre otras, instauraron nuevos equilibrios que fueron generando sus formas organizativas hasta llegar al cuerpo humano.
Los distintos niveles de estructuración que se pueden discernir en la materia manifiestan, niveles de organización: desde lo concreto hasta las partículas, la materia se puede descomponer teórica y experimentalmente en elementos menores a lo manifestado. A su vez, los cuerpos celestes componen otros niveles de organización, como los sistemas solares, galaxias, cúmulos de galaxias.
Pero todos esos fenómenos son movimiento, no sólo porque se manifieste espacialmente sino porque esencialmente son tiempo.
El universo, que en apariencia se mueve en el espacio, lo hace en el tiempo. Es más, primordialmente, todo transcurre. Y en ese transcurrir, se mueve, lo que implica un espacio de referencia.
La autotransformación, la variación que se produce en el semoviente[6], ocurre en el tiempo (si no es el tiempo mismo). Pero también las piedras se modifican con el transcurso, sea por el ciclo circadiano de dilatación-contracción como por la erosión pluvial o eólica, claro que no con el mismo rango temporal.
De modo que, como los fenómenos son temporales, todo es tiempo.
El momento como objeto de estudio y la representación que lo pone
Cuando creemos estudiar “un objeto” lo que estamos considerando, en realidad, es un momento de proceso. Diría alguien que es un momento de “su” proceso, el del objeto o, más contemporáneo, del observador. Pues no, porque observador y objeto se encuentran conviviendo en una simultaneidad que los abarca.
El “objeto” no es único sino que es la situación en que se encuentra. Y esa situación no incluye sólo al observador, que no se encuentra solo y aislado con su objeto. La situación en que se encuentran ambos, muy lejos de sus rangos perceptuales, transcurre con el conjunto universal.
Esa imposibilidad perceptual de captar la situación universal puede ser compensada por la condición básica necesaria de esa situación: el observador está representando su objeto aunque crea que lo percibe.
Desde el momento que quiero estudiar un objeto, inevitablemente lo detengo[7] para pensarlo. Y esa detención se opera con la representación del objeto. Cuando quiero estudiar un objeto, necesariamente lo inmovilizo para empezar a analizarlo. Sobre esa representación del objeto es que opero como observador.
Este detalle premetódico es la fuente de los errores que habitualmente se cometen aún en las teorías más trabajadas: el objeto estudiado no es un real concreto sino una representación.
Desde la fenomenología se puede decir que aquí se aprecia claramente de qué modo es la conciencia la que pone el objeto.[8] Lo que en modo alguno quiere decir que pueda el observador, yo, tener control alguno sobre el objeto por el mero hecho de ponerlo. La configuración perceptual que la conciencia hace del objeto sobre la base del trabajo simultáneo de los sentidos y la memoria no implica otro poder que el de presentarlo, o sea, realizarlo, darle realidad.
De modo que, en realidad, no es la realidad lo que tengo “ante mis ojos” como pensador sino una representación que manipulo según mi necesidad de conocer.
Lo que me plantea la necesidad de discernir otros fenómenos.
El transcurso y el discurso
El movimiento habitual de las cosas lo vemos como una sucesión temporal: una cosa viene detrás de otra, perdiendo de vista la estructuralidad de toda situación y la simultaneidad de todo acontecimiento.
En principio, ese transcurso es considerado como unitario o uno, ya que la representación de lo que se percibe afuera elimina los elementos que no interesan, al estilo de “si arrojo una bolita contra otra, la primera mueve la segunda”, dejando de lado la fricción, el plano en que se encuentran, la temperatura ambiente, el pulso del experimentador, etc. Ese concebir individuos disimula la estructuralidad de todo fenómeno y, además, el hecho de que el fenómeno que estudio no es lo que es, sino su representación.
Esa representación del objeto surge simultáneamente con su percepción[9]. No otra cosa es el famoso “fenómeno”, una representación vívida. La conciencia produce dos imágenes: una perceptual y otra, representación de lo perceptual, en base a su materia pero liberada de sus determinismos.
Lo real es aquéllo que es independiente de mi voluntad, de mi posibilidad de incidir intencionadamente sobre eso que percibo[10] y, como lo externo es material, está determinado por condiciones. La representación de la situación, por su lado, está liberada de esas determinaciones, por lo que su contenido, lo que representa lo real, queda librado a los avatares de los mecanismos asociativos de la conciencia[11].
El curso de las imágenes se constituye en paralelo con la realidad. De ese modo, el curso unitario del acontecer se divide: hay un transcurrir los hechos y un discurrir sobre los hechos. Aquí hace su “aparición” el discurso como curso imaginario. Como se puede apreciar, éste no es el sentido habitual con que se usa el término aún cuando esté indicado por la Real Academia. Es más, los primeros sentidos que señala el diccionario adscriben al sentido del fenómeno descripto pero limitado a lo racional. Esta limitación a lo racional ha operado en toda la filosofía contemporánea dejando de lado la masa global de la vida psíquica, lo imaginario.[12] El ámbito que le corresponde en vigilia es el campo de copresencia[13].
Con todo esto busco resaltar aquéllo que, en el discurso habitual, es transparente.
Vivimos un mundo imaginario
Ortega decía que la ciencia es “fantasía de lo exacto” [14] y la vida es la realidad radical que no es más que fenómeno o sea presencia inmediata de las cosas[15], cuya realidad sólo podemos descubrir mediante la construcción de la verdad que ocultan. Como se vió arriba, la conciencia genera constantemente imágenes (representaciones) que permanecen como contexto en el campo de copresencia de lo que sucede en las situaciones por las que transcurrimos. Mientras ellas -lo percibido- fluyen, lo que vivimos inmediatamente es ese complejo de imágenes que nos da la sensación de presente.
Desde otro punto de vista, si lo percibido es traducción constante de impulsos registrados por los sentidos, y surge en un marco de representación -el campo de copresencia, y si lo presente transcurre en ese campo copresente, quiere decir que lo permanente es ese campo de copresencia que nombra la realidad (desde memoria), la continúa (con la representación) y la transforma anticipadamente con la imaginación. Pero, en definitiva, lo vivido es imaginario, fantástico, no real concreto. Así que, vivimos lo imaginario. Ésto se advierte abruptamente cuando lo real diverge de lo pensado y nos hace caer en cuenta, “aterrizar” o “poner los pies en la realidad”.
Lo concreto: el fuego interno
Para concluir este introito (que ya se fue de las manos por lo erudito) y volver al tema (poner el marco mayor a la intencionalidad), destaco que:
1) todo es movimiento;
2) todo tiene dirección;
3) todo es imaginario.
Agrego que, de acuerdo a lo que sé (que es lo que concibo), el fuego de las estrellas no es visible, por tanto, el fuego universal es interno.
Ahora bien, si todo es imaginario, el universo que percibo también lo es. Esto es claro dado que las estrellas no son en el momento que las veo. Al menos, no sé siquiera si están siendo porque lo que veo, la luz que me llega, lleva años-luz viajando hacia mi ojo. Así que lo que veo es pasado .Además, lo que está sucediendo a mi rededor llega con retraso, de modo que lo que creo ver, ya no es.
Si todo lo que veo es proyección de la estructura interna de mi mirada ¿será que las estrellas que veo son mi humanidad proyectada? O al revés, si las estrellas son lo que se ve del fuego universal y las imágenes que brotan de mí, la “luz” que irradio ¿será que soy/somos fuego?
Lo que sí puedo concluir con certeza es que, si el fuego se generó en el interior de las estrellas y se conserva por las condiciones que pone el ámbito mayor, lo cierto es que el universo está dirigido a su producción, conservación y transformación.
Si el fuego universal es interno y mi vida es lo interno del universo, entonces, la vida que anida en mí es fuego. Pero no lo siento así. Por lo contrario puedo llegar a sentir la frialdad de un páramo en mi interior. Pero eso también es imaginario.
Quizás, entonces, cómo veo el mundo, las imágenes que aliento ¿serán a modo de lentes que concentran las sensaciones que tengo? Porque pensamientos y sensaciones brotan en mí, como irradiando. Será cuestión de buscar el modo de concentrarlas, para encender ese fuego que me conecta con el universo.
[1] Las primeras ideas han sido desarrolladas con más detalle en “Qué es la humanidad” y más breve, en “Semillero de almas”. Ambos en www.parquelareja.org.ar/centrodeestudios/producciones/otrosaportes.
[2] “…una imagen del ser humano visto desde el lado de las cosas y no desde la mirada que mira a las cosas”. El paisaje humano, Cap. II, 2.
[3] Para que haya manifestación tiene que haber un observador cuyo punto de vista perciba desde una perspectiva que determina un aspecto manifestado y un resto oculto. Esto supone que el patrón que se utiliza para juzgar lo fenoménico es el perceptual externo.
[4] Timothy Ferris, The Whole Shebang, cap. 2.
[5] Uso el término en sentido coloquial y genérico para que no escape ninguna de las manifestaciones que se producen en el universo conocido. Esto es, todo lo que aparece en la percepción con independencia de su “naturaleza” o, más precisamente, nivel de organización.
[6] La semoviencia y la sensibilidad son las características distintivas de los seres vivos, ya presentes en los unicelulares.
[7] Silo, charla sobre el pensar, Corfú, 14 de julio de 1975, en Pensar y método, en parquelareja.org.
[8] Husserl dice que la conciencia es ponente, o sea, tética, que sintetiza la noción de constitución del objeto en la conciencia, propuesta inicialmente en sus Investigaciones Lógicas (5ta. investigación), desarrollada en Ideas para una fenomenolología pura y una filosofía fenomenológica I, y profundizada en cuanto a su implicancia antropológica y extensión en sus Meditaciones Cartesianas, en cuanto al punto, consultar la Cuarta Meditación.
[9] Otra vez Husserl, Fenomenología de la conciencia interna del tiempo, mal traducida en la versión más conocida como Fenomenología de la conciencia del tiempo inmanente, allí describe detalladamente cómo surge la representación como retención de lo percibido en el “punto ahora”. Silo lo explica con precisión en Apuntes de Psicología, I, Impulso, en II, Imaginación,, y Amman en Autoliberación, en las primeras ediciones, lección 26, 2 y 4, hoy en Transferencia, Lección 1, N°2.
[10] Ver Amman, op.et loc. cit, N° 4.
[11] Silo, op. y loc. cit; Amman, op. et loc. cit, N°3.
[12] Degradado por el racionalismo, el estudio de lo imaginal fue desarrollado por los árabes tempranamente (Averroes) y recién se rescató a partir de la experiencia psicoanalítica, formalizado por Castoriadis (La institución imaginaria de la sociedad).
[13] Silo, op. y loc. cit.
[14] En Prólogo para alemanes, Pgfo. 3, Obras Completas, T. VIII.
[15] En Investigaciones psicológicas, Lección 2, Obras Completas, T. XII.