Por la mañana fui a comprar pintura. Estaban el vendedor (sin barbijo) y una señora (con). Ambos coincidían en que era una exageración que nos siguieran encerrando hasta el 7 de junio. Que la gente se iba a cansar; que la gente necesita trabajar para comer, etc. “Igual, estamos saliendo” dijo ella y me miró buscando mi complicidad, dado que yo también había salido. Ante tal actitud no pude callar y sólo mencioné la estadística de la última semana, creciente, alarmante. Ella ya estaba en la puerta y se fue, empujada por mis palabras. El vendedor, cuando me doy vuelta (estaba saludando a la señora) se estaba poniendo el barbijo. No me quedó claro de qué se cuidaba. Esto es un inocente botón de muestra.
Es bueno mirar a los que van adelante y en eso, los yanquis son un modelo. Es un país que hay que tener en cuenta para ver cómo se comportan… y saber qué es lo que no hay que hacer. Ellos, campeones de las libertades individuales, se rebelan y no quieren usar máscaras ni barbijos, ahora que los liberaron del encierro. El levantamiento de la cuarentena eclosionó el fin de semana anterior al pasado, largo por el Memorial Day. Salieron en manadas (no a violar, que se supone es lo que hacen las manadas según el lenguaje mediático actual) a divertirse, sin barbijo ni distancia alguna.
Por estas tierras tenemos sus émulos, que ponen a Uruguay de ejemplo diciendo que ya estamos grandes y sabemos cuidarnos. Esos “libertarios” pertenecen al mismo grupo social de los que viajaron a Europa quince días antes de la cuarentena, cuando allá el virus borbotaba en las calles. Lo trajeron, no se encerraron y lo desparramaron, dando claro ejemplo de que saben cuidarse, sobre todo. ¿Cómo se puede ser así? Ya escribí sobre esto, pero es necesario recordarlo: cuidarnos es cuidar a los demás.
Lo dicho hasta aquí fue para formular una pregunta: ¿cómo se explican estas conductas colectivas? ¿Cómo se puede ser tan egoísta a esta altura de la Historia?
El conjunto humano global, nuestra especie, está sometido a leyes naturales merced a la determinación que impone su base corporal. Cada uno de esos cuerpos que lo integran es portador de un ser libre, determinado por una mirada. Nos conducimos en función de lo que creemos y nuestras creencias están fundadas, en parte, en lo que averiguamos de la realidad (cuando averiguamos algo) pero mucho más en lo que nos dicen, que no necesariamente tiene que ver con lo que se vive. Lo que nos han dicho configura nuestra visión del mundo y la proximidad o lejanía de nuestro horizonte de realidad depende de cuánto abarque esa visión.
Así, quien cree que basta con saber cuidarse para liberarnos del confinamiento, lo hace pensando que los demás son como él, que todos nos vamos a cuidar. Es la ilusión racionalista del iluminismo dieciochesco, sobre la que se apoyó el movimiento codificador del siglo XIX. Para poder legislar se necesita la idea de un ciudadano promedio que se supone tiene uso de razón, aunque se dé contra la realidad de los cartoneros, dicho con todo respeto por ese noble oficio.
El caso de los antibarbijo es típico para ratificar lo que ya dije en otra nota: lo que no se siente no existe. Y el virus, no se siente. A diferencia de otros virus, éste contagia antes de tener síntomas así que difícilmente da tiempo a ejercer el cuidado necesario. Uno no sabe que lo tiene. Antes de llevarse por delante lo recomendado es necesario que tomen en cuenta que el virus puede estar ya en sus cuerpos o en los que los rodean. Todos estamos sometidos a las consecuencias de nuestra ignorancia, a veces imposibles de soslayar por más cuidados que tengamos. Sabemos lo que sabemos, que es lo que nos hace creer lo que creemos, pero tantas veces creemos saber lo que no…
Desde un punto de vista más abarcador, nuestro mundo es de cada uno desde su posición de vida. Mundo es lo que se vive.
Esa posición tiñe la visión (vivencia) con el ¿pronombre? posesivo en primera persona, todo es mi… cualquiera sea la cosa poseída. Espontáneamente, no alcanzamos a entender la maravilla de encontrarnos con otro mi distinto del de uno, o quizás no nos han enseñado, porque hay quienes sí, pero vienen etiquetados de anormales, casos patológicos, etc.
Si no he aprendido a ver en la otra una otra como yo, a reconocer su humanidad, es porque lo más probable es que desconozca la mía, acostumbrado como estoy a arrojarme sobre las cosas, como si yo fuera otra cosa más.
Ese desconocimiento de lo humano ajeno facilita una imagen de nosotros que es más ideológica que sabida, más creída que sentida.
Desde esa posición egoísta, los derechos humanos existen cuando me los han violado. Es más, es típico y se ha leído en algún cartel de la última “manifestación” anticuarentena, la invocación de los derechos humanos. Y un conocido opinólogo de la derecha invocó la violación de la libertad. Está claro que los derechos humanos son todos iguales en jerarquía, que no se viola uno en particular sino que la violación de uno de los derechos implica la de todo el plexo regulado, pero para que sea posible no sólo la vigencia de los derechos sino el mismo Estado de Derecho, es necesario que haya vida.
No está en juego el derecho humano a la vida frente al de la libertad, sino que está en juego la vida como hecho. Y en ese caso sí, quienes invocan la libertad están afectando el derecho a la vida de los demás. En ese caso ¿cuál te parece que prima?
Esta confusión de puntos de vista deriva de nuestra ambigua posición en el mundo. No de nuestra posición social, que por el condicionamiento cultural resulta determinante en el caso. Hay algo más general y abstracto, como es el ser una mirada en un mundo en el que inevitablemente se es entre muchas (taaaantas), en el que cada mirada es exigida a cada momento: puede descentrarse y mirar desde la otra o, por lo contrario, acechar la otra mirada por cómo mira y cuidar lo propio. Y no hay posiciones puras porque espontáneamente cuidamos lo propio por un imperativo de supervivencia. Y así, se torna ambiguo nuestro emplazamiento vital.
Somos un conjunto de conciencias arrojadas al mundo (no “en”, lo que cambiaría el punto de vista). Y no son neutras. Son puras apetencias que buscan siempre más, siempre sentir más. Insaciables consumidoras y transformadoras de información, tejedoras de realidad y por tanto, relacionantes. Podemos elegir entre dar siempre las mismas puntadas aquí o mover la lanzadera más allá, entretejiendo con otras lanzaderas, fortaleciendo el tejido social.
La expresión “con la cabeza en las estrellas y los pies en la tierra” tendría que ser explicada no sólo en función de los sueños (sabia indicación) sino de la necesidad de mirar los pies desde las estrellas y ver que no son los únicos que caminan este suelo.
Para eso hay que ver. En Argentina decimos que alguien “vive en un frasco de mayonesa” cuando no ve la realidad. No es el caso de los egoístas porque reflejan la realidad, con lo que parece que están, pero no les llega. Es como vivir en una lata. Y para el egoísmo, no hay abrelatas.