Hace algunos días un conjunto de personas de diversas ciudades y localidades del país dio vida a Acción Humanista, un nuevo movimiento social y político, inspirado en los valores del Humanismo Universalista. Situando al ser humano como valor central, propone la transformación estructural y revolucionaria de la sociedad por medio de la no-violencia activa.
La violencia, expresada en todas sus formas (física, económica, racial, sexual o ambiental), ha sido siempre el instrumento que han utilizado los imperios, los Estados y las grandes corporaciones en contra de la enorme mayoría de la población en el mundo, que sufre a diario las consecuencias de la opresión, dominación y la explotación. Frente a esta realidad, es prioritario trabajar por la superación del actual modelo económico y social, el cual se funda en la deshumanización y la injusticia social.
Pero este modelo, que en el caso de Chile ha profundizado las desigualdades e injusticias a niveles nunca antes conocidos en nuestra historia, ya no es capaz de mantenerse en pie. En los últimos años, se han sucedido diversas expresiones de descontento y malestar que han puesto de relieve la necesidad de construir nuevas formas de organizar la sociedad, la política y la economía.
En tal sentido, junto con reconocer las luchas sociales precedentes, advertimos en las movilizaciones masivas ocurridas a partir del 18 de octubre de 2019 la emergencia de un hito fundacional en la historia política y social chilena.
En nuestro caso, comprender la profundidad de este hito ha sido crucial para dar origen a este nuevo intento de humanización de la sociedad, de acuerdo a las claves que aporta el actual escenario político y social del país, y en concordancia con las nuevas formas de organización que surgen al alero de las demandas del pueblo chileno.
El despertar social nos mostró la fuerza de un pueblo movilizado, que se manifestó en todo Chile contra un sistema económico que se sostiene a partir de la sobreexplotación del trabajo humano y el endeudamiento asfixiante de las personas; que discrimina y somete a los pueblos originarios; que niega los derechos a la diversidad sexual; que oprime e invisibiliza a las mujeres; que enajena a las comunidades de sus recursos, y que arrasa con la biodiversidad.
Y es precisamente en contraposición a este sistema, que se han alzado los movimientos sociales, cuestionando una realidad que algunos aún tienden a naturalizar como el único orden posible. El feminismo, la disidencia sexual, los pueblos originarios, el movimiento estudiantil, el ambientalismo y el animalismo han modificado sustantivamente el escenario político y social de un país aparentemente conservador e imperturbable.
Por otra parte, la pandemia mundial del coronavirus ha dejado de manifiesto la nula voluntad de los gobiernos de signo neoliberal en el mundo, incluido el chileno, de anteponer la protección del derecho a la vida y la salud de las personas, por sobre criterios productivistas y mercantiles.
En nuestro país, el pésimo manejo sanitario y económico de esta crisis por parte del gobierno ha dejado un saldo abrumador de pérdida de miles de vidas humanas, el colapso del sistema hospitalario y el desamparo absoluto de la ciudadanía frente al desempleo y la disminución de los ingresos de los hogares.
Ante este cuadro lamentable, se vuelve urgente y necesario converger con otros actores políticos y sociales que manifiestan una vocación de transformación, que esté al servicio de un proyecto progresista y emancipador.
Para lograr esto es imprescindible que esta convergencia supere las lógicas tradicionales de construcción de alianzas de partidos políticos, y sea verdaderamente capaz de articular las diversas expresiones sociales, culturales y territoriales que conforman el tejido social. De lo contrario, se corre el riesgo de formar pactos meramente electorales, desconectados de la realidad, y susceptibles de ser cooptados por el poder económico.
Con todo, es necesario señalar que esta articulación política, social y cultural ya está en marcha. Se expresó con fuerza en las movilizaciones de octubre, en los cabildos y las asambleas territoriales, y ha mostrado su vigencia y fortaleza en la organización de las ollas comunes, que han proliferado en todo el país como resultado de la pandemia. El pueblo chileno quiere hoy más que nunca estar unido, y todos debemos aportar a dicha unidad.
Frente al escenario que se viene, no nos perdemos. No hemos sido partícipes del Acuerdo firmado el 14 de noviembre del año pasado. Fuimos críticos de sus alcances, y fuimos contrarios a pactar con la derecha y el gobierno cualquier limitación al derecho de la ciudadanía a definir su propio destino a través de una Asamblea Constituyente. Sin embargo, situados en la coyuntura del plebiscito de octubre, manifestamos nuestro firme compromiso de participar de todas las instancias que permitan avanzar hacia la generación de una Constitución verdaderamente democrática y representativa de las aspiraciones de la ciudadanía.
Asumimos este compromiso con esperanza, humildad y generosidad, convencidas y convencidos que la clave para avanzar en la humanización de la sociedad no se encuentra en la emergencia de liderazgos personalistas ni en los acuerdos cupulares de los partidos políticos, sino en la participación, la creatividad y la unidad del pueblo que despertó.