Pandemia, activismo, protestas sociales, sistema neoliberal, solidaridad, perspectivas sociales, personales y espirituales. Hablamos de todo esto con Tomás Hirsch, diputado humanista chileno.
La emergencia del coronavirus nos ubica en un escenario nuevo y desestabilizador para todos. Este cambio de hábitos y certezas para los actores sociales y políticos también ha significado un cambio de planes. ¿Cómo ha impactado todo esto en la ola de protestas que se venían desarrollando en Chile desde hace algunos meses?
Las protestas que irrumpieron en Chile el 18 de octubre del 2019, fueron el resultado de una acumulación de situaciones que se vienen arrastrando desde hace demasiado tiempo. Aunque el detonante fue el alza de las tarifas del metro, claramente no fue este hecho particular la razón por la cual el estallido social cobró tanta fuerza. Esto es el efecto del malestar acumulado en la gente por décadas de maltrato, postergación e indefensión frente a un sistema que concentra progresivamente el poder económico y los privilegios en manos de unos pocos. La profunda inequidad del modelo económico chileno, neoliberal en su forma más depurada, limita toda posibilidad de producir cambios estructurales en nuestra sociedad.
Una frase sintetizó muy bien el sentir de la gente: no son 30 pesos, son 30 años. Y esa sensación sigue operando al no tener ninguna respuesta de fondo por parte del gobierno.
Hoy en el contexto del coronavirus el movimiento social, en su expresión callejera y de gran masividad, se fue silenciando progresivamente. Al comienzo miramos las políticas del gobierno con mucha sospecha, pensamos que querían desmovilizarnos, que buscaban un pretexto para que nos quedáramos en casa, pero rápidamente se fue comprendiendo la gravedad de la situación y el riesgo que esta epidemia representa para la vida y la salud de millones de personas. La gente respondió a las instrucciones de replegarse, de quedarse en sus casas, de mantener la distancia social de la cuarentena. Y eso es lo que está pasando hoy día; hoy día la inmensa mayoría de los chilenos está cumpliendo responsablemente esta medida para impedir la propagación masiva del virus.
Pero la movilización no ha terminado y si el gobierno cree que con esto de la pandemia la gente se va a olvidar de las demandas, está profundamente equivocado. Apenas la situación lo permita esto va a continuar con mucha fuerza y seguirán adelante las movilizaciones por un cambio de fondo. La gente cuando pase la situación de riesgo, va a salir a la calle, va a volver a exigir que se termine la estafa de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones), que la salud y la educación sean derechos y no negocios, que el agua sea recuperada, que el mar sea de todos los chilenos. En fin, el movimiento social de ninguna manera se detiene.
¿Han logrado los activistas chilenos encontrar formas más creativas de llevar a cabo sus iniciativas, de continuar la movilización a pesar de las limitaciones impuestas por la emergencia?
No ha sido fácil porque la situación es compleja. El país ha sido fuertemente golpeado por la pandemia, por la amenaza que puede significar para la salud y para la economía. Desde que se anunció que entrábamos en cuarentena miles de personas perdieron sus trabajos y otras tantas quedaron con sus ingresos reducidos drásticamente. Y en cuanto a nuestro precario sistema de salud pública, sin recursos y asfixiado por mucho tiempo, no está en condiciones de responder a la demanda que puede llegar a ser explosiva. Por el momento, hemos contado con las camas necesarias, y con los respiradores necesarios, pero no sabemos cuánto va a durar esto. Y entonces la gente, en esta coyuntura, se va replegando, pero es un repliegue táctico, de gente madura que comprende muy bien la situación, de gente que cuida a sus seres queridos.
¿Como ha hecho entonces la gente para manifestarse y expresarse? En primer lugar, a través de las redes sociales que han sido muy útiles para develar las mentiras con las que el presidente Piñera busca potenciar su propia imagen. De este modo las redes han ayudado a mantenerse atento y vigilante y a no descuidar la preocupación por los temas de fondo. Pero la expresión callejera de estas demandas se ha visto claramente limitada.
Políticos y economistas neoliberales como Boris Johnson y Mario Draghi, entre otros han sido responsables, con sus políticas de austeridad, de la destrucción del Estado de bienestar. Hoy, se presentan como los «salvadores del pueblo» y apoyan la intervención del Estado para ayudar a la gente y rescatar la economía y plantean la necesidad de volver a una salud pública y de buen nivel. ¿Qué opinas de este cambio?
Desde hace demasiado tiempo se están destruyendo los servicios de salud pública en el mundo entero y se ha instalado el valor de lo privado, privilegiando el negocio de unos pocos. Lo mismo pasa con el sistema educativo, que está asfixiando a millones de familias en el mundo entero, obligados a contraer deudas gigantescas para educar a sus hijos.
Estas políticas restrictivas en el ámbito de la salud y la educación han sido aplicadas por gobiernos de derecha, pero también por sectores socialdemócratas, que representan un progresismo moderado, como es el caso de España, Italia, Francia, Inglaterra, y ni a hablar de América Latina.
Esos mismos sectores que estrangularon la salud pública son los que ahora quieren aparecer como los salvadores del pueblo. Tendrían que partir reconociendo que han engañado a la población por demasiado tiempo. En el caso específico del coronavirus, esta mentira se evidencia en la enorme carencia de respiradores, de camas en unidades de tratamiento intensivo, incluso de mascarillas u otros elementos necesarios para la seguridad del personal de la salud.
Hay también, si miramos a largo plazo, un aspecto positivo en esta situación. Algunos líderes políticos están empezando a asumir la fragilidad del modelo económico y social mundial, están reflexionando sobre los temas de fondo que comprometen la dirección de los acontecimientos más allá de la pandemia, y comienzan a pensar sobre el futuro de la humanidad como conjunto. Desde ese punto de vista me parece que esta incertidumbre respecto al mundo que viene, abriga también una esperanza de cambio profundo.
Escuché el discurso de Boris Johnson, que estuvo cerca de la muerte, y es cierto que esas experiencias a uno lo tocan y lo llevan a buscar nuevas respuestas. En su discurso, Johnson, al salir del hospital valoró profundamente al National Health System de Inglaterra, el sistema PÚBLICO de salud, subrayó. Hoy, se reconoce internacionalmente que son justamente los países que han mantenido o cuidado el sistema público de salud, los que han logrado responder mejor a esta crisis sanitaria. Es el caso de Alemania, país que ha mantenido un sistema fuerte de salud pública a través de los años y hoy tiene una de las tasas de mortalidad más bajas del mundo. Lo mismo sucede con algunos países del norte europeo que han sabido cuidar y mantener el sistema público de salud. En definitiva, es ese sistema público, con sus trabajadores, sus funcionarios, sus médicos y enfermeras y toda la red humana asociada a ellos, los que han sabido cuidar de la mejor manera la salud de las poblaciones.
¿Qué deberían hacer las fuerzas políticas progresistas, que siempre han denunciado las políticas neoliberales y ahora se encuentran desconcertadas y acorraladas?
Yo creo que más que grandes discursos lo que tiene que hacer hoy día la izquierda y el progresismo, es asumir un compromiso serio y profundo que sea el resultado de una autocrítica y una reflexión en torno a fortalecer la salud y la educación como derechos humanos fundamentales. Eso que parece obvio, no lo es. Hoy, como se ha dicho, estos derechos han sido convertidos en negocios, y como negocios están orientados al lucro. Este interés de ganar dinero, beneficia en el corto plazo a determinados sectores, pequeños grupos económicos que controlan la salud y la educación, pero en definitiva en una situación como esta pandemia queda claro que ese “beneficio de unos pocos” termina en beneficio de nadie. Lo mismo vale para los sistemas de pensiones privatizados. Esto va a significar una tragedia tan grande como la del Coronavirus, es decir afectará a millones de personas que, al jubilar, se encuentren con que no tienen la capacidad ni siquiera para solventar sus gastos básicos. En este sentido, creo que el rol que le corresponde hoy a la izquierda y al progresismo es pensar soluciones muy de fondo, que tienen que ver con un cambio estructural de modelo.
¿Crees que esta crisis pueda contribuir a un salto evolutivo del ser humano y a un cambio radical del sistema?
Yo creo que estamos frente a una disyuntiva. Se abren dos caminos ante nosotros; puede suceder que se fortalezcan los valores del “sálvese quien pueda”, y es lo que estamos viendo en esta suerte de curiosa guerra mundial por la obtención de respiradores artificiales. Hoy día hay verdaderas mafias vinculadas incluso con los Estados, que están arrebatándose las compras y la provisión de esos equipos que son vitales para lograr la sobrevida de gente que está en una situación dramática. Ese es un camino, y es un camino que tiene que ver con la profundización de un modelo en el que venimos coexistiendo desde hace mucho tiempo.
Pero también se abre el camino de la colaboración y la solidaridad. Esta dirección de ayuda reciproca entre países, entre lo que un país produce y lo que otro país demanda. El camino de usar la inteligencia artificial no para espiarnos unos a otros, no para perseguirnos, sino para obtener efectivamente la mejor información respecto de los avances tecnológicos. Asimismo, compartir patentes e información científica para dar respuestas que permitan que los recursos de todo tipo fluyan velozmente entre naciones. Ese es el camino de la colaboración.
Están abiertas las dos posibilidades. Yo tengo una profunda certeza y esperanza en la capacidad del ser humano de encontrar las mejores respuestas en momentos de crisis. Y desde ese punto de vista creo que una situación tan compleja como la que atravesamos, va a generar también nuevas respuestas, respuestas muy interesantes. Por supuesto habrá también especuladores que harán negocios con todo esto buscando sacar ganancias cortas, pero creo que lo más interesante serán las respuestas en dirección de lo colaborativo, de lo conjunto, de lo convergente, de las alianzas que ayuden y beneficien a las grandes mayorías.
En relación al Distrito y a Chile, ¿ves el germen de este fenómeno?
Si, efectivamente, creo que la solidaridad y la colaboración están muy arraigadas en el corazón de la gente, los individuos no existimos aislados, nuestra vida se construye con otros. Precisamente este registro de interconexión hace que en estas situaciones de emergencia, se exprese también lo mejor del ser humano. Lo hemos visto acá en Chile, y sé que lo han experimentado amigos en distintos lugares del mundo, la necesidad de conectarse con otros aumenta con la cuarentena. Muchas personas han ideado mecanismos y formas para recolectar alimentos y recursos para atender la demanda de medicinas de sus vecinos, sus compañeros de trabajo, incluso de gente anónima que requiere ayuda.
En el caso del distrito 11 de Santiago, (distrito que represento), que incluye cinco comunas muy diversas (Peñalolén, La Reina, Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea), hemos apoyado la formación de redes solidarias que han sido vitales para romper el miedo y el aislamiento sicológico. En algunos lugares, producto del cierre de empresas y de la cuarentena la gente ha quedado sin trabajo. En estos casos, la única respuesta a las necesidades más urgentes ha sido la ayuda mutua y la solidaridad. Hemos organizado campañas como las que se hacían en tiempos de la dictadura para responder a estas situaciones desatendidas por el gobierno.
¿Qué cambios en el interior de los seres humanos pueden surgir tras esta experiencia de miedo, encierro y muertes a nivel global? Y ¿qué vendrá el día después de la pandemia en términos de movimientos sociales a nivel global y a nivel nacional?
Creo que esta pandemia ha sido muy fuerte, muy complicada sobre todo porque ha despertado con mucha fuerza el temor, ¿y porque ha despertado el temor?
Porque vivimos con la ilusión que controlamos nuestra vida y esta pandemia evidencia que no controlamos nada. En pocas semanas los acontecimientos se precipitan, toman una dirección totalmente inesperada y quedamos paralizados frente a una realidad que no podemos asimilar.
En esta situación de gran inestabilidad interna, buscamos volver a experimentar control, pero esto no es posible. Podemos entonces transformar este momento de incertidumbre en una oportunidad, en una ventana que nos permita replantear prioridades, reflexionar sobre la dirección que queremos dar a nuestra vida y también pensar cual es el proyecto de sociedad que queremos construir.
Queda claro para todos que nada está bajo nuestro control, el planeta entero sabemos que enfrenta una situación muy compleja por la crisis medio-ambiental anunciada desde hace años y que hoy está teniendo consecuencias desastrosas. Es importante recordar que en esta crisis los seres humanos tenemos una gran responsabilidad. En Chile, por ejemplo, tenemos el drama de la falta de agua, no solo por las sequias, sino también por el acaparamiento que unos pocos realizan de este elemento para favorecer sus negocios.
Por último, esta difícil situación permite reconocer los temores de fondo que operan en nuestro interior. Temores que nos acompañan siempre y que esta vez se muestran de manera más nítida; el temor a la enfermedad, el temor a la muerte, el temor a la soledad, el temor de perder a mis seres queridos. Estos temores también pueden transformarse en sentimientos elevados; en amor, en compasión por los otros, en sentimientos de solidaridad, de comunión.
Creo que ese espacio interno que cobra fuerza, que cobra dimensión, es un lugar muy interesante en el que podemos entrar aprovechando esta situación de silencio que se produce alrededor. Así, esta cuarentena puede ser la oportunidad para conectar con nuestras aspiraciones profundas, con nuestras esperanzas, con aquello que da sentido de vida a nuestras vidas y también con ese propósito trascendente que nos anima a mirar más lejos y a seguir adelante.