MUSICA
El período del Renacimiento supone un despegue admirable en la historia de la música. En apenas tres siglos, tanto el desarrollo de las formas musicales, como el empleo y proyección social de la música, evolucionan de manera más rápida y sorprendente que en los siglos precedentes que formaron parte de la Edad Media. La aceleración humanística que tiene lugar en ese período, incluyendo todas las demás artes y ciencias, ideologías, etc., tienen su reflejo en el desarrollo del arte musical.
Sin abandonar su característica precedente de trayecto hacia las ceremonias, sobre todo, de carácter religioso, se decanta también en formas de manifestación popular. Aparecen nuevas formas competitivas, impulsadas por las escuelas artísticas predominantes en Europa, como la italiana, francesa, belga, española y anglosajona. Todas ellas importan sus correspondientes características en la elaboración de formas musicales que se van intercambiando e interactúan en las distintas composiciones.
Durante el Renacimiento toman protagonismo instrumentos a penas diseñados en las postrimerías de la Edad Media, como el laúd, algunos de cuerda frotada y desaparecen otros como la zampoña, dando paso a otros más complejos que permiten un enfoque más ambicioso.
Impulsan su desarrollo los grandes órganos de las catedrales y los menos ambiciosos de las capillas privadas, ligadas, cada vez más a la pujante alta burguesía creciente. Los grupos llamados “de cámara”, por estar ligados a la familia o personaje concreto para el que desempeñaban su trabajo, van tomando creciente influencia en los entornos cercanos.
Las formas musicales del período renacentista adoptan por igual las melodías cantadas por voz humana o instrumento, entremezclándose en plano de igualdad, tratando de armonizar sus timbres y tesituras para obtener un producto armonioso. Compositores de esa época ya nos resultan más conocidos, en cuanto a firmantes de una obra que, gracias, sobre todo, al descubrimiento de la imprenta y su aplicación en la copia de las composiciones escritas, se expande por todas las comunidades cultas de los reinos más influyentes. Es de ahí de donde surgen las llamadas escuelas nacionales. La forma musical típica renacentista se basa en el empleo de varias voces corales, interpretadas, tanto con voz humana, como con instrumentos,produciendo una forma de armonía sin estridencias y con una tesitura relativamente reducida. Se crea el llamado “contrapunto” que se forma a partir del uso de los tiempos fuertes y débiles de la acentuación de la melodía y el ritmo.
Entre los compositores españoles más reconocidos podemos nombrar a Tomás Luis de Victoria, quien compuso una gran variedad de misas y motetes altamente reconocidos por las cortes europeas y que, a lo largo de la historia musical, ha influido notablemente en las composiciones musicales sucesivas.
La época renacentista es prolífica en la composición de misas. Muchas de ellas partían de una melodía tomada de la tradición popular, a la que se le iban añadiendo variaciones sobre distintas voces que formaban la polifonía resultante. De las denominaciones de estas voces surgen las caracterizaciones de los cantantes actuales, en razón de su tesitura vocal: sopranos, contraltos, barítonos, tenores y bajos.
Compositores destacados en este género son Dufay, nuestro Tomás Luis de Victoria, Ockeghem, Palestrina, Guerrero…
Otro tipo de composición muy característica del Renacimiento fue el motete, composición coral vocal, de texto sacro y en lengua latina, principalmente desarrollado en la llamada Escuela Veneciana, pero que tuvo una enorme influencia en toda Europa.
Como comentábamos, la música profana también imprime en este período un considerable desarrollo. Se crean formas muy características, según el país de procedencia, como la villanella, el madrigal, en Italia, el romance, la ensalada y el villancico en España, el virelay y el rondeau en Francia, et.
Tal como hemos apuntado, los diferentes tipos de instrumentos también tuvieron una enorme transformación en la época renacentista. Numerosos tipos de instrumentos, de acuerdo con su origen, fueron transformándose y desarrollándose, ampliando las sonoridades propias de cada pieza. Por ejemplo, en el terreno de la instrumentación de flautas, éstas se especializaron en diferentes tesituras: flautas de pico, sopranos, alto, tenores, bajos; entre los de cuerda, viola da gamba; en el metal, sacabuches; chirimías, en la familia de instrumentos de madera. En las grandes catedrales, intervenían grupos de instrumentistas llamados Consorts, quienes también utilizaban instrumentos polifónicos como el órgano, el arpa, el virginal, etc.. Otras composiciones grupales muy típicas, sobre todo en Inglaterra, eran las formadas por voz solista e instrumentos de cuerda pulsada como el laúd o la vihuela en España.
Muchos de estos músicos desconocían aún la notación oficial de la música y, en su lugar, acordaban notaciones especiales para diferentes instrumentos, conocidas como tablatura, que constutuían una notación específica para el instrumento concreto.
Era frecuente que personajes adinerados de la época mantuvieran las llamadas capillas musicales, formadas por músicos, más o menos amateur, que constituían un entretenimiento habitual en las señoriales casas. En ellos, naturalmente, la danza formaba parte del género más usual, para las cuales, se componían formas musicales específicas como la pavana, gallarda, la alemanda, courante.
La consolidación de la burguesía como clase social, así como el crecimiento de las ideas humanistas renacentistas, decantaron el concepto de arte en la música. Ésta pasó de ser un privilegio, sólo al alcance de la nobleza y el alto clero, para formar parte de la burguesía, ejecutada por aficionados que ya no eran considerados como menesterosos, sino como productores de refinados pasatiempos para elegantes personajes, convertidos en símbolos de distinción social.
Esta consideración irá trasladándose en la historia casi hasta nuestros días, como iremos comentando en adelante.