Asumo que -como a mí- a vos la Revuelta te revolvió la vida, o, mejor dicho, te la trajo de vuelta, renovando las esperanzas de cambio en un país que experimentábamos, hasta antes del 18 de Octubre, como irremediablemente alienado, sumiso y deprimido. Asumo también, que quedaste pa’ dentro cuando todos comprendimos que teníamos que quedarnos en la casa y que aquellos/as que por meses llamábamos a salir a la calle, hacíamos ahora los llamados en sentido contrario.
Pero ¿y si la Revuelta continuase todavía, más viva que nunca?
¿No podría ser que estuviese ahora adentro de cada uno de nosotros/as y que continuase en la entrañas más íntimas de cada barrio –cuico o “vulnerable”- enfrentándonos todos/as ahora desde allí a la violencia y la injusticia?
No pudiese-piensa bien usted, un escenario en que cada uno/a pudiese cada día evaluar, calibrar, fraguar las nuevas movilizaciones y que éstas pudiesen más fuertes y enfocadas que nunca?
Me trae a memoria esto que digo a una de las mejores frases que leí en las miles de páginas de sabiduría popular que por meses los/las resistentes escribieron en las calles de Santiago: “Resistir para un Buen Vivir: La Dignidad se Cuece a Fuego Lento”.
Porque es muy cierto: obligados, hemos tenido que ir a parar la olla en los espacios internos y a re-aprender a vivir, no sé si Tan bien, pero mejor, poco a poco, Mejor.
No es para nada fácil, porque así como salir a las calles tenía sus peligros no menores y la represión criminal gaseaba, golpeaba y mutilaba a diestra y siniestra, por estos días en nuestras conciencias afloran y atacan violentamente -aunque no necesariamente vestidos de verde- los temores ante las deprimentes interrogantes, ¿es que la revuelta ya cesó? ¿nunca se retomarán las multitudinarias marchas? ¿todos los muertos y mutilados se olvidarán? ¿todo habrá sido en vano?
Es verdad también que por estos días nos puede agarrar el zorrillo o el guanaco que ataca con sus venenosas incertidumbres. ¿y cuándo se me acabará la poca plata que tengo? ¿y qué haré después? y si me enfermo -yo o mis hijos/as-, ¿como soportaré la enfermedad y el dolor, no habiendo atención adecuada en los consultorios y hospitales ya semi-colapsados?
Pero creo sinceramente que, ¡podemos resistir! Como en su momento los/as de la primera línea, ¡tenemos que resistir! en éstas, nuestra nuevas trincheras. Que tienen que ver con las batallas, personales si se quiere, pero ¡de enormes consecuencia políticas!
Son pocas, pero importantes las cosas que he aprendido en estos no pocos días de encierro.
De mi depende, en parte importante, cómo me siento y cómo respondo a esta maldita/bendita pandemia.
Esto es sencillo, pero ciertamente no fácil de hacer. O sea, podemos elegir que nos tiren bombas lagrimógenas todo el día por la TV tradicional y los WhatsApp alarmistas, o podemos enfrentar el tiempo o la soledad leyendo un libro, cuidando una planta, culminando por fin aquella tarea tan postergada.
Muchos/as lo han dicho, entre ellos presos célebres, como Rosa Luxemburgo y otros/as: no puedo elegir las circunstancias, pero puedo elegir como respondo a ellas, en el caso de Rosa y otros, resistiendo al encierro y la locura.
No me pidan recetas mágicas. Mírense alguna vez -de verdad- el ombligo, respiren calmos y mediten sobre ésto.
Tengo que preocuparme más de mi cuerpo, y está a mi alcance el hacerlo.
Esto a pesar de que se me estén acabando los remedios tradicionales y no pueda salir a andar en bicicleta. De hecho, estos días he conocido mejor mi cuerpo y el valor de sencillos hábitos olvidados. Les cito sólo uno: que me sirve, de hecho ¡necesito! tomar agua (y no tanto café).
Aquellos/as más cercanos/as, son al final, lo único que tengo.
Este es una de las lecciones más sencillas ¿o complicadas? O sea, tengo a la familia y los amigos/as que tengo. Ya a estas alturas, son los/as que he elegido para mutuamente acompañarnos.
Es simple: o me quedo pegado en mis vacilaciones, críticas o ansiedades de siempre, o recreo relaciones, suelto preocupaciones, me reconcilio con los viejos amigos/as. Ah, que no se olvide: los cercanos pueden estar a miles de kilómetros de distancia, como lo hemos podido comprobar muchos/as.
Los vecinos/as, aunque no ideales, son los únicos con que puedo contar.
Me encantaría vivir en territorio liberado, o por lo menos en un barrio con centros culturales, ollas comunes, vecinos que ponen una banderita roja cuando necesitan ayuda. Pero acá estoy encerrado en un barrio cuico (tradicional), bastante desalmado adonde, a lo más, aplauden tímidamente a las 9 pm (como los europeos, claro). Pero no estoy sólo. Habemos varias docenas que virtualmente intentamos compartir información útil, además de recordarnos que queremos cambiar Chile (el grupo ahora virtual nació para aprobar el cambio constitucional).
En fin, resistimos como podemos en lo que a veces se siente como territorio enemigo. Y está la vecina claro, que se entusiasma con apoyar a los viejos/as del edificio. O el vecino generoso que me deja revistas en mi puerta. Ellos/as son parte esencial de los vínculos que he de reforzar para las batallas, grandes y pequeñas que vendrán.
Sí, es verdad que soy un privilegiado: todavía me queda un poco de comida y me sale agua de la llave. No tengo que salir a trabajar (no porque no quiera por si acaso), y alguien cercano tiene trabajo y un modesto ingreso asegurado (¿por cuanto tiempo?). Todos los privilegios que ustedes me quieran nombrar. Pero ¡no se engañen!
El tema es que a todos/as, en todas las latitudes, en alguna parte nos aprieta el zapato (y el corazón), pero estamos aprendiendo que podemos sacarnos los zapatos y ¡caminar o correr descalzos!
¡Y eso también es Resistencia! Por eso podrá seguir la Revuelta.
Podemos Resistir, podremos seguir Revolviéndola, ¡más y mejor que nunca!