“El cuidado del que cuida, es uno de los pilares sobre los cuales se asientan las bases para una medicina más humanizada, centrada en las personas.”

Advertíamos al principio de esta pandemia, acerca del potencial impacto que la misma podría generar entre los profesionales de la salud en Argentina, considerando dos aspectos muy importantes que confluyen y se potencian en el contexto que estamos transitando: las malas condiciones laborales (salarios bajos, pluriempleo, condiciones y medio ambiente de trabajo deficientes, falta de reconocimiento entre otras cuestiones importantes) y la falta de cuidado de los profesionales de la salud o ‘sanitarios’, reflejada en un doble aspecto, -probablemente ambos íntimamente relacionados entre sí-: la dificultad de este grupo de profesionales a la hora de implementar prácticas de autocuidado y la ausencia o escasez de políticas institucionales que aborden ‘el cuidado del que cuida’.

Los profesionales de la salud transitan su accionar en un escenario en el cual la alta densidad emocional suele ser la norma. Potenciada por esta pandemia, sin dudas, el momento es muy complejo. Teniendo en cuenta estas premisas, las acciones tendientes a cuidar a este grupo particular de personas, debieron verse reforzadas.

¿Qué se hizo en nuestro país hasta el momento?

La cifra de profesionales de salud infectados en relación a otros países, no parece ser un buen indicador. Al 11 de junio se reconocía que el 14% del total de infectados por SARS-COVID-19 se situaba alrededor del 14%,, mientras que en el resto del mundo este indicador oscila en un 10 %. De cualquier manera, y dado que su lectura admite, como cualquier dato estadístico, múltiples lecturas, admitiremos que se trata de un indicador poco fiable.

Porcentaje más o menos, lo cierto es que tras haber transcurrido ya más de cuatro meses desde que se decretara el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) como medida inicialmente tomada para impedir el colapso del sistema de salud, nadie puede negar sensatamente que los trabajadores de la salud se encuentran aquí, hoy y ahora, transcurriendo el supuesto pico atravesados por un desgaste emocional y físico muy profundo.

Desgaste que a su vez, arrastra desgastes previos e históricos al inicio de la pandemia. Los profesionales de la salud, cargan en sus mochilas años de postergaciones y olvidos. Esta pandemia solo acentúo una profunda crisis preexistente. Claro que el grado de afectación al día de hoy, es enorme y tremendamente preocupante. Para todos, pero especialmente para ese enorme grupo de personas que asumen a diario el enorme reto de defender y apostar a la defensa y construcción de la salud pública. Gran valor de entre los valores. Reflejo fiel de la implementación real del concepto de equidad e igualdad ante la ley. Sin acceso a un sistema que garantice la salud de todos, la igualdad se transforma en una utopía.

Allí están ellos, todos los días, en sus puestos de trabajo, en los Hospitales, los Centros de Atención Primaria, en los múltiples programas preexistentes y también en los que surgieron a raíz de la pandemia, en los vacunatorios (triste y preocupantemente poco poblados), en los también preocupantemente disminuidos controles del embarazo y del niño sano, en los nacimientos, en las internaciones neonatales y pediátricas. En las salas de internación, en los barrios cada vez más empobrecidos, en los lugares críticos. En los quirófanos, en las salas de Rayos X y de estudios mas complejos, en los laboratorios, en los comedores. En las hemodiálisis que no pueden parar, en las urgencias.

Todos de pie, con su planta estable mermada por las licencias y los contagios y el mismo sueldo de siempre que como no alcanza, obliga en general a correr de un trabajo a otro, generando el pluriempleo que parece ser noticia cuando el rastreo epidemiológico de una enfermera infectada, sigue su ruta diaria, esa que realiza no desde que empezó la pandemia, sino desde hace años: del geriátrico al Hospital y cuando no, a algún paciente domiciliario.

Sobran las necesidades y escasea el personal. Esto es también, un dato histórico.

Voy a resistir caer en el lugar común de calificar a este vulnerado grupo de personas como se suele escuchar. Nuestros héroes, se los llama. No coincido: si bien sus actos son heroicos por su nobleza esencial, también es cierto que una sociedad que reconoce en determinadas personas estas características, actúa en consecuencia. No parece que esto estuviera ocurriendo.

Como respuesta, y sin ánimo de generalizar hemos sido testigos como sociedad de dos acciones intrínsecamente contradictorias: aplausos y golpizas. Una parte de la sociedad los golpea, maltrata y discrimina por ser ‘vectores’ de la enfermedad. Otra los aplaude (me pregunto, acaso, si se tratará de la misma sociedad afectada por el hartazgo)

Otra cuestión de la cual poco se habla, son las amenazas sutiles y la presión extraordinaria a la cual se someten los trabajadores de la salud por parte de algunos responsables con cargos de gestión. Que a su vez responden a la presión de otros cargos de gestión, y así hasta alcanzar al hacedor de políticas públicas, que son, o mejor, debieran ser, los verdaderos responsables.

Preocupante resulta ese mecanismo por el cual se atribuye la responsabilidad a los sujetos que en realidad, deberían ser sujetos en este momento de un incremento de las medidas de protección y cuidado.

La provisión de equipos de protección personal el responsabilidad del Estado.

Para que estos sean adecuadamente utilizados y confieran una adecuada protección, debe también entrenarse a los trabajadores. Una vez entrenados, su adecuado uso es responsabilidad del trabajador, es cierto.

En el medio de esto, hay matices. No se trabaja, hace años que esto ocurre, con la adecuada relación médico/enfermera/paciente (1). Esto se agrava muy especialmente en las áreas críticas. La carga de trabajo desproporcionada que esto genera impacta necesariamente en la calidad de la atención y esto, NO es responsabilidad de los trabajadores de la salud. La frecuencia del error se incrementa. Si esto ocurría antes, con una planta afectada por las licencias, la situación se vuelve muy compleja.

El mecanismo por el cual esta atribución de responsabilidad esta operando es muy sutil. Y genera mucho daño. A nivel individual, por el maltrato encubierto que esto supone. Pero también a nivel de los equipos de trabajo.

El pluriempleo pasa de ser una realidad no elegida para sobrevivir, a un hecho sospechoso.

Quienes sospechan síntomas o contacto con algún contacto y lo informan, son presionados indirectamente por sus propios compañeros de trabajo, a su vez presionados por la alarmante merma de personal en los servicios.

Las personas que hay detrás de las instituciones se debaten entre hacer lo que realmente corresponde o adecuarse a protocolos que a modo de chaleco de fuerza, intentan contener una realidad que se les escapa de las manos. Hacer lo que uno moralmente piensa que debe hacer es sinónimo de silenciosas pero poderosas represalias. Las graves consecuencias que genera el distrés moral en todos los implicados quedarán en evidencia dentro de poco tiempo.

Quienes ya padecen consecuencias graves por esta disfuncionalidad entre ‘lo que debo hacer’ y ‘lo que puedo hacer’ –en definitiva, eso es lo que define al distrés moral-, a menudo no lo advierten. Están atrapados por el miedo. Y el miedo, no colabora en la toma de decisiones prudentes y sensatas.

Estos mecanismos ocultos no se ven en las noticias de todos los días. Permanecen en la oscuridad, agazapados, como el miedo. En la jerga cotidiana se reflejan en frases ciegas que obturan toda posibilidad de discusión, y suenan algo parecido a lo siguiente: ‘Acá esto es así’. Punto.

Otra forma de ejercer esta sutil presión es apelando al noble deber de abnegación, solidaridad y heroísmo que se supone han de asumir quienes eligen profesiones vinculadas al cuidado del otro. Esto es una mentira, que aunque a nuestro ego le seduce, siempre termina mal: atender las necesidades del otro, sí. Postergar las nuestras, no. Claro que esta mentira es aprovechada para hacer funcional un sistema que necesita mucho más que héroes y mártires.

Decíamos al inicio de la reflexión que debemos cuidar a los profesionales de la salud si de verdad queremos avanzar hacia una medicina más humanizada.

Al día de hoy, pareciera que estamos exigiéndoles esfuerzos que exceden, con creces, la responsabilidad que como profesionales han asumido. Se les traslada la responsabilidad que no se asume a nivel de la gestión.

Cada nivel de la gestión, podrá a su vez, trasladar esa presión hacia un nivel mas arriba en la cadena. Hasta llegar a los hacedores de políticas públicas en materia de salud. Directamente relacionadas con las políticas públicas económicas.

Los responsables, en definitiva, no van de un trabajo al otro. Les alcanza con lo que cobran por asesorar detrás de un escritorio. Hacen ‘home-office’ y bregan por la extensión de la cuarentena como única solución a una problemática que a esta altura, ya mostró algo más que su altísimo índice de transmisión.

Es tiempo de cambiar el foco y empezar a leer más allá de lo inmediato y evidente. Sí, es posible que aquella enfermera se haya contagiado en el geriátrico. Esto nos puede servir para establecer el nexo epidemiológico.

Lo que no tenemos es la respuesta acerca de ¿por qué? los profesionales de la salud no podemos llegar a fin de mes con un sueldo digno y trabajar en condiciones acordes que nos permitan seguir defendiendo el enorme valor que la salud pública constituye para todos los ciudadanos.

El círculo vicioso está instalado y todos parecen atrapados en él. A algunos les cabe el rótulo de cómplices. A otros, de víctimas. Cada uno, en su interior, sabe muy bien de qué lado está.

 

Referencias:

(1) Sistema Integrado de Información Sanitaria Argentina Datos 2018: La Argentina tiene 3,8 enfermeros cada 100.000 habitantes, una de las tasas más bajas de la región. En 2018 había 179.175 enfermeras matriculadas: 11,01% son licenciadas, 40,95% son técnicos y 48,04%, auxiliares.