Por Nelson Soza
Hace algunos días el presidente chileno Sebastián Piñera recibió el llamado de su par estadounidense, Donald Trump, según declaraciones de La Moneda, para felicitarlo por el manejo del COVID-19. La noticia golpeó como un chiste cruel. Con 1,4 millones de contagios y acercándose a las 90.000 muertes a la fecha, EE.UU continua siendo el país más devastado por la pandemia y la responsabilidad directa de Trump en la catástrofe se hace cada vez más evidente.
La respuesta al Coronavirus “hubiera sido mala aun con el mejor de los gobiernos,” señaló recientemente el ex presidente Barak Obama en una llamada realizada a miembros de su gabinete. Con Trump “la respuesta ha sido un absoluto desastre caótico, con esa mentalidad de ‘qué es lo que gano yo’ y ‘al carajo con todos los demás’ ”.
Si bien las desigualdades socioeconómicas han sido determinantes en el curso de la pandemia en EE.UU., no es menos cierto que el manejo de la emergencia por parte de Trump ha empeorado las cosas, todo gracias a una cadena de errores garrafales producto de su ignorancia, avaricia e intereses políticos. A meses de la elección de su vida y consciente de que sólo una economía saludable puede salvarlo de una derrota en noviembre, Trump prefirió responder a la crisis al estilo Trump: ignorando la ciencia y el bienestar de los ciudadanos y optando por una campaña de relaciones públicas cargada de malos consejos y promesas falsas.
El 22 de enero se le preguntó si estaba preocupado por una pandemia. “No, para nada,” fue su respuesta. “Lo tenemos totalmente bajo control. Es una persona que viene de China y lo tenemos bajo control. Todo va a estar bien”.
Como se ha sabido posteriormente, Trump faltaba a la verdad. Dos meses antes, a fines de noviembre, la inteligencia norteamericana le informó por primera vez sobre la rápida propagación de una enfermedad contagiosa en Wuhan, China. Los informes a un selecto grupo de funcionarios y congresistas continuaron durante todo el mes de enero. La situación era tan grave que al enterarse de la alta probabilidad de interrupciones a la vida cotidiana, un grupo de senadores aprovechó de deshacerse de millones de dólares en inversiones que se verían afectadas. El FBI ha abierto una investigación en contra de estos senadores por uso de información privilegiada.
Durante todo el mes de febrero Trump continuó con su campaña de desinformación. Mientras en público su administración tranquilizaba a la ciudadanía, en privado sus asesores continuaban tratando de enfocarlo en el tsunami que se les venía. Larry Kudlow, consejero económico de Trump, le advirtió por segunda vez sobre “la creciente probabilidad de un enorme brote …que podría infectar a 100 millones de norteamericanos, con una pérdida en vidas de hasta 1.2 millones de almas.” Públicamente, sin embargo, su mensaje era otro. “Hemos contenido esto. No voy a decir que sellado, pero prácticamente sellado”, le dijo Kudlow a un reportero a fines de febrero.
A estas alturas las alarmas se encendían por todas partes. En China la provincia de Wuhan estaba clausurada mientras que en Italia las ciudades menores de Lombardia entraron en cuarenta. En EE.UU. la Asociación de Laboratorios Sanitarios le advierte al gobierno sobre la falta de insumos críticos para contener los contagios. “Después de tantas semanas… aun no tenemos disponibles exámenes para el diagnóstico y seguimiento,” le informaron al gabinete. Como quedaría claro mas tarde, tampoco habían suficientes ventiladores mecánicos ni equipamiento de protección personal para los profesionales de la salud.
“El virus del que hablamos de que, ustedes saben, mucha gente piensa que se va ir en abril con el calor”, dijo Trump por estas fechas, al mismo tiempo que reprendía a los “alarmistas” en su gabinete y le ponía candado al flujo de información.
“Esto es la influenza, es como la influenza. Tenemos un total de 15 personas enfermas…en un par de días el número será cercano a cero… Vamos para abajo, no para arriba”, continuaba diciendo Trump. “El virus va a desaparecer. Un día como un milagro va a desaparecer”.
Tendrían que pasar otras dos semanas para que Trump por fin tomara la decisión de cerrar las escuelas y promover el distanciamiento social. Era 16 de marzo, para entonces, como se cree, ya era demasiado tarde. Esto es lo que concluyen en una columna publicada por The New York Times Britta Jewell y Nicholas Jewell, epidemiólogos de la Universidad de California en Berkeley.
“El instinto de los epidemiólogos casi siempre es actuar más temprano que tarde,” señalan los académicos. “Prevenir nuevas infecciones lo antes posible puede interrumpir la cadena de transmisión y salvar vidas. Nuestra experiencia con el COVID-19 deja eso claro”
Según Jewell y Jewell, para enfrentarse a un nuevo virus como el COVID-19 cuando no hay tratamientos efectivos ni una vacuna, la intervención de la autoridad debe ser rápida y cubrir lo básico: “mantener a las personas separadas, prohibir grandes aglomeraciones, cerrar las escuelas y pedirle a la gente que se quede en casa”.
Sus conclusiones son devastadoras para Trump y su administración. De acuerdo con los académicos, si las medidas necesarias se hubieran tomado dos semanas antes, el 2 de marzo, 90% de las muertes por COVID-19 en EE.UU. podrían haberse evitado. Hasta ese momento solo 11 personas habían muerto en el país, por lo que las posibilidades de aislar el virus y contenerlo eran mayores. Tomar medidas en ese punto de la propagación habría retrasado el peak de pacientes críticos, evitando el colapso de los servicios de salud y habría dado tiempo para proveerse de los insumos necesarios, incluyendo exámenes de detección, ventiladores mecánicos y equipamiento de protección personal para no sacrificar a la primera línea de respuesta.
El tiempo perdido, según estas proyecciones, hubiera salvado a casi 80.000 personas de morir de coronavirus. Incluso si las medidas hubieran sido tomadas una semana antes, el 9 de marzo, 60% de los fallecidos podrían aun estar con vida.
Corea del Sur y EE.UU. registraron sus primeros casos de COVID-19 con un día de diferencia, el 20 y el 21 de enero respectivamente. Las autoridades coreanas utilizaron rápidamente un test desarrollado en Alemania y distribuido por la OMS, una opción que EE.UU. rechazó prefiriendo desarrollar uno propio. Corea comenzó a hacer exámenes en forma masiva, a aislar los casos positivos y a identificar los contactos de estos. Para el 8 de marzo, Corea había hecho 189.236 tests y EE.UU. Solo 1.707. Una semana más tarde, Corea había hecho 274.000 tests y EE.UU. 25.000.
A la fecha, EE.UU. registra 88.144 muertes, 2.73 personas por millón de habitantes, con alrededor 2.000 nuevos fallecidos cada día. Corea del Sur, por otra parte, registra solo 260 muertes en total, o 0.01 por millón de habitantes, con cero nuevos decesos en las últimas 24 horas. Gregg Gonsalves, epidemiólogo de la Universidad de Yale, estima que la respuesta de Trump esta “demasiado cerca de convertirse en un genocidio de hecho”
La experiencia de Corea del Sur ilustra claramente la diferencia que una respuesta seria y temprana puede tener en una pandemia, en especial si se le compara con la inepta respuesta de Trump o con la del propio Piñera. A diferencia de EE.UU. y también de Chile, Corea se guió por una estrategia transparente y anclada en los cánones de la ciencia y la salud pública, Trump y Piñera, por otra parte, por cálculos políticos, económicos y comunicacionales. Los resultados en todos estos casos están a la vista.
El Dr. Rick Bright dirigía la agencia norteamericana encargada de responder a las pandemias hasta que fue removido por Trump por poner la ciencia y la salud pública por delante de la política. Bright ha presentado una queja formal para que se investigue la actuación de Trump en la crisis del COVID-19. Desde su perspectiva, si no hubiera sido por la negligencia y la corrupción del ejecutivo, miles de muertes podrían haberse evitado.
“No le advertimos a la gente. No capacitamos a la gente. No educamos a la gente sobre el distanciamiento social y el uso mascarillas como debimos haberlo hecho en enero y febrero”, declaró bajo juramento Bright frente al congreso de EE.UU. “Todas estas medidas…habrían salvado más vidas”.