Hoy me despertó una llamada desde Bogotá con la triste noticia que el Covid-19 se llevó a Enrique. Uno de los amigos más queridos. Inteligente, tremendamente culto, un ser perspicaz y agudo capaz siempre de desarrollar estrategias para avanzar con propuestas humanistas aún en los momentos y las zonas más arriesgadas de su convulsionada Colombia.
Actor de mediación en el Proceso de Paz de su país, capaz de elaborar las metodologías de capacitación para modificar conductas sociales y poder asumir las consecuencias del Acuerdo, desterrando las diversas formas de violencias que los distintos bandos sostuvieron durante décadas.
Impulsor de cada una de las etapas del desarrollo del Nuevo Humanismo Universalista, no sólo en su país sino internacionalmente. Docente, matemático, creador y consultor de la Fundación PHDANA y de la red de academias System Plus de Colombia Caribe.
Podría mencionar sus aportes en muy diversos campos, abarcativo como era, generador de organizaciones y con capacidades de liderazgo en cualquier ámbito que se emplazara. Sin embargo prefiero rescatar de mi memoria sus asombros ante la lucidez de su Maestro, Silo, con quien tuvo siempre una relación de mucha cercanía y afecto, que le otorgó la licencia para preguntarle lo que fuera, lo que nadie más osaba consultar. Ese asombro, casi infantil, me define su mirada, su goce por avanzar ante lo ignoto, por adentrarse en esferas del saber desconocidas.
Enrique era un curioso y un estudioso. Su juego consistía en explorar realidades inimaginables para traducirlas a lo que otros, tantos otros, pudiesen entender.
Ahora que se va a los mundos intangibles, lo despedimos acompañando su luminoso tránsito.
¡Paz en el corazón, luz en el entendimiento!