En una tarde cualquiera de esta cuarentena, una tarde tranquila, algo me saca de mi aburrimiento y mi «zona de confort». Un hombre grita y llora desde la calle. Entre sollozos se le podía entender ciertas palabras: monedas, comida, algo de ropa, básicamente buscaba una ayuda, la que fuera. Ésta es una arista más de esta gran pandemia, la de los más desprotegidos. Los que menos tienen, aún tienen menos que antes.
Por ahí he leído: «No estamos en el mismo barco, estamos en el misma mar. Unos con yate, otros en lancha, otros con botes salvavidas y otros nadando con todas sus fuerzas» Empatía, ¡qué necesaria eres!
Mientras él se alejaba, yo me quedaba con una gran desazón interior y muchas preguntas. No quise que este momento quedara en el olvido.