Alguna razón todavía oculta debe existir para poder explicar por qué Argentina es una suerte de cobayo en los experimentos sociales. Desde la cuasi mitológica “plaza de Mayo”, cuando los ciudadanos se reunieron ¿espontáneamente? (al menos, no había redes sociales) frente al Cabildo porque se había esparcido el rumor de que el rey Fernando VII estaba preso de los ingleses, existe una constante de movilizaciones populares. La más notable, el 17 de octubre de 1945, pero no fue una excepción.
En este tipo de manifestaciones de un fenómeno social, muy especial fue el movimiento de asambleas callejeras que espontáneamente se disparó el 19 de diciembre de 2001 y continuó hasta febrero, cuando la clase media promedio se cansó y volvió a sus casas. La llamada “primavera árabe” y luego el llamado movimiento de los “indignados” o “15M”, ocurrieron una década después.
En otro aspecto, no creo errar si digo que en la posguerra mundial, la primera devaluación del 100 % fue la nuestra (junio de 1975, ver https://es.inflation.eu/tasas-de-inflacion/israel/inflacion-historica/ipc-inflacion-israel.aspx ). ¿Hay algún otro país que haya estatizado la deuda de las empresas privadas (1982) sin tomar nada a cambio? Ahora resulta que estamos empeñados en la cuarentena más larga. Pese al notable desempeño del gobierno en preservar tozudamente la vida de los argentinos, además de tener que hacer malabares presupuestarios para evitar que la población de bajos recursos no muera de hambre, tiene que vérselas con la oposición, integrada exclusivamente por los que dejaron el país destruido con sus cuatro años de gobierno. Quieren que se “abra la economía” y pretenden que el actual desastre no fue causado por los efectos acumulados de sus políticas de saqueo.
Argentina es un caso particular.
Ampliando el foco, está claro que el sistema socioeconómico que nos organizó hasta marzo, no servía. Bastó que lo torpedeara un virus, o sea, que los hechos fueran sacudidos, privando de sustento fáctico al cuento oligárquico. Los reclamos de apertura y degradación de las restricciones preventivas muestran a las claras que lo que quieren es que vuelva la mano de obra, que para ellos, es reemplazable. Si alguno muere por el contagio, habrá otros esperando para ocupar su lugar, por simple efecto hidráulico de que lo vacío tiende a llenarse y desocupados, sobran.
Afortunadamente, los últimos 20 años han visto que el progresismo, aplicando la lógica del Mulláh Nasruddín (ése que, consultado sobre cómo arreglar un avión que volvió del combate, aconsejó reforzar las partes que estaban enteras), generó la idea de la renta básica universal. Y las mismas circunstancias han forzado a los gobiernos a echar mano de ese recurso, aún cuando todavía no logran congraciarse con la idea como para que se quede.
Alguna vez dije que el sistema social está para servir los cuerpos. Todos los servicios que provee, atienden las necesidades corporales. Por tanto, es claro que la sociedad se asienta sobre un hecho biológico, cual es el funcionamiento de los cuerpos. Y ese hecho biológico fue atacado por un elemento de su mismo nivel, afectando la misma base del sistema.
Sí, en efecto, estoy de acuerdo contigo, me lo dijo Perogrullo. Pero las perogrulladas siempre hay que destacarlas porque las conclusiones que deberían derivarse de ellas no siempre se dan. Si no, pregúntenle a Djokovic, a ver si tiene ganas de hacer otra fiesta.
Como el virus es invisible, se cree que uno es inmune. El cuentito ése de que “el hombre” (no la mujer, claro) ha domado las fuerzas de la Naturaleza y doblegado cuanto virus y bacteria ronda por ahí, generó la ilusión de una inmunidad inexistente. Como se ha podido ir a un hospital (fuera de EEUU, porque ahí sí que es difícil en cualquier circunstancia) cuando se necesitó, no se piensa en lo que puede suceder si el 1 % (nada más) de la población necesita internarse. Como hasta “ayer no más” (por acá hablamos del 15 de marzo) hacíamos nuestra vida normal, esperamos como caballos en la gatera que nos digan que ya está, que podemos retomarla. Y se vió en Europa y EEUU que levantada la gatera, nadie se acordó de porqué estuvieron encerrados. EEUU hace punta para una segunda ola pese al verano. En Europa, se verá.
Este es el hecho que quería destacar. Fue necesario hacer todo este largo introito de resumen para repasar los hechos, tanto los vernáculos como los generales.
Estamos acostumbrados a “una” vida, un estilo de vida, un modo de organizarnos que, básica, brutal y frontalmente, ha sido cuestionado… y perdió. Sin embargo, estamos clamando por volver a la pista y seguir corriendo detrás de la zanahoria (verde dólar, claro, no naranja).
Se lee mucha reflexión política sobre las posibilidades de cambio, hay quienes han podido reflexionar sobre sus vidas y destinos, pero la mayoría mete la mano en el bolsillo y está preocupada por su vacío. La falta de dinero remite inmediatamente a la falta de recursos ¿para qué? Fuera de cuestión en aquellos que necesitan ganar el peso del día porque no les sobra. Para ellos está clara la necesidad y, sin embargo, son ellos los que eligen a quienes sientan en el pescante del sistema político.
Más me preocupan los que sirven de engranajes y poleas de transmisión del sistema, esos que no necesitan “ganarse la diaria” y que se preocupan por el costo de la cochera, el mantenimiento y/o no poder cambiar el modelo de auto, las expensas de la casa del country y esas bagatelas que adornan la existencia.
Los anticuarentena se han visto multiplicar entre esos. Desde los que tienen cuatro pesos y gozan de cierta holgura, hasta los que se supone que manejan los emprendimientos que dinamizan la economía y, por eso, saben. En su mayoría, profesionales o de ocupaciones por el estilo, con un cierto nivel cultural. Sin embargo, están tan cegados por su relativo bienestar que no saben qué es lo primario. Si la cosa peligrosa es un virus, para eso están los médicos, que se encarguen ellos que para eso estudiaron. ¡Ah, sí! Justo.
¿Recuerdan cuando hace unas semanas (la borrachera de la cuarentena me ha mezclado los recuerdos) en el lapso de un día o dos la OMS dijo y se desdijo sobre la transmisión asintomática del virus? Voy a terminar dándole razón a Trump con la desfinanciación que dispuso. Pero desde la otra punta.
En los últimos días de enero una médica alemana de un hospital muniqués atendió a un empresario alemán con síntomas. Preguntado para el rastreo, había estado con una empresaria china que recién había vuelto a su país. Preguntada ella, recién se sintió mal en el vuelo de vuelta. Así se generó el primer foco de contagio, que contuvieron rápidamente. El equipo hizo un paper (reporte, pero queda más académico decir así) para alertar a la comunidad internacional. Repito: hablamos de fin de enero, cuando el virus todavía retozaba entre los Himalaya y el Mar de la China y recién se asomaba por Corea del Sur. Otro equipo, de Bavaria, dijo que no podía ser, que era muy rara la transmisión asintomática y el primer reporte estaba equivocado, y largó una discusión semántica sobre si se transmitía antes de manifestar síntomas o no se advertían los síntomas La OMS cajoneó el primer informe, algunas de las revistas que son la autoridad, dijeron que no tenía peer-review, o sea, cotejo y crítica (o no) de pares. La historia es mucho más larga y patética, pero lo cierto es que llegamos a abril casi para que se reconociera y advirtiera sobre la transmisión asintomática. En los primeros quince días el virus entró en EEUU y Europa. Huelgan los comentarios.
Todos estamos sujetos a error, pero los que se suponen que están para dar la alarma ante el peligro tendrían que tener arriba del escritorio la Ley de Murphy. La responsable en la OMS sobre epidemias le bajó el tono a la transmisión asintomática. Fue la que dijo y se desdijo. No viene al caso buscar responsables porque fue todo un sistema de calificados expertos el que falló.
Un epidemiólogo tendría que considerar la peor de las variantes ante una situación incierta porque está para prevenir, no para curar. Y en el caso todos los controles, equipos de especialistas y revistas especializadas, fallaron.
Considero de mal gusto mencionar en números las consecuencias.
Simplemente, quiero resaltar que estas trágicas circunstancias son la cara desnuda del sistema. Porque sistema son los que lo manejan. No sólo los que lo gobiernan sino los que tienen el control y la operación de sus mecanismos. Que son los que pueden modular la ignorancia o torpeza de los gobernantes, y ahí está el pobre Fauci soportando la necedad de Trump. (NdE Anthony Fauci importante infectólogo estadounidense, contra el que el presidente de ese país ha largada una catarata de descalificaciones)
Cuando pequeño leía (una y otra vez) una anécdota del General San Martín que me marcó. Cuando preparaba el llamado Ejército de los Andes, un día fue a inspeccionar el arsenal. Estaba prohibido entrar con espuelas, San Martín las llevaba. Por las dudas, aclaro que son esas horquillas de metal con una estrella puntuda que se calzan arriba de los tacos de las botas, para espolear al caballo, pero al caminar sobre piedras, sacan chispas. El soldado que estaba de guardia en la entrada se le cruzó con la carabina en ristre y no lo dejó entrar con las espuelas puestas. San Martín le ordenó varias veces que lo dejara pasar invocando su autoridad, y varias veces se negó. Resultado, lo ascendió con felicitaciones por haber cumplido su deber. Porque la orden de no entrar con espuelas estaba por arriba del mismo comandante en jefe (¡qué tiempos aquéllos!).
Por usar otra alegoría, no se trata de que el virus gambeteó a lo Messi y la embocó en la esquina del arco. No. Acá el equipo entero estaba distraído, cada uno en su metro cuadrado y en su mayoría, haciendo lo que tenían que hacer. Pero sin una conciencia del riesgo, sin respeto por el par que atentamente critican, pero no se detienen a considerar lo que dice. Como si hubieran perdido el sentido, lo que se siente y constituye el motor de cualquier actividad. Algo que sucede con lo que habitualmente calificamos como burocracia, un conjunto de rutinas que adormecen.
EEUU se jactaba (cuántas veces lo dijo Trump) de estar más que preparados para una pandemia. El centro especializado (Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades, CDC) era una autoridad internacional que no supo ordenar en su propio territorio las previsiones materiales necesarias para lo que se venía. Por caso, en enero sabía que se preparaban embarques de material de protección médica para enviar a China, y no se preocupó de aumentar el propio stock. Y no tiene que ver sólo con la necedad de Trump, a quien los servicios de inteligencia advirtieron desde enero en informes cotidianos que él no leía porque estaba entretenido con su victoria en el impeachment. También están los suecos, que se engolosinaron con la “inmunidad comunitaria”, y ahora reconocen que confiaron demasiado en la responsabilidad individual que descargaron en la ciudadanía. Como si el ciudadano promedio pudiera tener la conciencia que ellos debían tener frente al riesgo que corrían.
Parece que los vigías se entretuvieron jugando a las cartas, afilando las lanzas, mirando estrellas con los catalejos o, más modernamente, con los jueguitos que corrían en una de las ventanas del monitor ¿de tantas que tenían abiertas?
En la moderna Babel se comparten las lenguas pero se han olvidado los sentidos primordiales. Entre el “yo te aplaudo, tú me aplaudes” de la academia, el cuidarse los sillones frente a las serruchadas de piso de los funcionarios, la defensa de las prebendas y todas las ventajas que vienen de la mano de los puestos ejecutivos (con toda justicia), parece que se han olvidado de lo que tenían que hacer. No sólo los epidemiólogos.
Esta distracción generalizada oculta una grieta que más que grieta es el abismo que se está abriendo para el sistema, y amenaza devorarlos con sus relatos justificativos de la propia posición, cada uno en su metro cúbico de bienestar, donde cada uno fuma su vanidad, que no necesariamente es vanagloria sino eso: nadería, cosa vana. El sistema es el imperio de lo secundario y el sin-sentido.
Derrapando el sentido de la palabra, el sistema se colgó y se resetea solo. Habrá que ver si atinamos a cambiar los programas.