Una agitación silenciosa sin precedente está cubriendo todo el planeta, pero no en las calles sino adentro de las casas. El confinamiento obliga a reflexionar y a plantearse preguntas. Cuando empezamos a pensar, en nosotros mismos y en nuestros seres queridos, incluimos a los demás, a todos los demás, porque hoy más que nunca nos estamos dando cuenta de que somos un todo.
Un clamor común por el futuro está creciendo en nuestras cabezas, donde se agolpan aprensiones e incertidumbres comprensibles, pero también las esperanzas… aquella de ver que el mundo realmente cambie, como si se colocara en una nueva órbita humanizadora… que la sociedad modifique el centro de gravedad alrededor del cual todo está girando hoy en día, la economía.
Pero una simple pregunta nos devuelve a la duda: ¿qué podemos esperar de una sociedad envenenada por su valor más importante: el dinero?
La ecuación Valor del Dinero = Violencia Económica está demostrada, así como todas las otras formas de violencia que dependen de esta ecuación, ya sea violencia física, racial, religiosa, psicológica, sexual, de género, moral o institucional… estas calamidades generadas por el sistema en el que lo económico lo decide todo.
Pongámonos a imaginar: si pusiéramos al ser humano como valor central en lugar del dinero, esto volvería a colocar en su sitio lo que es prioritario y lo que es secundario; los que cuidan, educan, investigan, protegen y se ponen al servicio del conjunto, se pondrían en primer plano; las fuerzas de la producción se orientarían hacia el bien común y se protegería a los más débiles; se garantizarían condiciones de vida dignas para todos; dejaríamos de estar obligados a consumir para existir; …
Aquellos para los que el dinero es el valor central estarían libres de persistir en sus ensueños, pero su libertad no dependería de la supresión de la nuestra; ya no podrían condicionarnos utilizando nuestra intencionalidad, energía, creatividad, etc. para satisfacer sus ambiciones. Los beneficios de todos los recursos terrestres y humanos irían a la comunidad entera. Porque sabemos que si nos detenemos, como lo estamos haciendo ahora, todo se detendrá. Somos todos nosotros quienes estamos generando riqueza en el mundo, es pues un patrimonio colectivo que es legítimo redistribuir entre todos.
Seguiríamos denunciando la violencia, pero sobre todo empezaríamos a interesarnos seriamente por la no-violencia: por su metodología, sus valores, sus herramientas, su orientación; recompondríamos urgentemente el tejido social que ha sido completamente destruido por la cultura individualista impuesta para consumir más; estableceríamos entre nosotros relaciones horizontales en las que «Nada está por encima del ser humano y ningún ser humano está por debajo de otro»; aprenderíamos desde la infancia a hacernos cargo de nosotros mismos, a salir de los condicionamientos que nos adormecen, a negarnos a obedecer ciegamente, a rechazar el odio, el resentimiento y la venganza. Veríamos como se expresa la generosidad que anima a la gran mayoría de la gente… en resumen, ¡estaríamos avanzando!
Estamos viviendo un momento en el que podemos esperar que se produzcan los grandes cambios deseados a nivel social. Sin ilusión ingenua, sigamos soñando y actuando, porque si no es para mañana, hagamos todo lo posible para que suceda pronto.
También estamos viviendo un momento muy favorable para meditar y reflexionar sobre lo que es realmente importante para cada uno, para guardar silencio y descubrir las aspiraciones y esperanzas las más soterradas en lo profundo de uno mismo , porque es allí donde podemos sacar fuerza e inspiración para producir grandes cambios.
¿Qué hay de más legítimo que negarse a vivir como objetos y rebelarse contra lo absurdo del sinsentido? El poeta y filósofo chino François Cheng traduce estas intenciones de la siguiente manera: «Para nosotros, la vida no es de ninguna manera un epifenómeno en la extraordinaria aventura del universo. No nos ajustamos a la opinión de que el universo, siendo sólo materia, se habría hecho a sí-mismo sin saberlo, ignorando de principio a fin, durante estos miles de millones de años, su propia existencia. Al ignorarse a sí mismo, habría sido capaz de engendrar seres conscientes y actuantes que, en un lapso de tiempo minúsculo, lo habrían visto, conocido y amado, antes de desaparecer pronto. Como si todo esto no hubiera servido de nada… Desde luego que no, nosotros nos oponemos a este nihilismo que se ha convertido en algo común hoy en día.» *
Philippe Moal, Observatorio de la No-Violencia: https://o-nv.org/es/
Madrid 13 de abril de 2020.
* Cinco meditaciones sobre la muerte, François Cheng, Editorial Siruela, 2015