El coronavirus le ha regalado a los gobiernos y a los políticos la magnífica posibilidad de exhibirse a través de los medios de comunicación. Pero nada se compara a lo sucedido en Chile con el presidente Piñera quien prácticamente irrumpe todos los días y a toda hora en las pantallas de la TV, tal como también lo hace aquel conjunto de ministros, parlamentarios y alcaldes que hasta el inicio de la pandemia pasaban inadvertidos o estaban ya completamente desacreditados ante la opinión pública.
No sería extraño que la propia derecha gobernante acabe por erigirse en el ariete de las reformas y transformaciones tradicionalmente propiciadas por la izquierda, al descubrir con esta crisis el papel ineludible del Estado, especialmente en la superación de fenómenos como la pandemia y la debacle económica y social derivada de ésta. No sería tan extraño que algún día lleguemos a ver a nuestros gobernantes interviniendo bancos, revocando el sistema previsional, o auspiciando sueldos y salarios dignos. Incluso prometiendo una “nueva normalidad” respetuosa del medio ambiente, con una economía más equitativa y solidaria. Porque, a ratos, ya no se distinguen en Chile diferencias nítidas entre el discurso de los políticos más derechistas y el de los voceros opositores. Algunos hasta han llegado a ilusionarse con la conversión ideológica de las más rancias figuras del pinochetismo, aparentemente conmovidas ante el país real y sumergido que se devela tan trágicamente en estos últimos meses.
Pero, cuidado, no nos dejemos engañar. Lo que hay, realmente, es mucho oportunismo ante el dantesco espectáculo de las condiciones de vida de millones de compatriotas y de cómo la infección se propaga allí donde existe justamente más pobreza y hacinamiento. Efectivamente, se les ha entrado el habla a los más reaccionarios y angustiados personajes ante el temor de que el Estallido Social retorne con más fuerza y virulencia una vez que la pandemia quede bajo control. Por lo mismo que, ahora, la demagogia recomienda ganarse la confianza del pueblo, confinarlo en sus barrios y comunas, alardeando sobre medidas que les roben las banderas de lucha a los progresistas.
Los gobernantes chilenos saben que los recursos fiscales son todavía muy abundantes y podrían ser aumentados sustancialmente para el rescate efectivo de los que más sufren. Sin embargo, solo se obligan a desprenderse o redireccionar solo algunos discretos pesos del Presupuesto Nacional para mitigar la furia del pueblo. Pero siempre que ello no implique reducir los escandalosos recursos asignados a las Fuerzas Armadas y de Orden (los cancerberos del régimen,) y jamás se incluya la posibilidad de aprobar un impuesto patrimonial, por ejemplo, a las más grandes fortunas del país. Entre las que destaca el gran peculio de Sebastián Piñera.
Es preferible alentar los préstamos con garantía estatal para las empresas, antes que poner en riesgo el sacrosanto derecho de propiedad, así sea que el hambre mate más personas que el Covid 19. A la banca, por ello, se le han dado los mayores recursos y garantías para seguir practicando la usura en desmedro de sus deudores, aunque los recursos provengan del erario nacional. Hasta aquí, se amenaza “con todo el peso de la ley” a los que infringen el toque de queda o se escapan de sus domicilios saturados de gente y sordidez, sin que los grandes especuladores de la industria y el comercio sean procesados y castigados por elevar los precios de los alimentos y medicinas. Aprovechándose, además, de la oferta gubernamental de venderle bienes y servicios directamente al Estado y sin licitación alguna. Por ejemplo, negociando con las autoridades empeñadas en este momento en distribuir cajas con alimentos y enseres sanitarios a las familias más “vulnerables” del país. Y cuya pobreza y hacinamiento recién ha sido reconocida por el Ministro de Salud con “lágrimas de cocodrilo”.
En efecto, el despropósito de repartir víveres casa a casa, en vez de dinero a los desempleados que ya superan el millón de trabajadores (15 por ciento en la Capital), solo se explica en la oportunidad que esta faena le da a los políticos de practicar un descarado proselitismo. Porque esta repartija sin duda resulta mucho más cara, lenta y arriesgada pero, de paso, les da a algunos poderosos dueños de supermercados la posibilidad de desatascar sus bodegas y rentabilizar sus inversiones.
No intentamos para nada aminorar la gravedad de la pandemia, pero son las cifras oficiales las que nos señalan que en Chile los que mueren por este contagio representan apenas el 4 por ciento de los que sucumben cotidianamente por otras enfermedades como el cáncer, la hipertensión y las ya consabidas pestes; así como en el mundo las víctimas de los cataclismos naturales, accidentes del tránsito y guerras son infinitamente más de las que deja esta infección de moda. Ni qué decir lo poco que representa letalmente este mal en quienes lo contraen (el 1 por ciento), en relación a los que perecen en todo el orbe por inundaciones, terremotos y otros fenómenos naturales, como esta plaga de langostas que ha arrasado con miles o millones de hectáreas en la India. Es decir con el sustento de los campesinos y, de nuevo, de las poblaciones más pobres.
Por algo es que algunos políticos de derecha están renuentes a las cuarentenas y los cientos de miles de cesantes que deja en confinamiento. Cuestión que inexorablemente nos tiene a las puertas del hambre, el pillaje y otros efectos sin duda peores que adquirir el Covid 19. Más, todavía, cuando estas reclusiones domiciliarias lo único que han logrado desde su ejecución es aumentar el número de infectados y fallecidos. Demostrando que el aislamiento social definitivamente no es sinónimo de encierro obligado en muchas comunas y barrios de clase media y pobre. Cuando la necesidad lograr un sustento diario obliga hasta a los propios infectados a escapar de sus casas y desafiar la represión policial y militar.
Es razonable, entonces, que países como México y Centroamérica les asignen discreta importancia a esta pandemia, cuando hasta aquí no han podido controlar tantas otras enfermedades y contagios más devastadores. En Chile mismo, es evidente que entre los más pobres existe poca disposición a someterse a las restricciones de los gobernantes, cuando lo suyo es trabajar en lo que sea por sobrevivir. Nada los hace pensar que la letalidad del coronavirus puede ser peor que la de otros contagios, el frío o la desnutrición. Simplemente por lo que experimentan en carne propia.
De allí que existan diferentes actitudes en el mundo frente a esta pandemia. En África, Asia y regiones vastísimas de América Latina, nos señalan, hay más fe, esperanza y caridad que en corazón cristiano de Europa o Estados Unidos. Tal vez esto se compruebe con los rigores impuestos en el Vaticano para aislar a sus cardenales y obispos, los que debieran estar mucho más propicios a ingresar a la eternidad sin aferrarse tanto a la vida… Qué duda hay que un San Francisco de Asís, Sor Teresa de Calcuta y nuestro propio Alberto Hurtado hoy estarían auxiliando a los humildes, visitando a los enfermos y consolando a los moribundos, sin ocultarse tras los vetustos muros de sus templos. Sin someterse, tampoco, a los dictados de la autoridades.
Es triste que tantas personas avalen a pies juntillas las medidas impuestas por las autoridades políticas, sometiéndose a la soledad, la angustia y las miserables migajas que se les anuncian a través de la prensa abyecta. Sin tomar conciencia de la forma en que la población es engañada y nuevamente abusada por una clase política que carece de toda solvencia y legitimidad democrática. Que se dejen embolinar por las cifras que Piñera tanto ostenta, sin saber que sus dádivas son todavía demasiado mezquinas en comparación al tamaño de las arcas fiscales y reservas de Chile en el exterior.
De esta forma es que el discurso progresista utilizado por La Moneda solo represente un “volador de luces”, una promesa falaz, que más temprano que tarde renovará con bríos las demandas de la inmensa mayoría de los chilenos.