Por María Yohali Pérez Portilla
Para ser franca, no tenía idea de cómo unir las ideas que iba soltando respecto a esta cuarentena. Mi cabeza está dispersa como el virus mismo en el planeta –más de lo normal, porque dispersa siempre está, si he de seguir con la franqueza.
Agradezco sin embargo que sea mi cabeza la vagabunda y que no sean sus caminos demasiado oscuros. Soy de esas afortunadas que ven en este encierro una oportunidad para hacer consciencia, una oportunidad de cambio, de esos que anhelamos todos, de los buenos.
Cuando hablo con amigos y familiares me encuentro con las más diversas emociones, las más diversas experiencias y formas de ver y vivir este proceso; esta irreductible, palpable incertidumbre mundial… la de siempre desde que me acuerdo, pero ahora reconocible para todos.
Agradezco poder ser del grupo que no se entrega al desespero, al pánico, a la frustración… bueno hay horas, días solitarios para ver que haré para adelante cuando salgamos de esta situación.
Agradezco ser del grupo que no tiene que pagar renta, mantener una familia o la presión de mantener empleos sin ganancias; que, si bien trabajo remunerado no tengo, actividades hay de sobra.
Agradezco ser del grupo que come tres veces al día, a veces más.
Agradezco ser de las que tienen agua potable y luz, de las que no padecen alguna otra complicación de salud que vea comprometido su tratamiento.
Agradezco ser de las que tienen internet y netflix.
Agradezco ser del grupo que si discute con la familia es por las cosas simples, como simplemente se disuelve el pelito sin violencia ni rencor.
Agradezco ser del grupo que tiene amistades unidas y leales que se mantienen en contacto y buscan oportunidades para los encuentros virtuales.
Pero sobre todo agradezco ser del grupo que tiene esperanza.
Esperanza de que de “ésta” la mayoría saldremos renovados, esperanza en que seremos capaces de ver lo prioritario, lo verdaderamente necesario, lo más valioso, lo más bello.
Esperanza de que lograremos por fin conectar con nosotros mismos, desear conectar en lo profundo con el otro; conectar con las maravillas de este mundo y actuar en consecuencia. Lamento mucho saber que la injusticia social que hemos auspiciado (algunos más) con nuestra ambición, nuestra indiferencia, nuestro silencio o nuestra apatía, termina maltratando como siempre a los más necesitados, a los más vulnerables. Si bien hay responsabilidad compartida en la que me incluyo, no cabe duda que los mayores responsables son las grandes empresas trasnacionales y los políticos corruptos y sobre todo nosotros las poblaciones que lo hemos permitido.
Lamento y comprendo cómo el miedo se apodera de nosotros, que la angustia por el porvenir sature el presente, que se extingan miles de vidas sin que podamos hacer mucho al respecto.
Lamento que hoy día no podamos abrazarnos; lamento que el espejo negro de nuestros dispositivos tecnológicos, que antes fuera el escudo con el que protegíamos las emociones en encuentros sociales, sea ahora el único recurso para los mismos. Lo lamento y lo agradezco, porque oportunidades para ver más allá hay de sobra.
Agradezco esto, tanto como agradezco mirar las montañas claras, un cielo despejado, noches estrelladas; un planeta respirando, los animales salvajes entre el encanto y la curiosidad tomando espacios que les fueron robados hace mucho.
Siento no haber sido consciente antes del mal que le hacemos a la tierra y todas sus criaturas con nuestras necedades, siento que seamos tan egoístas hasta para ver como cavamos nuestra propia tumba.
Siento que, aún con todo esto, hay muchos que siguen sembrando la discordia, la enemistad, el egoísmo, la usura, la violencia, la indiferencia y tanto más…
Y siento como nunca que amo esta humanidad con toda nuestra miseria tanto como amo la tierra que nos sostiene y mantiene.
Amo escuchar al vecino jugar con sus hijos, amo asomarme a la venta y ver la llamarada, el piracanto y las bugambilias , el rosal creciendo, la huele de noche y las cerimán acaparando el pasillo; amo que estén allí siempre, amo cuando veo el sol en ocaso ocultándose entre los tendederos de mi vecina y el pino inmenso que sobresale entre las azoteas; amo ver que el sol y la luna siguen saliendo para todos, amo estar viva y amo poder ver esto y reconocerlo, pues años pasé de largo sin notar su maravilla, y amo no sentirme ridícula por esto, sino todo lo contrario.
Amo poder agradecer tanto, lamentar tanto y sentir lo que siento; es lo menos que puedo hacer: amar, sentir, agradecer, orar y rogar por todos los que, sea cual sea su razón, simplemente no pueden. Tanto como amo tener un día más que alimente mi esperanza.