A propósito del Día del Trabajo
En los albores de la humanidad nuestros ancestros vivían en comunidades que vivían en cuevas y se alimentaban de la caza y la recolección de frutos diversos. No había aún ningún sentido de la propiedad, ya que su nomadismo no les daba la oportunidad de guardar ni atesorar nada. Iban tras los animales y los cursos de agua, y por tanto migraban constantemente. Eran comunidades horizontales en que no existían distintas clases ni posiciones sociales. Los hijos eran los hijos de la comunidad, ya que la paternidad era algo más bien difuso por ser las mujeres de la comunidad, y sobre las cuales nadie marcaba territorio. Todos los bienes eran compartidos dedicándose los varones a la caza y las mujeres a la recolección de vegetales.
Luego de muchas generaciones y tras la observación de la naturaleza descubrieron que a través de sembrar una semilla, luego salía una planta igual con el mismo fruto. Nació así la agricultura, y con ella los terrenos cultivables, y la vida sedentaria. Luego se dieron cuenta que era posible criar animales en vez de cazarlos, y que se podían reproducir naturalmente, y con ello obtener carne, cuero y lana. Nacía entonces el pastoreo y la ganadería primitiva. Y con los terrenos cultivables y los animales se podía ser dueño de ellos. Las comunidades se hicieron más reducidas agrupándose en clanes, las cuales tenían su terreno y sus animales. Se construyeron unas edificaciones muy primitivas, pero que les servía para vivir.
Las tribus que agrupaban a los clanes familiares a veces entraban en conflicto con otras tribus por recursos naturales, y tomaban muchas veces prisioneros a quienes usaban como esclavos para cultivar la tierra y criar los animales. Nacía así la esclavitud humana para no terminar jamás.
La esclavitud se hizo costumbre cultural, y luego con el correr de los siglos los hombres salieron a buscar nuevos esclavos más allá de sus fronteras, desarraigándolos de su tierra madre y trayéndolos a la fuerza a cultivar sus tierras y criar sus animales. Es lo que hemos leído en todos los libros de historia. Sin embargo, esta forma de esclavitud era relativamente costosa, porque había que buscarlos y traerlos. Por lo tanto, además de lo anterior, condenaron a los presidiarios a trabajos forzados para que al mismo tiempo expiaran sus culpas Lo que ocurrió con esto fue que el emprendedor se acostumbró a no pagar por el trabajo humano más que lo necesario para que la persona comiera y durmiera. Todo lo anterior revela el nulo respeto por los derechos humanos hacia las personas. Así, la sociedad se acostumbró, a instancias de los empresarios, a considerar a los esclavos cuasi animales, o subhumanos a quienes no tenía sentido respetar en lo más mínimo.
Toda la historia de la vida laboral ha sido así para los trabajadores, luchar afanosamente para sacudirse del yugo de la esclavitud, hacia la cual el empresariado tiene una codiciosa tendencia. Ha sido una lucha larga y sangrienta, la cual ha tenido avances y regresiones como veremos revisando su historia.
En todos los pueblos de la antigüedad, la forma más común de relación laboral fue la esclavitud, y solamente en Roma se estableció una legislación laboral bajo la forma de un contrato de trabajo que regulaba las relaciones entre empresarios y trabajadores. Esto no significa que se haya dado término a la esclavitud, sino que esta legislación fue solamente para los plebeyos que eran empleados por los patricios.
Durante la Edad Media no hubo mayores cambios en lo que se refiere a la cuestión laboral, ya que los siervos se encontraban al servicio de un amo que era el señor feudal, el que los tenía sometidos a un régimen casi de esclavitud, con pocas posibilidades de movilidad social. Aunque nacieron los gremios que se agrupaban en talleres con los primeros pro-sindicatos, la realidad más común era la del labrador que vivía en condiciones miserables mientras los señores feudales, la monarquía y el clero vivían en grandes castillos con todo tipo de lujos.
Un par de siglos después, ya en la Edad Moderna, con el fenómeno de la Revolución Industrial, se abrió paso a un capitalismo industrial de naturaleza arrolladora que se caracterizaba por el pago de bajos salarios, jornadas extenuantemente largas y condiciones de higiene y seguridad deplorables. Luego, con el advenimiento de la Revolución Francesa, las cosas empezaron a cambiar medianamente, pero no tanto con un ánimo de justicia social, sino más bien con el de preservar el modelo capitalista de producción que generaba desarrollo y riqueza. Sólo fue una rebelión contra la monarquía absoluta y un modelo que daba a los feudos prácticamente derecho a propiedad sobre los obreros y campesinos, sin ninguna movilidad laboral, en cambio los burgueses necesitaban mano de obra con mayor movilidad para trabajar en las nacientes fábricas de la Revolución Industrial. Por eso, a la Revolución Francesa se le llamó revolución burguesa. Si bien es cierto que en ese entonces tuvo lugar la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, éste tuvo un alcance bastante restringido para los trabajadores. Los empresarios en cambio comenzaron a disfrutar de un derecho a la propiedad, a la seguridad y a la libertad de emprender y contratar libremente a sus trabajadores, sin la sujección de los trabajadores a un feudo que los secuestraba. El que todas la personas nacen en igualdad de derechos, es algo que todos sabemos que históricamente jamás se ha cumplido.
Con el comienzo de la revolución burguesa, la revolución industrial, y la irrupción de las grandes fábricas en grandes ciudades, surgió un capitalismo salvaje que tenía como características la explotación brutal de los trabajadores con bajos salarios, jornadas extenuantes, pésimos sistemas de seguridad e higiene y alta mortalidad laboral. Esto propició una reacción organizada por parte de los trabajadores por una mejor calidad de vida. Nació así el Derecho del Trabajo, independiente del Código Civil. Se formaron los primeros sindicatos con derechos a negociación, los que en un comienzo fueron duramente sofocados por el Estado, pero luego, la sociedad misma, fue reconociendo la desigualdad y la explotación a que eran sometidos los obreros.
La reacción proletaria fue influída también por la lucha de clases propiciada por el lanzamiento del Manifiesto Comunista, por lo que los Estados, temerosos de una revuelta socialista en toda Europa, comenzaron a legislar en el sentido de regular las jornadas de trabajo, el goce del salario mínimo y mejores condiciones de seguridad e higiene en las fábricas. Esto tuvo lugar luego de sangrientas luchas durante toda la segunda mitad del siglo XIX, en la que tuvo lugar la emblemática matanza de Chicago de 1886, la cual dio lugar posteriormente a su consagración como el Día Internacional del Trabajo.
Chile no estuvo ajeno a esta lucha sangrienta, como lo atestiguan las violentas represiones militares a los obreros en Valparaíso (1905), Antofagasta (1906), Santa María de Iquique (1907), en las salitreras de Antofagasta y la Coruña, (1921-1925), que en su conjunto representaron miles de muertos.
En Europa comenzaron por esos mismos años a establecerse las primeras leyes propias de la Seguridad Social: Ley del Seguro de Enfermedad de 1883, la Ley de Seguro del accidente de Trabajo (1884) y el Seguro contra la Invalidez y la Vejez (1889). El principal objetivo era tranquilizar a los “sublevados” trabajadores y evitar una revolución socialista, ideología que había captado numerosos adeptos.
Con esto se dio paso a duras penas, de un Estado liberal a un Estado social de Derechos, en el cual el Derecho del Trabajo adquirió un valor central como derecho humano, ya que en él se consagró la participación del Estado como garante de los derechos de los trabajadores, interviniendo para corregir las profundas desigualdades existentes en la sociedad. Con la consagración del Derecho del Trabajo y la fundación de la OIT, éste comenzó a formar parte de los Derechos Humanos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) y como tales, muchos Tratados y Convenciones Internacionales debieron ser incorporadas por los Estados miembros en su legislación laboral
Ya en la actualidad, la irrupción del neo-liberalismo como disciplina económica propicia una mayor desregulación de los mercados, una menor intervención del Estado en los asuntos empresariales, una demanda por una mayor flexibilización laboral, y con ello una modificación del Derechos del Trabajo. Según los precursores del neoliberalismo éstos atentan contra el libre mercado, encarece la mano de obra y no permite contratos de trabajo que se adapten más a las condiciones del mercado. Esto es así, sostienen, dado el impactante crecimiento del sector servicios, la innovación tecnológica que elimina fuentes laborales, y la globalización que descentraliza la producción y transnacionaliza las economías. Dada esta fuerte presión del lobby empresarial, cada vez más poderoso, se ha producido un fuerte retroceso de los derechos laborales, que los Estados cada vez más débiles, se esfuerzan por contener. Se ha producido una precarización de los trabajos, cada vez mayores desigualdades en los ingresos, y un consumismo desatado para que la economía funcione.
Dada esta situación la OIT lanzó una fuerte declaración en la que recordaba a los Estados su obligación de respetar los compromisos asumidos al ratificar los convenios emitidos por el organismo, y aunque no lo hubieran hecho, era su deber promoverlos y hacerlos realidad en sus legislaciones nacionales laborales.
Así y todo, las empresas transnacionales se sienten con el poder de estar un poco al margen de la legislación, y en aquellos países pobres en donde el Estado es débil y cómplice por cooptación, se dan el lujo de no respetar estos convenios, contratar niños para faenas pesadas por salarios miserables, a inmigrantes en las mismas condiciones, siendo así co-responsables de que en el mundo actual haya 40 millones de personas trabajando en condiciones de esclavitud, muchos de ellos niños, según cifras de Freedom United.
La codicia empresarial no tiene límites, ha abusado de la Naturaleza, el medio ambiente, los animales, y los seres humanos, principalmente los más débiles, convirtiendo al planeta en un basurero tóxico que amenaza con la extinción de la especie humana. Y para defender su modelo y apoderarse de todos los recursos naturales del planeta han montado un sistema de guerras en permanente planificación, con armas nucleares que amenazan la seguridad de todo el mundo.
Todo este orden de cosas está provocando rebeliones, asonadas y estallidos sociales en todo el mundo. Y paralelamente hambrunas y crisis sanitarias en otras partes del mundo. Esto sin mencionar las guerras por el poder y los recursos naturales que generan éxodos masivos de migrantes desde los países en conflicto, y las catástrofes naturales como incendios, sequías e inundaciones con similar desastre humanitario. Y como broche de oro las pandemias virales como el coronavirus.
Sin duda nada de esta catástrofe era necesaria, pero lamentablemente el proceso de desarrollo humano se estancó en el ámbito emocional y espiritual, y solamente siguió operando el sistema instintivo y la esfera intelectual, que es la que nos brinda el conocimiento intelectivo. Pero todo esto acompañado además por un ego muy inmaduro que nos insta a satisfacer nuestras necesidades primarias, y con una mente negativa fuerte que nos hizo siempre temer el quedarnos sin nada, por lo que nos obligó a atesorar más allá de lo aconsejable. Nunca comprendimos que compartiendo los recursos como lo era en un comienzo todos podrían satisfacer sus necesidades sin requerir apropiarnos de todo lo disponible. Nunca fuimos capaces de intuir que todos necesitamos de todos ya que estamos ligados por lazos invisibles pero poderosos. Nunca pudimos empatizar con los requerimientos ajenos y atenderlos apropiadamente. Nunca los seres humanos quisimos querernos adecuadamente como hermanos como para poner nuestras capacidades al servicio de la comunidad humana, sino que solamente quisimos sacar partido de las necesidades ajenas en beneficio propio. Y es por eso que estamos como estamos.
Tal vez no era necesario hacer las cosas como las hicimos, explotando todo lo que estaba a nuestro alcance para nuestro confort. Es muy posible que no hubiésemos tenido el desarrollo científico y tecnológico que tenemos, pero habríamos sido más fraternos y solidarios y por consiguiente más felices. Ahora nos damos cuenta de que el modelo de desarrollo está asfixiando al planeta y a nosotros mismos y que toda la tecnología no nos está sirviendo para contener ni los virus ni los impactos de la naturaleza. Nos sentimos los dueños de la creación y ahora nos estamos sintiendo condenados a muerte. Y todo por nuestro egoísmo miope.
Pasando al campo de las reflexiones y conclusiones personales, nos preguntamos si hubiera sido posible que los emprendedores pusieran sus talentos al servicio de la comunidad, y no sólo para su beneficio. Si hubiesen rehusado a obtener una plusvalía tan grande y en cambio las hubieran repartido en mayor grado entre sus mismos trabajadores, sin someterlos a salarios de hambre, sin duda la historia de la especie humana hubiera sido distinta. Tal vez con menos desarrollo, con menos crecimiento, pero con mayores niveles de igualdad.
Pero lamentablemente el ego humano, que nos debiese haber servido para sobreponernos a las adversidades, para salir adelante a pesar de todas las dificultades, y para desarrollar plenamente nuestras capacidades, nos perjudicó enormemente en términos sociales. Nos hizo creernos merecedores de todos los bienes, mirando con un orgullo nocivo a todos los demás, por lo cual nos resultó imposible empatizar con las necesidades ajenas. Nos sentimos como una isla rodeada de un mar de personas por las cuales no sentimos el menor afecto. No reconocemos ningún vínculo que nos ligue a ellas como parte de una creación común. Por eso las explotamos, las agredimos y las sometemos a nuestra voluntad. Y si se resiste, las encarcelamos, las torturamos, o las matamos.
Por eso que nuestra historia laboral y humana ha sido como ha sido y estamos como estamos. Por este ego inmaduro han fracasado todos los sistemas sociales o políticos. El capitalismo podría haber sido un sistema que pudo haber procurado una mejor calidad de vida a las personas, dando una justa retribución por el trabajo a sus trabajadores, con empresarios que hubieran puesto sus talentos y su creatividad al servicio de la comunidad, con descubrimientos científico y aplicaciones tecnológicas dedicadas a facilitar la vida a sus semejantes, etc. Pero todo tuvo su impulso, su emprendimiento, su motor, en la ambición, tratando de sacar la mayor utilidad de esa empresa. Pero la ambición es un deseo que no se satisface prontamente, por el contrario, se estimula cada vez más transformándose en codicia. Y la codicia corrompió el sano capitalismo, monopolizándose, globalizándose, coludiéndose, cartelizándose y apeteciendo también todo el poder político que les asegurara la permanencia del modelo, terminando todo en un desastre, con explotación, terrorismo, rebeliones, dictaduras, asonadas golpistas, guerras, y todos los males que hoy conocemos.
Por eso mismo ha fracasado el socialismo y el comunismo, que podrían haber sido una solución frente a tanto abuso. Se esperaba que con el término del emprendimiento privado y de la propiedad privada sobre los medios de producción se terminara con el veneno de la ambición y la codicia empresarial que dejaba a los trabajadores sin un salario digno que les asegurase una buena calidad de vida. Las empresas pasaron a manos del Estado, el cual planificaba la economía del sector empresarial productivo, asignando las prioridades y las regiones en las cuales era necesario producir. Los servicios básicos como salud, educación y vivienda se desarrollaron también al alero del Estado, asignando profesionales y técnicos en la medida de las necesidades de las regiones. Todo muy bien en teoría, pero precisamente por ahí empezaron a surgir los problemas. No se consideró el factor humano que tenía los mismos defectos del sistema capitalista: el ego mal educado por siglos de historia. Un ego que le encanta el poder y el reconocimiento, que le gustan las comodidades burguesas y es incapaz de sacrificarse por los demás. Se formaron megaEstados llenos de burócratas y empresas improductivas donde los trabajadores trabajan a contrapelo de sus ambiciones personales. Trabajar por el engrandecimiento de la comunidad, del país, y de la causa de los trabajadores eran ideales que una vez en el poder, resultaban de una carga demasiado pesada para cumplir. Así que hubo que restringir las libertades, imponer el autoritarismo y la represión, silenciar a la oposición y recluirlos en las mazmorras, restringir la libertad de expresión y crear un fuerte aparato de propaganda en manos del Estado. Y con un montón de burócratas en el poder disfrutando de los mismos lujos y comodidades burguesas de una sociedad capitalista. Lo contrario de lo que se quería.
En ambos casos, capitalismo y socialismo, el problema es el mismo, la persona humana. Tenemos una naturaleza egoica que está centrada solamente en el recibir y no en el dar. Se necesitan sistemas educacionales que logren el sano equilibrio en los educandos entre la energía del recibir con la del dar. De lo contrario cualquier sistema social, político y económico está condenado al fracaso. Si los seres humanos no somos capaces de superar nuestras ambiciones personales de poder y de riqueza no seremos capaces de construir una sociedad justa. Si no somos capaces de superar nuestras contradicciones internas que nos empujan hacia la agresividad y la violencia, no seremos capaces de vivir en paz.
Concluímos de todo lo anterior que lo que siempre nos ha pasado a través de la historia y en el presente más que nunca, es que no nos queremos. Y si no nos queremos, no nos respetamos, no nos toleramos, y en cambio nos sojuzgamos y nos agredimos. Por eso la única solución para todos estos males es educación, educación y más educación centrada en el aprendizaje del amor como el verdadero motor de todas las relaciones humanas. Con ello habrá respeto y tolerancia con el semejante.
Nunca es demasiado tarde para enmendar rumbos. Ahora tenemos al mundo gobernado por la codicia, representada por las grandes corporaciones multinacionales que la dejaron crecer, crecer y crecer hasta que adquirieron un poder gigantesco superior al de todos los gobiernos corrompiendo a todo el mundo para obtener leyes que los favorezcan y seguir creciendo. Y lo peor es que son sociedades anónimas en las que todos tenemos depositados nuestros ahorros, muchas de ésas, industrias dedicadas a la fabricación de armas convencionales y nucleares. Y como sociedades gigantescas, tan anónimas son, que su directorio sólo se limita a tomar las acciones necesarias para crear más valor para hacerlas más atractivas para los accionistas en términos de sus dividendos y de su valor en el mercado accionario. Cualquier rebelión social que se oponga a los intereses de este poderío, es sofocado a través de asonadas golpistas y bloqueos económicos despiadados.
Sin duda hay que seguir intentando cambios, aunque sea cosméticos, a través de acuerdos, consensos, y concordatos, que hagan más justas e igualitarias las relaciones laborales. Las movilizaciones sociales, aunque productivas en algunos términos, siempre terminan generando violencia y odiosidades que perpetúan las enemistades que alejan de la paz a la sociedad humana. Tal vez ése haya sido el motor de la historia. Pero ahora aspiramos a mucho más, a una sociedad libre, donde las personas puedan vivir en paz en igualdad de condiciones y con la satisfacción de sus necesidades mínimas. Y esto no se logra imponiendo mis ideas a la fuerza, aunque seamos mayoría. Las minorías merecen respeto y consideración. No se pueden tener amordazados y a muchos de ellos relegados como “prisioneros políticos”. Nadie tiene derecho a hacer eso.
Lograr una sociedad justa e igualitaria en las condiciones actuales, tal como somos los seres humanos hoy en día es una vana ilusión. Primero tenemos que cambiar internamente, conquistar el amor a través de la educación de los sentidos y el conocimiento de sí mismos. Sólo entonces podemos aspirar a algo más grande en donde el ser humano esté en la cúspide de la pirámide y todos podamos disfrutar de un mayor bienestar económico, social, intelectual y espiritual. Y eso se logra con una educación centrada en el pleno conocimiento interior a través de los métodos que la sabiduría ancestral pone a nuestra disposición.