Hoy cuando se escuchan voces reclamando «volver a la normalidad» ¿De qué normalidad están hablando? La «normalidad» anterior a la existencia del covid-19 era una supuesta normalidad en la cual se había naturalizado una realidad social sumamente injusta. Lo decimos entre comillas porque no puede ser nunca normal una situación de tal desproporción.
Porque aquella supuesta normalidad nunca fue digna para los sectores excluidos y discriminados. En cambio para los estratos de mayores ingresos era una normalidad más cómoda que la generada a partir de la aparición del nuevo coronavirus: podían consumir moviéndose libremente por el mundo sin preocuparse por más nadie que ellos, entretenerse hasta el hastío gastando sus recursos como quisieran.
Luego el virus obligó a un aislamiento que forzó a un cambio drástico del ritmo de vida mientras se fueron evidenciando aquellas injusticias antes naturalizadas y normalizadas que nunca debieron serlo: el hacinamiento en barrios de emergencia, el vaciamiento de los sistemas de salud pública, la enorme masa poblacional sin ingresos formales y trabajos dignos, la crueldad de las fuerzas represoras del Estado para con los sectores discriminados, la fragilidad de los grupos de riesgo en situación de precariedad económica para protegerse de una desestabilización inesperada, etcétera. Se trató de fenómenos que se evidenciaron rápidamente en distintas latitudes en los momentos de aislamiento preventivo.
Esa «normalidad» donde predomina la falsa libertad individualista ya es un problema para el progreso del ser humano: si tengo recursos quiero gastarlos libremente como a mí se me plazca. La normalidad del «sálvese quién pueda», la del yo que puedo me salvo solo, piso la cabeza de otros total hice mérito para conseguir todo lo que poseo. Consumir y contaminar todo a su paso, con el trasfondo de creerse superiores a otros seres.
La aparición del nuevo coronavirus aceleró aún más la crisis civilizatoria actual. Entonces se comenzó a hablar desde los medios y poderes políticos de comenzar a vivir en una «nueva normalidad» a partir de la convivencia con el virus ¿Cómo será esa realidad «normal» que se está proyectando?
La «nueva normalidad», si tal cosa fuera a existir, deberá fundarse en lo comunitario-solidario si es que aspiramos a sobrevivir como humanidad. Porque como dijo recientemente la socióloga Maristela Svampa «la humanidad vive tiempos de descuento». No tenemos tiempo para seguir perdiendo en el individualismo de mercado, de consumo, de contaminación. Más individualismo, menos tiempo de sobrevida de la especie, en una fórmula directamente proporcional.
En el impulso fuerte de solidaridad, de empatía, de reforzamiento de redes colaborativas que hemos visto crecer en este tiempo de pandemia está el germen de la nueva realidad, o «nueva normalidad» que necesitamos construir. Sobran ejemplos de ese potencial solidario florecido en diversos países.
En Argentina, por ejemplo, fue cuestión de supervivencia la enorme red de organizaciones sociales territoriales que desplegaron medidas de emergencia para garantizar alimentación e higiene en barrios populares. En Chile se vivió una situación similar ante el hambre de los desposeídos, desplegando una gran red de ayuda para garantizar al menos el alimento diario. O el bondadoso trato que ha tenido el personal de salud que actuó vocacionalmente en la atención de enfermos, aún estando en la primera línea de contagio ayudaron del mejor modo posible al necesitado, sobran testimonios al respecto. O los docentes que pusieron todo de sí, tiempo, tecnologías, recursos, para que los estudiantes pudieran continuar en el proceso de aprendizaje, muchas veces con salarios y condiciones magras.
Quizás esa potente sensibilidad humanista se refuerce a partir de la actual crisis global que evidenció este coronavirus hiper-contagioso e impredecible, que se presenta como llamado de atención para una civilización que parecía encaminarse cada vez más aceleradamente hacia el precipicio. Aunque en contraposición se refuerzan hoy también el racismo, el desprecio por el distinto, la opresión sobre el explotado y la codicia de quienes más tienen y más quieren siempre ¿Qué tendencia imperará entonces en esa mencionada nueva normalidad?
El progreso futuro está en esas redes y comunidades humanas solidarias, espiritualmente conectadas contribuyendo al bienestar del conjunto. Comunidades de aprendizaje, temáticas, barriales, vocacionales, espirituales, interconectadas entre sí colaborativamente tendrán que ser el nuevo tejido social de la etapa histórica que necesitamos comenzar a recorrer. Comunidades descentralizadas, ya que todo proceso de centralización y concentración, tanto de riqueza, recursos y poblacionales en grandes metrópolis, muestran ya lo perjudicial que son para la vida.
Una tendencia nos lleva hacia el progreso, la otra hacia la autodestrucción. Ambas viven en el ser humano desde los orígenes de los tiempos. Pero hoy ese tiempo es ya de descuento y deberemos elegir sin errar.