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Una situación sólo comparable con la crisis de la década de los ’30 es el panorama que enfrenta la economía global ante el impacto del COVID-19. Así lo planteó Carmen Reinhart, economista jefe del Banco Mundial, en diálogo con el decano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, José de Gregorio, y el académico del MIT Sloan School of Management, Roberto Rigobón.
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En la ocasión la también académica de la Universidad de Harvard analizó las principales amenazas que enfrenta Latinoamérica y la necesidad de generar mecanismos de apoyo a las economías emergentes de la región.
“Esta crisis es verdaderamente global, no hay región que se esté escapando de este gran shock. Hay que regresar a los años ’30 para poder tener un punto de comparación”, afirmó Carmen Reinhart, economista jefe del Banco Mundial, respecto a la magnitud del impacto de la pandemia en la economía global. Advirtió además que, desde su perspectiva, “Latinoamérica lamentablemente va a ser una región muy impactada por mucho tiempo por esta pandemia. No solamente por el tema de la vulnerabilidad de más alta deuda, que será bien global, también ya habían problemas de más bajo crecimiento, y la dependencia de los commodities primarios y el turismo”.
Esto fue parte del análisis que realizó Reinhart, quien hoy destaca como la mujer y latinoamericana más citada del mundo en la disciplina, en un webinar organizado por la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile y el MIT Sloan School of Management. En la transmisión, la también académica de la Universidad de Harvard dialogó sobre las secuelas de la crisis del COVID-19 y las medidas de apoyo a las economías emergentes de la región junto al decano de la Facultad de Economía y Negocios, José De Gregorio, y al académico del MIT Sloan School of Management, Roberto Rigobón.
Recesión y deuda
La brusca y profunda paralización de gran parte de los mercados es la mayor consecuencia económica de la pandemia a nivel planetario, recalcó Reinhart, marcando las diferencias respecto a la última crisis del 2008-2009. Para dimensionar la magnitud de lo que ha significado, señaló que en el caso de Estados Unidos “tomó un año llegar al punto de contracción que tuvimos ahora en seis semanas. Este punto aplica no solamente a los indicadores de flujo de capital, la gráfica de desempleo refleja lo mismo. En el 2008-2009 tomó 64-65 semanas llegar al nivel de desempleo al que se ha llegado en mes y medio”.
Sobre el impacto en nuestra región, planteó que “otro paralelo con la crisis de los años ’30 es que impacta mucho a Latinoamérica, ya que -a diferencia de la crisis del 2008 y 2009- esta crisis es acompañada por una fuerte caída en el precio del petróleo y de los commodities primarios. El 2008-2009, en contraste, fue una crisis donde si bien Estados Unidos, Europa y Japón entraron en recesión, China estaba creciendo en un promedio superior al 10 por ciento, y eso fue una gran locomotora para los emergentes”.
A la depresión del mercado de commodities actual, se suma una peor condición financiera precrisis. “Cuando la crisis del 2008-2009 golpeó a América Latina muchos países emergentes habían bajado considerablemente sus niveles de deuda pública y externa, e incluso algunos registraban superávit en cuenta corriente”, apuntó.
Sostuvo, asimismo, la posibilidad de que “los sistemas bancarios de la región, y fuera de ella también, incluyendo Estados Unidos, van a ser muy impactados por la morosidad y los préstamos que no se van a poder recuperar… Estos problemas de solvencia son algo que recalco porque históricamente lo que comienza como deuda privada termina siendo deuda pública también”. Este escenario de alto riesgo en las economías emergentes, incluso para países más robustos financieramente como Perú y Chile, generaría un período donde habrán mayores dificultades en el acceso a mercados de capitales. Por esta razón, advirtió el riesgo que puede significar la emisión de deuda hoy.
Afirmó que la pandemia traerá secuelas duraderas, sobre todo si se traduce en crisis bancarias, donde la recuperación puede tardar cinco a siete años. En este sentido, indicó que se podrá ver una reactivación, pero que una recuperación que nos haga volver a los niveles de ingreso y empleo anteriores a la crisis, tomará mucho más tiempo. A todo esto se sumaría la inflación. “No es un mensaje bonito, pero es realista”, sentenció.
Desglobalización
Otra de las posibles consecuencias observadas por Reinhart es el avance hacia un ciclo de desglobalización. Al respecto, planteó que “un tema importante para entender el impacto y secuelas del COVID-19 es que éste no sólo es un enorme shock a la demanda agregada, también lo es sobre la oferta. Eso puede llevar a otra ola de desglobalización, porque todos los canales que se habían establecido de comercio se han visto de distinta forma impactados por los cierres de las economías a nivel internacional”.
Este fenómeno, agrega, “alimenta la percepción de que los países tienen que depender de sí mismos mucho más que antes, es decir, en vez de mirar hacia afuera, esto va a dejar una percepción de que muchas políticas van a mirar más hacia adentro”. A la realidad actual, indica, se suma el hecho de que el crecimiento del volumen del comercio global los 10 años antes de la crisis financiera del 2008-2009 fue de alrededor del 6 por ciento, mientras que en la última década ha sido menos de la mitad, en torno a un 2,5 por ciento.
Apoyo a economías emergentes
Reinhart aseguró que en este escenario es fundamental buscar mecanismos de apoyo para países emergentes ante la falta de liquidez, acción que -indicó- requiere de una gran arquitectura financiera. El mayor problema, señaló, está dado por el acceso al mercado financiero internacional, ya que “no existe un prestamista para el financiamiento de la expansión fiscal… algo que es necesario para mantener vivas las economías durante este período”.
En el caso de los países donde el problema más que de liquidez es de solvencia propuso comenzar a pensar en una reestructuración de la deuda desde ya. Las instituciones multilaterales pueden jugar un rol en el proceso de renegociación de deuda, pero esos procesos son complicados y pueden tomar hasta siete años en un escenario como el actual. Planteó además que es momento de pensar en otras formas de ayuda, “quizás facilidades más permanentes que den apoyo al mercado de deuda de los emergentes”.