por Irma Romera
Transcurridos ya más de dos meses de “la escuela virtual”, de “la escuela en casa”, algunas reflexiones seguramente compartidas con otrxs que observan lo mismo o parecido.
El salir del formato escuela, tal como lo conocemos, no solo con un edificio que se transita, sino con todas las formalidades que la escuela tiene, llámense recreos, horarios de entrada y salida, reuniones, tareas administrativas, etc. ha puesto a toda la comunidad educativa en una nueva situación en donde “se inventa” -por decir de alguna manera- la forma de continuar enseñando y aprendiendo.
El virus y la posibilidad de contagio, que podría llevar a la muerte, ha puesto “una lupa” sobre toda la sociedad y por cierto en la educación. Se comienzan a mostrar y ver situaciones existentes desde siempre, pero que parecen descubrirse en este momento y ponderarlas de manera diferente.
Se habla de pobreza, de lo terrible del hambre, de que la riqueza está concentrada y el abismo es cada vez más grande, es decir, se habla como si recién se advirtiera, la injusticia, la violencia y la discriminación.
En los primeros días, las y los docentes intentaron reproducir casi mecánicamente “la clase” que se daba en forma presencial, con plazos de entrega, pensando en la futura evaluación. A poco de andar, quien más quien menos, comenzó a darse cuenta que eso no era posible y hubo que recrear las formas de enseñanza, invirtiendo una enorme cantidad de horas de trabajo.
También las familias comenzaron a manifestar la dificultad para acompañar a sus hijxs y lxs estudiantes a rebelarse por tanta tarea que les mandaban. La falta de recursos tecnológicos en las comunidades agravó la situación y pusieron de manifiesto las grandes desigualdades con las que se convive en las escuelas.
La lupa de la pandemia mostró que un/a docente trabaja muchas horas. No solo trabaja las horas que permanece dentro de la institución en un horario acotado, sino por lo menos 3 hs. diarias más para buscar materiales, elaborar clases, hacer las adaptaciones según necesidad de lxs estudiantes, corregir trabajos, organizar salidas educativas, etc., etc. ; además de responder a tareas administrativas que se hacen fuera del considerado “horario de trabajo”. Esto último es muy evidente en el caso de los equipos directivos.
La lupa también muestra la necesidad de contar con las familias, de sumarlas a la educación de niñxs y jóvenes; muestra la distancia que existe. Aunque todavía la docencia no pueda establecer una relación de pares con las familias, se ve con más claridad la necesidad de aunar esfuerzos y acuerdos entre la escuela y la familia.
La lupa muestra que no es posible construir conocimiento si no hay interacción entre quienes enseñan y aprenden y si no hay construcción todo se reduce a repetir y ejercitar.
También la lupa ha puesto en discusión la evaluación como control y ascenso en la escala meritocrática y está mostrando la necesidad de considerar procesos de aprendizaje y los diferentes de modos de aprender.
Al perderse los ejes organizadores de tiempo y espacio, la escuela se desestructuró, se desarmó, y puso a todxs en situación de rearmar la escuela.
Los esfuerzos se hacen en medio de un sinnúmero de contradicciones y caídas en cuenta, que en el mejor de los casos, terminan reconociendo la importancia de preservar los vínculos, de fortalecer la comunicación y trabajar solidariamente.
Es una muy interesante situación para reformular la institución escuela e ir implementando metodologías, planteando objetivos, que lleven a una relación centrada en lo humano, desplazando la competitividad, la meritocracia y los valores del mercado en la educación.
Es una muy buena oportunidad para democratizar la escuela, correr las jerarquías a un costado, recuperar el trabajo colaborativo, cooperativo, compartir la toma de decisiones y darse formas organizativas según sean las necesidades y características de cada comunidad.