A principios de los ´80, la antropóloga norteamericana Marjorie Shostak, que había hecho trabajos de campo en el Africa meridional, daba a conocer la historia de una mujer bosquimana, Nisa. Era una mujer golpeada. Su marido secaba ramas de árbol y las tenía afiladas para castigarla cuando sentía celos. Mientras le pegaba le gritaba “Te voy a quitar toda tu belleza”. No fue ése sin embargo el mayor dolor que vivió Nisa. Con su marido casaron a su hija, Nai, que todavía era púber y no había tenido su primera menstruación, con un hombre adulto. Y fue en la noche de bodas que, al querer vencer la resistencia de la niña para dejarse penetrar, el marido le rompió el cuello. Nai murió en el acto.
Nisa y su marido recurrieron al Consejo de la tribu, que impartía justicia. El fallo se dio a conocer después de escuchar las razones del acusado y los querellantes, que eran los padres de la niña asesinada. El Consejo decidió que el hombre debía reparar su falta. La condena fue cederles a los padres a Nai cinco cabras.
En Afganistán, los talibanes no dejaban a las mujeres hablar, ni estudiar, ni salir a la calle, ni ir sin un padre o un hermano al médico, y si todavía encuentran a una mujer infiel, el castigo es la lapidación. En Sudán, Kenya y otros países africanos, aunque en algunos ya ha sido legalmente prohibida, continúa clandestinamente la costumbre ancestral de mutilarles el clítoris a las adolescentes, o de coserles los labios de la vagina. Cientos de miles de mujeres han muerto a causa de las infecciones. El objetivo de esas prácticas es eliminar cualquier tipo de placer sexual. Una castración física y simbólica: durante mucho tiempo las encargadas de la ceremonia eran las madres, en una repetición de sufrimiento y subordinación atroz que esa cultura había dejado en manos de mujeres.
En China, desde el siglo IX hasta el XIX, hubo niñas de pies quebrados por vendas apretadas, tan apretadas que impedían que los huesos crecieran y que poco a poco quedaran atrofiados. El resultado eran mujeres raras, embellecidas por otras mujeres puestas a su servicio, recostadas siempre, discapacitadas, incapaces de pararse solas. La fetichización de los pies entre los chinos combinó un erotismo con un toque de pedofilia, invistiendo a los pies infantiles de un clímax de belleza, y al mismo tiempo haciéndolo a partir de estetizar y erotizar la mutilación del cuerpo y de la libertad de las mujeres. Muchas de ellas se sentían elegidas y honradas de ser mutiladas.
El patriarcado no empieza ni termina en el mundo occidental. Es algo que sobrevuela a la especie desde sus orígenes. Desde la primera división sexual del trabajo, todas las culturas desarrollaron la supremacía masculina bajo sus propias formas y rituales. Durante mucho tiempo, la mirada feminista occidental chocó contra el relativismo cultural para criticar o accionar contra algunas costumbres sangrientas e invasivas del cuerpo de las mujeres. Eran los derechos que creemos universales, contra otros que contestaban que Occidente no tenía que interferir en culturas que no comprendía ni eran sus subordinadas. Un verdadero debate.
Pero eso es, entre otras grandes cosas, lo que cambió con el estallido de los feminismos populares en estos últimos años, porque son multiétnicos y multiculturales. La recuperación de la voz y del grito por parte de mujeres de todos los rincones del planeta, de todas las regiones y religiones, exime a los feminismos occidentales de estar interfiriendo. Los feminismos descolonizadores tienen sus propias voces y palabras, y hablan por ellas. Tanto en Africa como en América Latina, mujeres de culturas patriarcales han comenzado a denunciar el machismo de sus costumbres, cada una a su modo y en su idioma, hablan sobre su ansia de descolonización, también de la de género.
Mientras las diversas corrientes feministas fueron cuestión de intelectuales, no pasaba nada. Se abrían líneas de pensamiento, pero era un pensamiento muy alejado de las grandes mayorías. Eso es lo que ha explotado. Los nuevos feminismos, algunos en discusión entre sí, hacen sincronía con otros grandes despertares de masas. La síntesis perfecta es el memorable alegato de Tamika Mallory en Minneápolis, en las protestas por George Floyd. Tamika es una activista del feminismo afrodescendiente. Antes se decía “afroamericano”. Afrodescendiente es una palabra que remite al origen, cargada de conciencia. Ella organizó las últimas dos multitudinarias Marchas de Mujeres en Washington.
La explosión de violencia y crueldad contra las mujeres que provocó este despertar global de nuestro modo de estar en el mundo, de nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras emociones, hoy no es un club exclusivo y por lo tanto inocuo para el poder. Es en cambio un viento que arrastra conciencia y deseo de libertad. A esas chicas a las que asesinan sus ex parejas lo que se les niega es su derecho a decidir sobre sus emociones. Los femicidas suelen ser varones de un pobre yo estructurado apenas sobre la posesión de una mujer.
En todos nuestros países hay mucho racismo y machismo que todavía permanecen opacos. Las luchas pueden ir por separado, porque hay varones discriminados o humillados que apelan al patriarcado para sacarse la ira. Hay muchas víctimas de una injusticia que son a su vez victimarias de otras personas más débiles. Pero llegará el momento en el que las grandes mayorías deberán hacer un nuevo contrato entre géneros. Y ese nuevo contrato es el que expandirá sus valores hacia afuera, hacia la sociedad y sus instituciones.
Y así por fin lograremos cosas tales como que a ningún fiscal o juez del mundo se le pase por la cabeza que una violación en manada a una chica inconsciente es un “desahogo sexual”. Eso sale de la cabeza de ese fiscal, pero proviene de una tradición. La misma que hasta hace muy poco consideraba que penetrar a una mujer con un palo no era una violación. Porque para caratular así, debía existir el “desahogo sexual”.
Un nuevo contrato entre géneros puede ayudar bastante a cambiar el mundo. Es un objetivo emocional y político que nos ahorraría mucho dolor. Si salimos de esta pesadilla, sólo será por el despertar de las mayorías. Y será necesario darle al amor una forma y una calidad distinta a la que hasta ahora ha tenido. La igualdad y la equidad por las que se pelea no serán reales si no se replica entre varones y mujeres.