“No podemos ahora intentar censurar nuestro pasado” les advirtió el primer ministro británico, Boris Johnson a las autoridades de 130 distritos que decidieron revisar y retirar monumentos a personas relacionadas con la esclavitud.
En Bristol los manifestantes tiraron al agua el monumento al comerciante de esclavos Edward Colston, también diputado en el siglo XVII. Pero no solo en el Reino Unido se removieron estatuas, también en los Estados Unidos no se salvó casi ningún Cristóbal Colón, pero también se atacó en Bélgica, pequeño país europeo que dominó territorios extensísimos en África, a quienes enriquecieron a este país y lo hicieron próspero sobre la base de la trata de seres humanos.
Pero ojo, porque la siempre rápida de reflejos Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos ya quiere convertir estas acciones en un acto de campaña electoral en favor del Partido Demócrata. Ella misma fue la que avanzó con el pedido de juicio político contra Donald Trump, aunque no consiguió los votos necesarios para retirar al magnate hotelero de la presidencia. Pelosi propuso el retiro del Capitolio de las estatuas de 11 confederados que defendieron la esclavitud.
La estatua del fundador de los Boy Scouts, Robert Baden-Powell, fue defendida por algunas decenas de hombres blancos que quisieron evitar que fuera desplazada para resguardarla de posibles ataques, ya que es un personaje considerado homofóbico, racista y vinculado al partido nazi.
Se calcula que bajo el dominio de Leopoldo II, la corona belga masacró entre 10 y 15 millones de personas en el Congo, así que resulta difícil encontrar quienes defiendan sus monumentos. Los más de diez mil manifestantes que se congregaron esta semana en Bruselas pintaron sobre la estatua del monarca un gran “perdón”.
El asesinato por asfixia de George Floyd terminó con el gobierno de Minneápolis disolviendo la policía y una ola de investigaciones de crímenes de odio se ha desatado en todo el país. El goteo de víctimas afrodescendientes acribilladas, asfixiadas, electrocutadas o molidas a golpes por uniformados se ha convertido en primera plana de los principales diarios y noticieros del país. Mejor dicho, de la mitad de ellos, la otra mitad intenta relacionar todas las demostraciones de protesta social con el supuesto financiamiento de estas organizaciones por parte del ultraespeculador global George Soros.
La edificación de un mundo se está desmoronando, es una evidencia incontestable. El descrédito de las instituciones es total en todo el planeta. Las democracias dejaron de serlo, los colectivos dejaron de contener y el individualismo se ha convertido en un grito de libertad, sin importar para qué, ni contra quién. Rotos los tejidos de contención, algunos engendros de las últimas décadas buscan capitalizar esta incertidumbre.
Porque no solo se tumban los preceptos globales de la infamia, también se están sepultando los valores de la universalidad de las Naciones Unidas, de la solidaridad internacional, de la cooperación mutua. El mundo en tensión en vez de distenderse hacia acuerdos más profundos y duraderos, se crispa en la defensa de intereses cada vez más parciales, específicos, desconectados.
Todavía no termina de darse ninguno de estos fenómenos de manera completa y no va a suceder tampoco así. Si no que son tendencias en lucha, que vuelven a disputar sentidos. Por eso un gobierno dictatorial como el de Jeannine Añez en Bolivia, atenta contra todos los valores de la plurinacionalidad y busca recolonizar el país con preceptos bíblicos, negando las culturas ancestrales. Por eso Jair Bolsonaro se autodenomina “El Mesías” y habilita la “caza de indígenas” y propone el abandono del pensamiento científico. También es así que la relectura histórica permite que los fanáticos de Hitler o de Franco impongan sus agendas políticas en Alemania o en España.
Debemos estar atentos porque la decapitación del mundo “normal” prepandemia, no tiene una continuidad humanista asegurada. Se disputa lo simbólico, se disputa la razón, se disputan los sentidos y se disputa el futuro. No hay buenos y malos, es el barro de la historia, pero no caigamos en el territorio de la relativización de todo, porque las direcciones de los pensamientos y las acciones sí son evolutivas o no evolutivas, en esa disyuntiva no hay margen de error.