Relato

 

El niño salió del pantano enfadado porque su amigo le había quitado el flotador. Quería aprender a nadar en aquellas aguas transparentes y quietas en las que apenas se percibía algún movimiento.

Cuando intentaba nadar con su flotador, veía siempre pequeños peces y tortugas en el agua. Él quería cruzar el pantano a nado y llegar a la otra orilla en la que había plantas de guayaba, pomarrosa y cocos.

Los dátiles, el Inich[1] de las acacias o el Bagrali[2] del Ignin[3], frutas que recuerda como su madre se las daba en el interior de aquella casa, rodeada de palmeras y acacias. Pero el destino lo había llevado a miles de kilómetros, lejos de su madre y la casa en la que nació.

Ahora tenía que sentir el sabor de la guayaba. Sabía que en la hierba los animales como la jutía no dejaban huellas y se escondían cerca de los ríos. Sabía que la gacela pastaba en la llanura dejando sus huellas sobre la arena y los cazadores la perseguían al mediodía.

El niño había nacido de espaldas al océano Atlántico, buscando piedras sobre la planicie, contando nubes y corriendo entre dunas.

El pequeño bosque que recorría todos los días, estaba cubierto de plantas habitadas por pequeños pájaros y los ríos lo atravesaban mezclándose con la vegetación.

Él quería jugar con su amigo en el agua, aprender a nadar para sobrevivir. El niño de pequeño había visto como su padre murió ahogado y el mar escupió su cuerpo.

Miró entonces a su amigo y le dijo —dame el flotador, necesito nadar hasta el pequeño árbol de guayaba, comerme su fruta y dormir bajo su sombra—.

El amigo lo miró con cierta curiosidad —¿yo qué hago?—.

El niño le contestó entonces —tú sabes nadar y correr, déjame llegar a la otra orilla—.

Su amigo entendió sus palabras y le devolvió el flotador.

Él introdujo el flotador en sus pequeños brazos y empezó a nadar, mientras flotaba sobre el agua empezaba a recordar la cara de su padre sin vida.  Fue la última vez que vio el mar de su tierra  antes de huir sobre sus pies, agarrando la mano de su madre, cuando buscaba el nacimiento del sol.

Cuando llegó a la otra orilla sintió que había sobrevivido, que había atravesado el pantano y podía comer la guayaba, mientras recordaba a su madre.

Al otro lado del pantano vio a su amigo desesperado, quería cruzar y estar con él. Comer una guayaba. Alcanzar el oasis de su infancia.

Su amigo también, recordaba el sabor y el horizonte de su tierra, se imaginaba las huellas de las gacelas y las plumas de los avestruces.

Las ranas y las jutias que estaba viendo ahora eran, para él, extraños animales que se escondían en la hierba y otras veces en el agua.

 

[1] Es la flor de la acacia y es comestible.

[2] Es el fruto del árbol Ignin, tiene color rojo y es comestible.

[3] Es una planta típica del Sahara, sus hojas y tallos tiene pinchos.