El pasado 14 de marzo el gobierno de España decretaba el estado de alarma previsto en la Constitución para intentar contener la propagación masiva del coronavirus COVID-19. Tres días antes la Organización Mundial de la Salud había reconocido la extensión de este virus (identificado por primera vez en noviembre de 2019 en China) como una pandemia global que sigue creciendo cada día, alcanzando ya 175 países con casi un millón de pacientes diagnosticados y decenas de miles de muertos.
Hasta ese momento, a pesar de las advertencias de algunos epidemiólogos, ningún gobierno europeo -exceptuando el caso de Italia, donde el coronavirus se manifestó de forma virulenta antes que en otros países- tomó medidas preventivas. No es el momento de calibrar ahora si se actuó con la premura requerida; ni tan siquiera de valorar si la estrategia de confinamiento y reducción de la actividad al mínimo adoptada por muchos estados, entre ellos el nuestro, es la perfecta. Habrá tiempo, más adelante, de evaluar actuaciones en base a las responsabilidades de las distintas administraciones. Ahora, en cambio, lo que se precisa es apoyo y consuelo. Consuelo para todos aquellos que está sufriendo la enfermedad o que han visto como fallecía algún familiar o amigo. Y apoyo para quienes combaten contra ella desde el ámbito sanitario, pero también para quienes mantienen su actividad laboral para facilitar que el resto de los ciudadanos puedan mantenerse confinados.
Sin embargo, sí que se pueden hacer algunas apreciaciones acerca de esta crisis que va mucho más allá del mero problema de salud pública o el derrumbe económico que se presupone.
- Como ya advertía Silo en su libro Cartas a mis amigos en la primera carta fechada en febrero de 1991 “Desde luego que tanto las soluciones como los conflictos se mundializarán porque ya no quedarán puntos desconectados entre sí. También hay algo seguro: ni los esquemas de dominación actuales podrán sostenerse, ni tampoco las fórmulas de lucha que han tenido vigencia hasta el día de hoy”. Es decir, ya no hay problemas aislados en una determinada zona geográfica. En este planeta globalizado, todo lo que ocurre en un lugar puede afectar al resto, y así se ha demostrado con esta crisis del COVID-19 que recorre el mundo sin entender de fronteras. Las respuestas parciales, pues, serán poco efectivas y necesariamente más lentas.
- Lo que hace aguas es un sistema completo. Una forma social, política, económica y cultural que no se sostiene, que cuando es sometida a una prueba verdadera se tambalea dejando desprotegida a la mayor parte de la Humanidad. Utilizando el paralelismo de la propia pandemia, el COVID-19 es la tos, es un síntoma, no la enfermedad. Hoy ha sido un virus, pero mañana puede ser otra cosa. Lo que se está demostrando es que el sistema ya ha fracasado. Los gobernantes actúan movidos por la urgencia, la necesidad o la inconsciencia, pero solo tratan de ganar tiempo hasta la siguiente crisis. No tienen respuestas.
- Muchos líderes políticos están comportándose con una indecencia mayúscula, utilizando la crisis como arma contra sus adversario, animando a la confrontación. Y lo que consiguen es un mayor desafecto entre las poblaciones que, faltas de referentes a uno y otro lado, comienzan a mirar posturas más autoritarias como posible tabla de salvación.
- La crisis creada por el coronavirus cambiará nuestra manera de ver el mundo. La reclamación humanista de un sistema de salud público, gratuito y de calidad, debe crecer y ser una prioridad para todos los pueblos que sufran la pandemia. La descapitalización (material y humana) que se ha llevado a cabo en nuestra sanidad pública en los últimos 20 años está pasando factura en estos momentos de necesidad.
- Hoy comprendemos que todos dependemos de que los que trabajan en la agricultura aseguren el suministro de alimentos, de que haya una persona que nos atienda cuando llamamos a un teléfono de emergencias, de que una cajera de supermercado permanezca en su puesto de trabajo en medio del pánico, de que los que impiden que los residuos se amontonen en la calle sigan saliendo. Y así con tantas otras profesiones. El trabajo, el factor de producción, que ha sido pisoteado por el capital especulativo hasta su degradación, aparece en esta encrucijada. Mientras… ¿qué están aportando la especulación y la usura?
- La salida que muchas grandes empresas han buscado a la crisis, recurriendo a despidos temporales masivos de sus trabajadores vuelve a demostrar la insolidaridad de estas grandes compañías. ¿Cómo es posible que una empresa que acumula millones de euros de beneficios gracias al esfuerzo, el talento y la dedicación de sus trabajadores los deje desprotegidos? Afortunadamente para la supervivencia de muchas familias, el Estado, a través de políticas de urgencia, parece que cubrirá parte de esos salarios para paliar daños. Una vez más, sin embargo, el dinero público (ese al que todos contribuimos) servirá para que los grandes capitales pasen de puntillas por la crisis. En 2008 el dinero público sirvió para salvar bancos, y ahora parece que servirá para salvar empresas.
- Los humanistas reivindicamos el valor de esa persona capaz de interesarse por la situación de sus vecinos y que se brinda desinteresadamente a ayudar si lo necesitan. Hoy comprendemos que la Humanidad es una, y que lo que suceda en alguna parte del planeta nos compromete a todas y todos. Por lo tanto, solo si avanzamos hacia una Nación Humana Universal podremos encontrar salida a las futuras crisis que enfrentaremos.
Es por lo tanto oportuna esta cita de las “Cartas a mis amigos” de Silo: “Si la salud y la educación son tratadas de modo desigual para los habitantes de un país, la revolución implica educación y salud gratuita para todos, porque en definitiva esos son los dos valores máximos de la revolución y ellos deberán reemplazar el paradigma de la sociedad actual dado por la riqueza y el poder. Poniendo todo en función de la salud y la educación, los complejísimos problemas económicos y tecnológicos de la sociedad actual tendrán el enmarque correcto para su tratamiento. Nos parece que procediendo de modo inverso no se llegará a conformar una sociedad con posibilidades evolutivas”.