Es necesario hacer una reseña de la última semana vivida en EEUU.
Nada nuevo: en Minneapolis, Minnesota, un policía blanco asfixió a un negro, George Floyd, apoyando su rodilla sobre su cuello, aplastándolo contra el piso. Tampoco nada nuevo, simplemente una técnica de inmovilización utilizada por los uniformados, según se puede ver en varios videos. Sólo que no se detuvo cuando el detenido pidió respirar, gritando que lo quería matar, ni ante el tibio reclamo de un colega presente. Ni él ni los dos compañeros que asistían en la detención hicieron nada por evitarlo. Un viandante filmó la escena y los policías fueron desafectados de la fuerza. Nada más.
¿Algo nuevo? No. En febrero, un joven negro, Ahmaud Arbery, fue muerto a tiros por un policía retirado y su hijo en Georgia, con la excusa de que creyeron reconocerlo como relacionado con robos en el barrio. Recién en mayo, pocos días antes del asesinato de Floyd, los asesinos fueron detenidos, incluyendo a un vecino amigo de ellos que filmó el crimen y lo publicó en las redes. Las relaciones del policía retirado con la fuerza hicieron que cuatro fiscales se excusaran o fueran removidos. Un detalle.
En marzo, Breonna Taylor, una joven enfermera negra estaba en su casa con su novio, quien portaba un arma con el permiso pertinente, cuando la policía reventó su puerta (con una orden judicial para hacerlo sin avisar, una “no-knock warrant”). Creyendo que estaban asaltándolos, llamó al 911 y disparó contra los policías. Respondieron y Breonna resultó muerta. Como no usaban las cámaras reglamentarias, el incidente quedó confuso.
Por supuesto, hubo protestas en estos últimos casos también y se sumaron a la lista de lo que casi puede ser visto como un levantamiento generalizado contra la brutalidad policial en todo EEUU.
En Minneapolis salieron a la calle pidiendo que detuvieran a los policías, que es lo que tendría que haber ocurrido preventivamente mientras tramitaban la investigación, dada la prueba del video y los testigos. Pero recién después del incendio de una comisaría detuvieron al asesino. Tres días después, una comisaría menos e incontables negocios destrozados.
Ya era tarde.
La furia no justifica la violencia, pero la violencia contra las cosas tiene solución, como dijo el gobernador Tim Walz, “los ladrillos son sólo ladrillos”, mientras ordenaba desalojar la comisaría cuando fue asediada por los manifestantes, para evitar muertes inútiles.
En términos generales, la respuesta policial fue violenta al principio pero comenzó a cundir la “rodilla en tierra” destacando el ejemplo que dio el jefe de policía neoyorquino, junto a policías de otros estados. Los gobernadores tardaron en pedir el apoyo de la Guardia Nacional ante los desmanes que, después se empezó a pensar, provenía de agitadores ajenos a la protesta.
Se comenzaron a imponer toques de queda en varias ciudades, donde los centros comerciales habían sido saqueados. Detalle: el blanco predilecto fueron los negocios de lujo.
El sábado Trump prometió sacar tropas a la calle para compensar la debilidad de los gobernadores, mientras la Casa Blanca estaba rodeada de manifestantes, que no cedieron y volvieron el domingo y el lunes.
Las protestas no sólo no disminuyeron sino que se multiplicaron en todo el país, recibiendo cada vez más apoyo policial. Una amiga me contaba que en Austin, Texas, las manifestaciones eran encabezadas por policías en bicicleta y acompañadas a los costados para protegerlos.
Entonces, Trump tenía que mostrar su fuerza en una situación en la que el país se le está dando vuelta y el mundo le está dando la espalda (Ángela Merkel se negó a asistir a su convite para una reunión del G7 porque no quería facilitarle la foto para la reelección; el canadiense Justin Trudeau y el british Boris Johnson dijeron rotundamente “no” al intento de Trump de sumar a Putin al G7, cosa que no suelen hacer porque son sus más cercanos aliados; y los europeos, en bloque, rechazaron el retiro de EEUU de la Organización Mundial de la Salud). Y a Joe Biden lo publicitan como ganador en encuestas ad-hoc.
Las manifestaciones ante la Casa Blanca fueron pacíficas, salvo algunos encontronazos y un incidente poco claro que resultó en el incendio de la iglesia de Saint John que está enfrente, sin mayores daños. El lunes unos mil manifestantes estuvieron tranquilos todo el día frente a las tropas de la guardia del Lafayette Park y el Servicio Secreto, cuando a las 18,30 y sin otro aviso más que unos gritos por megáfono, que para una multitud bulliciosa apenas son susurros, comenzaron a gasear y disparar balas de goma. Parecía que no había motivo alguno ya que el toque de queda comenzaba a las 19.
Simultáneamente, Trump estaba en conferencia de prensa en el Jardín de las Rosas profiriendo una vez más su amenaza de sacar las tropas a las calles para poner orden, mientras mostraba en la práctica cómo se hace. Cómo, en la emblemática “tierra de la Libertad” donde el derecho a expresarse pacíficamente está protegido por la Primera Enmienda de la Constitución, bajo sus órdenes una multitud pacífica que reclamaba por la violencia institucional era dispersada con toda la violencia que puede desplegar el ejercicio de una fuerza de seguridad (que parece no eran policías en este caso): bombas lacrimógenas y cegadoras, balas de goma, palazos, golpes con los escudos.
Muy especialmente llamó la atención el modo en que se atacó a equipos de periodistas y camarógrafos sin atender a sus reclamos cuando mostraban las credenciales.
A las 19, Trump salió pomposamente de la Casa Blanca acompañado por sus preferidos y –sorpresa para muchos- el jefe del Estado Mayor Conjunto en uniforme de combate (una actitud absurda). Cruzó la calle y montó un operativo fotográfico con una biblia en la mano, ante el horror del párroco de Saint John que lo escuchaba por el celular mientras esperaba para una entrevista en el Lincoln Memorial.
La respuesta popular no se hizo esperar. El martes, en Washington salieron dos mil manifestantes, donde no sólo participaban los jóvenes habituales sino gente de todo tipo, indignadas por la actitud presidencial.
En todo el país no cesaron las protestas. Por lo contrario, comenzaron a organizarse mejor, a cuidarse de posibles infiltrados o los que incitaban a destrozar, mostrando una clara conciencia de que eso era darle pasto a las fieras.
Por el lado de la policía, se fueron multiplicando las actitudes solidarias y las sanciones a los que se excedieron en el uso de la fuerza.
Recortada contra el recuerdo de fondo de las revueltas de 1967 y 1992, con su tendal de incendios y muertos, pese a que los hubo también en estos días, tal parece que la noviolencia está tomando las calles en EEUU.
Y no sólo, porque también en Francia han salido a protestar por la violencia policial, y en otras capitales europeas se han congregado en las embajadas yanquis.
En cuanto a los porqués de todo esto, esta nota se alargó demasiado.