Por Ximena Soza
Hay muertos que despiertan a los vivos, muertos que habiendo quedado en silencio levantan la voz de pueblos enteros, haciéndose escuchar más allá de las fronteras que los conocieron. Las fotografías del funeral de Camilo Catrillanca, weichafe mapuche asesinado por la policía chilena en Wallmapu fue portada del New York Times, en Estados Unidos. La imagen de George Floyd, hombre negro que murió a manos de la policía de Minneapolis apareció pintada a mano sobre los escombros de Syria. Esas muertes despertaron expresiones de solidaridad alrededor del mundo y siguen despertado la discusión sobre las políticas racistas de la policía, pero aunque hayamos visto a un policía blanco asfixiar a George Floyd sin contemplaciones ante un repetitivo pedido de auxilio al decir “no puedo respirar” y aunque hayamos escuchado las grabaciones de la policía chilena aceptando que Camilo Catrillanca estaba muerto después de haberle disparado, no podemos olvidar que la policía es una agencia del estado, por ende, su actuar obedece a políticas racistas del estado. Esa realidad es la que debe despertarnos a todos.
El racismo sistémico en Estados Unidos es de larga data, de hecho, esa nación fue formada sobre el robo de tierras indígenas y construida por la mano de obra esclava. Desde ahí, hasta acá, se suman siglos de discriminación racial, la que en sus inicios fue fundada en espeluznantes experimentos, como la medición de cráneos para intentar evidenciar la supuesta inferioridad de negros e indígenas, información que al estar los únicos medios de comunicación de la época, a cargo de personas blancas, fue fácil transformar en prueba irrefutable para justificar la subyugación de estos pueblos. Los indígenas fueron obligados a la homogenización, quitándole su vestimenta, su idioma y mandando a miles de sus hijos a internados lejos de sus familias y su comunidad. En las líneas de tiempo sobre temas raciales, como las elaboradas por PBS, podemos ver un sinnúmero de eventos históricos que marcan hitos de persecución por parte del estado a diferentes grupos raciales y étnicos. Los negros por su parte, después de ser esclavos por más de 200 años, al ser abolida la esclavitud comienzan a vivir un proceso de segregación que dura casi 100 años más, en los cuales se les prohíbe acudir a las mismas escuelas, restaurantes, hoteles o cines que los blancos, entre muchas otras cosas. Se les prohíbe incluso beber de las mismas fuentes de agua. Cuando la segregación se termina, el estado busca otros resquicios legales, sociales y políticos y termina excluyendo a los negros de las altas esferas de poder. Una historia racista menos larga, pero aun así dolorosa han tenido otros grupos en el país norteamericano; los Japones que fueron puestos en campos de concentración durante la segunda guerra mundial, los chinos a quienes se les aplicó la ley de exclusión en 1882, la reciente restricción de visas para personas de Iran, Iraq, Libya, Somalia, Sudan, Syria y Yemen, países con un gran número de musulmanes, la separación de familias y la detención de niños en la frontera de México y Estados Unidos que continua hasta hoy, habiendo muerto, de acuerdo a la organización ACLU, 7 de ellos en custodia de la guardia fronteriza.
En el caso particular de los negros, pensando en la reciente muerte de George Floyd, podríamos decir que el racismo sistémico se manifiesta por ejemplo en la forma en la que la policía detiene al sospechoso de algún delito, dependiendo de si esta persona es negra o blanca y de cómo el poder judicial no hace nada para castigar la brutalidad policiaca. La forma en que distintos grupos raciales son tratados por la policía es de una diferencia abismante. En el caso de George Floyd sin ir más lejos, sabemos que existía la presunción de que él hubiese usado un billete falso en una tienda, por lo cual fue arrestado y asesinado por la policía. Así mismo ocurrió con Erik Garner, hombre negro que en Nueva York, fue detenido por vender cigarrillos sueltos y luego asfixiado por los policías que lo detuvieron. De manera diametralmente distinta fue arrestado Dylann Roof, supremacista blanco que habiendo matado a 9 personas negras en una iglesia en Charleston al sur de Carolina del Norte fue, según el Charlotte Observer, arrestado pacíficamente y llevado a comprar una hamburguesa porque tenía hambre. Si eres negro en Estados Unidos, ni siquiera necesitas ser sospechoso de cometer un crimen para ser asesinado, como es el reciente caso de Breonna Taylor, a quien la policía de Louisville, Georgia le disparó mientras dormía en su propia casa. Si bien en el caso de George Floyd, los cuatro policías involucrados fueron detenidos y procesados, uno por asesinato en segundo grado y a los otros tres por asistir en este crimen, según lo reportado por CNN el 4 de junio del presente año, este no es el caso de los policías que han cometido muchos de los asesinatos de personas de color. De acuerdo con la organización Mapping Police Violence, el 99% de los crímenes cometidos en contra de personas de color por la policía no son juzgados. De la misma manera la organización reconoce que las personas negras son asesinadas tres veces más que los blancos. El racismo sistémico en este país no solo está reflejado en la brutalidad policiaca, sino también en como el poder judicial procesa y condena a las personas de color versus las personas blancas. La organización Sentencing Project establece que los negros son condenados a sentencias casi seis veces mayores que las personas blancas y las personas latinas alrededor de tres veces más. El racismo sistémico se muestra también en el sistema educacional y de salud a través del bajo financiamiento con que cuentan las escuelas y hospitales en los barrios negros, latinos o en las comunidades indígenas e incluso en el sistema de vivienda que por décadas ha limitado el acceso a préstamos hipotecarios o de remodelación en los barrios con números predominantes de gente de color, causando que estas partes de la ciudad pierdan su plusvalía.
En el caso chileno este racismo sistémico aparece de muchas maneras similares. En referencia a la violencia policiaca tenemos el caso de Camilo Catrillanca, quien el 14 de noviembre del año 2018 fue asesinado por los miembros del Grupo de Operaciones Policiales Especiales (GOPE) de un impacto de bala en la cabeza cuando era acompañado de un menor de 15 años, quien fue detenido en el lugar y declaró posteriormente al Instituto Nacional de Derechos Humanos INDH, haber sido torturado por los policías. En primera instancia el reporte policiaco establecía una serie de declaraciones que más tarde fueron refutadas por la evidencia de audio y video que inicialmente fueron ocultadas. El caso tomó notabilidad nacional e internacional, lo que presionó a las autoridades a proceder con las investigaciones. En otras ocasiones las muertes de personas Mapuche asesinadas por la policía no resultaron en consecuencias para sus autores. En el Caso del miembro de la comunidad de Temucuicui fueron dados de baja 4 policías y procesado Carlos Alarcón, quien teniendo prisión preventiva fue adjudicado el cambio de medidas cautelares y ahora tiene arresto domiciliario, derecho al que los presos mapuche, incluso los que no han sido procesados, no han pedido acceder. Los tribunales no han optado por esta instancia y el gobierno no ha tenido la voluntad política de interceder, a pesar de encontrarse 10 de ellos en huelga de hambre por 41 días, contexto en el cual ni siquiera se les ha permitido recibir visitas regulares por un médico de confianza de los familiares o de la machi (medico tradicional) como establece el acuerdo de los derechos consuetudinarios 169 de la OIT. El caso de Camilo Catrillanca ejemplifica dos cosas; primero la violencia policial en contra de los Mapuche y luego la manera en que el sistema judicial los discrimina, cabe señalar que en el caso de los presos mapuche, muchos de ellos han sido procesador por la ley antiterrorista, la cual entrega penas doblemente severas y la posibilidad de que en corte se presenten testigos encubiertos, lo que incrementa la posibilidad de que sus casos sean ganados por la fiscalía. El racismo sistémico en Chile también se expande a otros sistemas, como los sistemas de educación y salud que son precarios en territorios con alta población indígena, negándoles así una salud digna y una educación de calidad que se acomode a sus valores culturales y su cosmovisión. Este racismo y la brutalidad policiaca en Chile tambien se extiende a otras poblaciones. Conocido es el caso de Joane Florivil, mujer haitiana que murió después de ser víctima de una detención marcada por la confusión en el que no se respetaron protocolos regulares durante el proceso. El Mostrador, reporta en octubre del 2017 que quedó bajo investigación su muerte por potenciales torturas.
La historia racista de Chile tampoco es nueva y desde sus comienzos estuvo marcada por el genocidio a los pueblos originarios que habitaban el territorio que hoy se conoce como Chile. Sangrientas usurpaciones, ataques y asesinatos se suscitaron desde los primeros quiebres del tratado de Trapihue en 1825, momento en que Chile busca su expansión hacia el sur del Bio Bio y encuentra como asentarse en territorio mapuche para abrir espacio al ejército y los colonos, quienes para el 1882 ya habían cometido varias matanzas en contra de los Mapuche. Como detallan J Vergara e I, Mellado (2018) en su texto La violencia política estatal contra el pueblo-nación mapuche durante la conquista tardía de la Araucanía y el proceso de radicación (chile, 1850-1929), publicado en Dialogo andino, la policía y el ejercito siempre estuvieron encargados de ejecutar o resguardar las acciones de violencia de los chilenos y colonos. Viajando en el tiempo hacia la dictadura militar, desde sus inicios, el primer objetivo de este nefasto gobierno fue quitar a los Mapuche su identidad de pueblo-nación, decretando, según Sergio Caniuqueo Huircapan (2013) en Dictadura y pueblo Mapuche de 1973-1978, que los miembros de este pueblo eran chilenos y desde ahí busca a través de programas de educación masiva, continuar la homogeneización de los Mapuche. Durante esta época con la implementación del modelo neoliberal, el estado cede territorios y derechos a inversionistas chilenos y extranjeros, financiándolos incluso a través de subsidios estatales que les proveyeron las tierras y facilidades para invertir en la plantación de especies exóticas que fueron poco a poco destruyendo la calidad del suelo. El estado tambien se abre a proyectos que directamente afectan la forma de vida y el entorno de los Mapuche, como son los proyectos hidroeléctricos y extractivistas. El racismo estructural en Chile, no solo se manifiesta en contra de los Mapuche y otros pueblos originarios, pero tambien en contra de otros grupos migratorios. Los cambios en las leyes de inmigración de Chile realizados durante el gobierno de Piñera tambien denotan este racismo estructural a comunidades de inmigrantes, a través de crear leyes específicas para algunos países y no para otros, como por ejemplo limitar las visas de turistas de 90 a 30 días, solo para turistas haitianos.
A pesar de que en las sociedades se presentan múltiples actos de discriminación, los actos racistas obedecen a dinámicas de poder. Estas dinámicas se apoyan en estructuras de poder asimétricas, donde se les asigna más valor a una raza o grupo étnico que a otro. Desde ese lente los estados han construido una serie de estrategias, leyes y sistemas donde el racismo está fuertemente arraigado y sus instituciones responden a él. Los casos de brutalidad policiaca tanto en Walmapu en contra de los Mapuche, como en Estados Unidos en contra de negros, latinos o indígena no son hechos aislados y obedecen a políticas racistas de estado, entonces podemos decir que los estados racistas segregan, promueven discursos de odio, diseminan la inequidad social y matan. El racismo de estado mata.