Durante años estudiantes y generaciones mayores hemos abogado por repensar la escuela. Ahora se hace imperativo. Si antes de la pandemia del COVID-19 existían brechas abismantes de conocimientos entre estudiantes, la suspensión de clases presenciales las ha profundizado. Lo mismo ocurre con las brechas de oportunidades de equidad, inclusión, pertinencia, identidad y ciudadanía que son el lado olvidado de la educación, al igual que la educación socioemocional.
Las personas más afectadas son, como siempre, las más débiles y marginadas: quienes viven en condiciones de indigencia o pobreza, personas con discapacidad, pueblos originarios, migrantes, refugiados, diversidad sexual y dentro de cada uno de estos grupos, las mujeres son aún más desfavorecidas.
Quienes tienen posibilidades de “estar en la escuela” no presencial, no solo continúan aprendiendo contenidos, sino que también son parte del proceso de socialización que es determinante en el acceso a las oportunidades. Quienes no pueden acceder a educación a distancia, quedan excluidos del desarrollo emocional, social e intelectual.
En todo el mundo está aumentando la desigualdad. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), a mediados de mayo de 2020 más de 1.200 millones de estudiantes de todos los niveles de enseñanza, en todo el mundo, habían dejado de tener clases presenciales en la escuela. Y de estos, según estimaciones del área de estudios de Fundación Semilla, más de la mitad no tienen conectividad y equipos adecuados para participar de clases online en sus hogares.
Al ver esta dramática realidad, invitamos a repensar la escuela. Es una oportunidad para poner a las pruebas estandarizadas en el lugar que les corresponde. No miden la calidad de la educación y tampoco son predictores del éxito en la vida. Cada vez que hago esta afirmación se me viene a la mente un comentario que escuché de un gerente de recursos humanos: “contratamos a las personas por sus conocimientos y los desvinculamos por su carencia de habilidades socioemocionales y laborales”.
La educación no puede seguir siendo una línea de producción para obtener como producto final a personas que dominen los contenidos del currículum oficial de los ministerios de educación, sino que debe ser formadora de personas humanas integras, sociales, capaces de comprender la realidad de sus entornos, de tener sentido crítico frente a la vida, de valorar la diversidad y vivir la inclusión, de construir comunidad y promover la no violencia y adoptar estilos de vida sostenibles.
Llegó el momento de repensar la escuela y reconocer el círculo virtuoso del desarrollo emocional, social e intelectual. Ponerlos en el mismo nivel y darle la misma importancia y tiempo. Esos son los pilares con que Fundación Semilla esta comprometida para una escuela post COVID-19.