El ministro Mañalich se encuentra sorprendido por la existencia de hacinamiento y pobreza en las poblaciones. Tuvo que venir el virus a mostrarle que existe una muralla que divide a la sociedad chilena entre familias que viven en el barrio alto y aquellas de la periferia de Santiago. Trabajar en la Clínica Las Condes parece que cierra las puertas al conocimiento de los diferentes.
La pobreza y el hacinamiento en las poblaciones no nació con el Covid-19. Existe desde hace cuarenta años. Es producto de la economía de las desigualdades, la focalización social y la cultura de la discriminación. Es, en suma, el “modelo chileno”. Y es éste el que construyó una muralla que divide radicalmente a la sociedad y que ahora hace difícil terminar con el coronavirus.
El Dr. Mañalich ha tenido la sinceridad de reconocer que desconocía el hacinamiento y pobreza en las poblaciones de nuestro país. Se merece entonces conocer las razones de estos males.
Después del golpe de Estado contra Salvador Allende, los economistas de Chicago, con el apoyo de Pinochet, privatizaron la salud, la educación y la previsión social. Ello permitió ampliar los espacios de ganancia de los empresarios en el ámbito social; pero, al mismo tiempo, encareció la vida de las capas medias y condenó a los sectores de bajos ingresos a vivir en la desesperanza. Los privatizadores y teóricos del Estado subsidiario bajaron los impuestos a los ricos y redujeron la captación fiscal, destinando escuálidos recursos para viviendas sociales, hospitales, escuelas públicas, con algún modesto subsidio para los más desamparados: es lo que se llama focalización de la pobreza.
La política de focalización de la pobreza construyó casas de 30 metros para los pobres, instaló una educación inservible en las escuelas públicas, salud con filas interminables en los hospitales, salarios bajos para los trabajadores y pensiones miserables de las AFP para los ancianos. La focalización social sirvió también para acorralar territorialmente a los pobres en poblaciones alejadas de sus centros de trabajo y de los espacios físicos ocupados por los sectores de altos ingresos.
Así las cosas, se construyó una sólida muralla que divide social y culturalmente a ricos y pobres. Los ricos en el paraíso y los pobres en la mierda. Este sistema lo instaló la derecha, pero la Concertación no fue capaz de modificarlo. Por eso una gran mayoría de la población está enojada: los que se rebelaron el 18 octubre del año pasado y que ahora vuelven a protestar en medio de la pandemia.
La muralla que divide a los chilenos comienza en la niñez. Es lo más doloroso, y por eso el Dr. Mañalich debe saberlo.
El niño nacido en El Bosque o la Pintana tiene marcado su futuro. La escuela en que estudia, con escasos recursos materiales y pedagógicos, no le permitirá acceder a los conocimientos básicos para desempeñarse en la vida y, con toda seguridad, los malos resultados que obtendrá en la PSU le impedirán su ingreso a la educación superior. La escuela municipalizada sólo sirve para reproducir la pobreza. Es que las platas de la focalización social no dan para mucho.
Al niño de El Bosque o la Pintana, ya convertido en adolescente, se le abrirán los ojos con la televisión y el Internet, y allí verá la existencia de otros mundos donde la vida es mejor y más fácil. Los matinales y programas de farándula lo entusiasmarán con ropas de marca, viajes al Caribe y aparatos electrónicos.
La publicidad, promovida, en vivo y en directo, por los animadores de televisión le generarán al joven de población una incontenible ansiedad de consumir y hacer lo mismo que los adolescentes de la clase alta. Pero, rápidamente se dará cuenta que eso no está a su alcance. Se enojará por haber nacido en cuna pobre y le molestará que su madre sea empleada doméstica de ricos, y al fin entenderá por qué su padre está en la cárcel. En ese momento, el resentimiento y el rechazo a lo que ha sido su vida lo convertirán en un delincuente. Se dedicará al narcotráfico y andará armado.
Existe otra alternativa. Será la excepción. Si el joven tiene una mentalidad privilegiada, y ambos padres trabajan y le dedican atención quizás pueda postular a la universidad. Sin embargo, se encontrará con una barrera para financiar sus estudios: requerirá de un préstamo bancario, que le exigirá avales difíciles de encontrar. En ese momento caerá en la frustración e intentará postular como mensajero en un banco. Pero, la discriminación cultural rechazará su postulación porque vive en una población o porque tiene tez morena. Terminará como obrero de la construcción. La vida es dura. Es cierto. Pero más para unos que para otros.
Las barricadas y protestas de hoy, como las de octubre del año pasado no están sólo motivadas por el hambre. Muestran el rechazo a una vida llena de injusticias, que comienza en la niñez, recorre la vida adulta y permanece en la ancianidad. Es, en suma, el rechazo al “modelo chileno”, que construyó una muralla que divide radicalmente a la sociedad chilena. Y ahora, con el coronavirus y el confinamiento, esa muralla se ha hecho más evidente que antes.
Mañalich no conocía la pobreza y el hacinamiento en las poblaciones. De seguro tampoco sabía el cruel destino de los niños y jóvenes pobres. Ahora quizás comprenderá por qué existe en Chile una muralla que nos ha dividido por cuarenta años.