A veces me pregunto, ¿de qué servirán todos los afanes y desvelos de los historiadores? Porque si a ver vamos, nadie parece prestarles mucha atención. La gran mayoría los leemos por obligación porque forman parte del pensum de estudios, pero no parece que aprendemos mucho de ellos, o si lo hacemos lo olvidamos muy pronto, al sumergiros en otro tipo de intereses más urgentes e inmediatos. A veces me da la impresión que la humanidad fuera como un caminito de hormiguitas, unas detrás de otras, ninguna divisa a la que va delante, no sabe ni se pregunta adónde nos conduce.
Doy un ejemplo para comprender de qué hablo. Hay muchos libros de historia de los principios y finales de civilizaciones, religiones, culturas, sistemas políticos, económicos, sociales. Pero no parece que les prestemos atención, que aprendamos algo de esos grandes ciclos de nacimientos y muertes de civilizaciones, o en todo caso, no parece que tengamos la capacidad de salirnos del caminito de hormigas, mirar a los lados, preguntarnos dónde estamos, qué estamos haciendo, de dónde venimos, adónde vamos.
Entre el final o caída de una civilización y el surgimiento de otra, parece haber un período oscuro, indefinido, hasta que en otra localización comienza a florecer nuevamente el arte, las letras, las ciencias y sus aplicaciones tecnológicas. No está para nada claro como sucede esto, cómo esos elementos son atraídos, gravitados, constelados hacia ese nuevo centro desde el cual comienza a irradiar todo lo nuevo. Pero si está bastante claro que, en esa etapa de caída de los llamados imperios, se produce una instancia de desestructuración de las instituciones, de desorganización social.
Y por lo general ello va acompañando de plagas, pestes, hambrunas y enfermedades que diezman a la humanidad. Esos grandes finales y principios, no parecen estarnos hablando de bandos de ganadores y/o perdedores, sino de cambios totales de modelos agotados, de borrones y cuentas nuevas en las que son reemplazadas las formas que ya resultaban obsoletas e involutivas. Esa desestructuración general va acompañada y es producida, por la irrupción de variables hasta entonces desapercibidas, no reconocidas, no tenidas en cuenta.
Variables que evidencian que se trata de un momento histórico universal, que trasciende lo personal, nacional, cultural, religioso, que no respetan ninguna de las fronteras habituales y afectan a todos por igual, por ejemplo, las fuertes alteraciones climáticas y los virus que estamos experimentando. Creo que podríamos hablar entonces de renovación y desplazamiento de centro magnético civilizatorio, lo cual ya nos está señalando una dirección de confluencia hacia ese nuevo centro magnético. Pero de nada sirve imaginar hacia dónde vamos, ni preguntarse qué nos espera, cuánto durará esto.
Porque no estamos hablando de una localización ni coordenadas geográficas o espacio temporales, sino de una dirección evolutiva hacia la cual la energía vital y los elementos confluyen, y eso solo se puede sentir y vivir intuitivamente día a día. Dicen que el pez solo toma consciencia del medio en el cual vive, cuando lo dejan en la orilla del mar, es decir, en medio de sus estertores. Tal vez a la especie humana le suceda algo similar, entre el final y desmoronamiento de una civilización y el surgimiento de la siguiente, se abre la posibilidad de preguntarnos en qué medio vivimos.
No me refiero claro está, a mirar con el telescopio otros planetas y decir que estamos en el sistema solar y en el planeta tierra, sino a una sensación instintiva más profunda, a sentirnos desorientados y preguntarnos ¿dónde estamos realmente, quiénes somos, de dónde venimos, qué se supone que estamos haciendo aquí? Esa sería otra forma de estar la consciencia en el mundo, tal vez haya sido el modo inicial en que estábamos al principio de la historia, antes de que nos sumergiéramos en este viaje, en este sueño, en esta película y la creyéramos completa y absolutamente real.
¡Qué diferente sería si aún vivieran y resonaran esas preguntas en la consciencia! Si en lugar de encarnar este sueño epocal, viviéramos atentos a lo que sentimos en lugar de vivir persiguiendo los objetos de esos sueños para completarnos, si en lugar de dar por supuestas esas formas de vida que hemos heredado, las observáramos atentamente, si fuéramos nuevamente capaces de recordar nuestros principios, nuestras intuiciones primigenias. Sería una maravillosa oportunidad para recomenzar, reconociendo y corrigiendo los errores de camino de la etapa anterior.
Los nuevos tiempos serán seguramente religiosos, sobre todo en el sentido que al desmoronarse las instituciones que regían y legislaban las relaciones sociales, se abrirá la posibilidad de reconocerlas en nuestra propia programación y creencias, y de experimentar la libertad de intentar acercarnos al otro de nuevos y menos tensos modos. Tal vez será el momento oportuno para poner en práctica ese principio, que es el corazón esencial de todas las religiones, “trata a los demás como deseas ser tratado”.