Por Marcelo Trivelli*
Después de más de cinco meses de suspendidas las clases presenciales, quiero rendir un homenaje a la primera línea en la educación: personas con vocación de servicio que han visto transformado el ejercicio de la profesión de manera abismal y, literalmente, de la noche a la mañana. Asumieron el desafío y han dado lo mejor de sí para mantener el sistema educacional funcionando a distancia.
En Chile había 241.000 docentes en 2018 desde la educación parvularia hasta 4to medio. La totalidad ha estado sometido a una tensión muy fuerte debido cómo la crisis sanitaria ha cambiado la forma de enseñar y de aprender.
Dentro de la preparación del país para enfrentar la pandemia, la educación no fue prioridad y, si bien algo había avanzado el Ministerio de Educación, la realidad mostró que aproximadamente la mitad de las y los estudiantes no tienen acceso fluido a conectividad y/o no cuentan con equipos para la educación a distancia.
Docentes y asistentes de la educación se vieron empujados a una transición forzada. No contaban con la preparación ni el respaldo para hacerlo. Un estudio realizado por Tu Clase, Tu País señala que 90% de docentes nunca habían realizado clases online y, desde observaciones realizadas por Fundación Semilla, nos encontramos con que casi nadie había mantenido relación con sus estudiantes a través de redes sociales. Más aún, las redes sociales estaban demonizadas y, mayoritariamente, el uso de celulares estaba prohibido dentro de los establecimientos educacionales.
Nuestra experiencia en Fundación Semilla, con trabajo con muchísimos docentes desde marzo hasta hoy, podemos afirmar que en todo Chile, profesoras, profesores y directivos buscan adquirir las competencias para responder a su vocación de educar. En uno de los diálogos que tuve el privilegio de dirigir, participaron decenas de personas y, como ejemplo de ese interés transversal, destaco la participación de una rectora de un liceo emblemático de Talca junto a una profesora de una escuela unidocente de Mulchen.
Importante es destacar a docentes de más edad que han tenido que aprender a usar una tecnología que no les resulta familiar, a jóvenes que deben compatibilizar su labor de educación con la crianza y formación de sus propios hijas e hijos, a todos los que deben responder a las responsabilidades de alimentación, aseo y prevención del contagio de su grupo familiar, a quienes tienen estudiantes sin conectividad y también a aquellos hombres y mujeres que se angustian por ver como sus estudiantes se van alejando del sistema con el grave peligro de que transformen en desertores escolares. Nunca nos olvidemos de los más de 240.000 docentes que viven esa nueva realidad y hacen día a día esfuerzos por responder a los que sus estudiantes esperan de ellos, una buena pedagogía y también una persona capaz de empatizar con sus emociones, sus sueños y sus angustias.
Lamento que algunas autoridades crean que el trabajo docente puede ser reemplazado por un software. El trabajo de un profesor o profesora nunca podrá ser reemplazado porque la educación no es solo conocimiento, es humanización, socialización es la transmisión de la cultura y la formación de identidad. Es por todo lo anterior que hay que reconocer y agradecer a la primera línea en la educación.
*Presidente de Fundación Semilla